Pumarella

in #spanish7 years ago (edited)

ésta historia es de mi autoría y se encuentra dentro del libro "Dieseliro"

de venta en:

http://www.lulu.com/shop/asdr%C3%BAbal-ram%C3%ADrez-carrillo/dieseliro/paperback/product-22996275.html

Fuente de la imágen:http://cdn.vegaoo.es/images/

PUMARELLA

(Año 27 d.d.D)

Ha ocurrido, algunos festejan en desfiles liderados por pingüinos con vampiresas de escolta,
otros dicen lo que saben de Sabina y Paes, y empiezan a vivir en sus palabras,
Yo me quedaré en casa, ya tendré tiempo para atrapar con la lengua
un pedazo
de mundo
para tener suerte, para lo que no tengo tiempo
es para estar despierto.
No tengo tiempo para estar despierto.

Esta ciudad aparenta caerse a pedazos. Las tuberías de acero y concreto sostienen los escombros grises y canelas con invasores vegetales, invasores con raíces que crecen sobre las cabezas de quienes moran ésta ciudad. El bar, en específico, no es la excepción, hay trozos de adobe que se caen para ser atrapados por una red tridimensional de tuberías y cables, no nos caen, todo eso ocurre muy, muy arriba de nosotros y tan lentamente que pronto se transforma en un obscuro techo.
Desde la calle podía verse el anuncio luminoso del metro suburbano. El asfalto descuidado reflejaba, por la humedad, la titilante farola que de vez en cuando echaba chispas. La recepción del bar era lúgubre. Había un enorme salón de baile en la planta baja. No se podía pasar.
El cadenero nos señaló una escalera de caracol negra de herrería iluminada por leds azules y nos invitó a subir al tercer piso. Los dos pisos que pasamos consistían en puertas selladas con madera, por entre los viejos huecos de las tablas rasgadas se podía apreciar que había movimiento, pero la luz seguía siendo escasísima, subió un poco una vez que llegamos al tercer piso.
Con leds acomodados de tres en tres cada cinco o seis metros, sólo se podía ver el reflejo en los tubos del techo, hasta arriba, una vieja linterna de cristal se encendía de forma inestable para dejar algunos pequeños rayos de luz naranja que se morían en la red de tubos para proyectar una cósmica ilusión de puntos en el tapiz. Era un decorado ingenioso, asumiendo que la linterna mantuviera un ritmo constante era cuestión de tiempo para que la luz del bar entrara en metonimia con la música, pero únicamente era posible imaginar el decorado del bar por las siluetas: mesas y sillas churriguerescas, acomodadas a manera de gabinetes, pareciera que la obscuridad era en parte a propósito.
Al norte había, un enorme ventanal mostraba el letrero del metro y una terraza en la que se movían y gritoneaban algunos chavos iluminados por la luna con bebidas en sus manos.
Habíamos estado todos de acuerdo, festejaríamos en el viaje de prácticas, fuera de la ciudad, el cumpleaños número veintidós de Falco. Yo propuse este bar cerca de la zona industrial, ahí trabajaba Soso, un excompañero de la prepa que había salido de la ciudad para dedicarse a su carrera. Por alguna razón, su carrera sigue en una nube unida por puntos blancos a su cabeza.
Escuché un grito y una pantalla de celular moviéndose. Era Soso, estaba en una mesita con una cubeta encima (de la mesa, no de Soso), del otro lado de esta, la silueta de un hombre con una mujer a cada lado y un ascua naranja moviéndose sensualmente frente a cada silueta.
—Siéntate— me ordenó.— ¿Cuándo llegan los otros?
—No deben tardar ya.
Me presentó a sus acompañantes. No recuerdo sus nombres, sólo recuerdo el rostro de la que quedó a mi lado, ella me hizo plática y creí.
simpatizarle, pero entre la música, el alboroto de la terraza y la discusión de ellos, no pude enterarme mucho de lo que me estaba diciendo.
Llegaron Cindy y un tipo que recuerdo del viaje; ella me dijo que los demás seguían en el hotel, llegarían cuando Falco estuviera listo, sería una sorpresa. Asentí con la cabeza. Me di vuelta y los tres primeros ya no estaban. Me puse de pie y empecé a buscar el baño. Por alguna razón subí al cuarto piso por la escalera de caracol, no entiendo cómo pude pensar que lo encontraría arriba. La música se detuvo unos segundos, los suficientes para escuchar a Cindy regañar a Soso:
-Eran putas.
-Sí, para Falco, es su cumpleaños.
-No mames.
-Ya pues, no acordamos nada, el chulo las cotiza muy alto…

