Cada tarde iba a su conquista. Eran incontables las situaciones en las cuales ella solía asistirlo, alentarlo, darle forma a sus tormentos hasta el punto de desaparecerlos junto al tiempo y al espacio para finalmente quedar solo él, ella y el profundo amor que surgió en ambos desde el día en que la vida cruzó sus destinos.
Julián era un buen hombre, de esos que sirven agua a los pajarillos que agonizan en las sequías. De los que se conmueven con un atardecer o el vaivén de las olas del mar. Su extrema sensibilidad siempre fue motivo de burlas entre sus allegados, incluso su esposa acostumbraba hacer bromas pesadas al respecto. Sin embargo, ella era diferente, se mantenía firme y contenedora para él, con sus brazos abiertos y la frescura de su alma siempre dispuesta y a su servicio. Desde que él la conoció sus días grises comenzaron a cobrar sentido.
El problema era el asedio de su esposa, cada vez más vigilante, inquisitiva, acosadora. Los días en que no la podía visitar, tenía noches largas con amargos insomnios en donde el torbellino de preocupaciones parecían ponerse de acuerdo para atormentarlo en sus peores momentos de debilidad y añoranza.
Tal era la agonía que empezó a vivir producto de las separaciones cada vez más frecuentes, que Julián empezó a sopesar la idea de decidir. De hecho, era una idea con la que soñaba cada vez más seguido: Divorciarse por fin de aquella mujer hostíl con la que terminó casado por aburrimiento. Porque los 8 años de mustia relación no le daban otra salida. Lo difícil eran los niños. ¿Pero, acaso no era mejor para ellos tener un papá alegre y vigoroso viviendo en otro lado que tener a uno en casa pero hundido en la arena movediza de la apatía y la depresión?
Aquella tarde de viernes, después de una semana sin poder tener contacto con ella, Julián se levantó decidido del sillón. Ya era suficiente. Determinado se dio una ducha fría, se puso sus jeans favoritos y sacó del cajón aquél perfume que solo usaba en ocasiones especiales. Se dirigió al desván y allí estaba su esposa, con esa mirada de hielo con la que se había acostumbrado a verlo últimamente. Decidió encararla. La miró a los ojos, la tomó de los hombros, y con la valentía de quien no tiene nada que perder con firmeza le dijo: “La elijo a ella”.
Se marchó con la impoluta sonrisa del que se sabe en paz. El bar de la esquina siempre estaba abierto, y ella, su amada lata de cerveza estaría allí esperándolo para volver a darle vida a sus días.
Gracias por léeme, los invito a participar en la iniciativa de los amigos de @hispa.literario, hagan click aquí para que se enteren de los detalles 😊
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Una inesperada vuelta de la historia jejeje
Pues sí 🤭 gracias por leer, saludos.
Se me había pasado este relato. Con un final muy inesperado aunque sin duda hay millares de historias como ésta. Cuánto de refugio tiene esa lata de cerveza, y cuanto de no hablado hay en esa pareja. Esto es lo que me evoca este relato.
Abrazo @astrea
Cuanto de no hablado tiene tanta gente, así es mi querido amigo. Un abrazo para ti!