No quería que pensaran que me había ido corriendo tras ellas (deducciones sonsas que uno saca), así que me escondí hasta pensar en algún pretexto. Ni siquiera recuerdo qué inventé. En cuanto llegué, el dueño del bar le dio indicaciones a Soso. Él se levantó y yo lo seguí. Fue a la terraza. No le dije nada mientras lo seguía. Esperé hasta que la música bajó de nuevo.
—¿Qué pasó?, ¿no vas a poder estar con nosotros?
Se dio la vuela y entonces la vi sobre el hombro de Soso. Ni siquiera recuerdo qué explicación me dio él, seguramente nunca me enteré. Ya la había visto antes con esa misma máscara de puma difícil de olvidar, con imitación de pelaje, o tal vez pelaje autentico, cubriéndole de la nariz a la frente. Llevaba puesta una holgada blusa púrpura y miraba ajena a las luces de la ciudad apoyada en la barda de la terraza. Estaba seguro de haberla visto antes, pero ¿dónde? La mejilla, boca y mentón eran las mismas, misma morfología, misma piel, y, lo más importante, la misma máscara.

  • ¿Entendiste cómo le vamos a hacer?- me dijo mientras caminaba y se perdía entre la muchedumbre. - Simón orita nomás la saludo y ya. Soso no me escuchó nada después del nomás. En fin me dio la oportunidad de sentirme integrado y verla más cómodamente a los ojos (sus ojos invisibles tras los ojos de la máscara).
    —Hola, qué sorpresa. — Ella habló primero. Entonces ya no tuve duda de que la conocía.
    —Hola… ¿cómo has estado?
    Miré alrededor sólo para percatarme de que ella era la única con máscara.
    —Bien, ¿y tú?
    —También… ¿Y tu amiga? La de la otra vez...

¿Cuál amiga? No importaba, solo le pregunté pero tal vez eso me ayudaría a recordar dónde la había visto, ¿aquí?, tal vez en Veracruz, o en el D.F. o en Morelia. Se inclinó como protesta al tiempo que duré sin responderle.
—Bien, eso creo.
—Qué bueno.
No supe su expresión; sin los ojos, la mueca hecha por la boca resulta más incógnita de lo que suelen ser las expresiones femeninas, que de por sí ya son complicadas. Intentó decirme algo, luego miró de nuevo la ciudad.
—Bien, me tengo que ir, adiós.
Y se despidió con un beso en simple en mi boca. De más está decir que no me lo esperaba. Caminó hacia la salida inmediatamente después. Dejó una pequeña gota de saliva en mi labio; al lamerla sentí un sabor mucho más ácido que cualquier otro de esa clase que hubiera probado antes, además de un estremecimiento que me llegó hasta el pecho…fue como un disparo.
—¡No, espera!, vamos a festejarle a un amigo su cumpleaños, ¿no nos puedes acompañar?
No me respondió.
Ya estaba yo corriendo tras ella. Tomó una escalera diferente, de concreto que daba directo al sótano donde está el estacionamiento; pude alcanzarla ahí. La tomé del hombro y repetí:
-¿Segura que tienes que irte en este momento?
Se dio la vuelta y pude ver sus ojos, los ojos de la máscara. Me pregunté cómo era que podía ver a través de ellos. No fue romántico, eran ojos salvajes y agresivos, misteriosos como nebulosas. Nunca había mirado a un puma a los ojos, no sabía si era una fiel imitación o un artilugio complejo, pero inexacto.
Los ojos no se movieron. Bajó la frente por breves segundos. La subió de nuevo para besarme otra vez, esta vez lo hizo como besan los amantes. El mismo sabor, pero el estremecer fue equivalente al acto, me hizo caer, con ella abrazada, al piso.
Tome un poco de whisky caliente y hágalo vibrar a magnitud supersónica, encapsúlelo y dispare el ente en movimiento directamente a su estómago, tal vez si explota con suficiente fuerza en sus entrañas entenderá lo que sentí.
Una vez más miré esos ojos. Inmediatamente después los evité, preferí ver los pómulos de la máscara; el pelaje era tan real que no pude evitar hacer el intento de acariciarlo, estuve a punto, pero me interrumpió.
—Sígueme.
Con un movimiento se puso de pie y me esperó hasta que empecé a seguirla.
Entró por una puerta tras la cual había escaleras y después un túnel. Corría, no caminaba, evitaba frecuentemente cables de tres colores y tuberías de latón que aparecían en su camino. Yo no fui tan ágil, la oscuridad apenas iluminada por tristes farolas incandescentes me entorpecía. Se volteaba y me esperaba, pero guardaba la distancia. Había controles en las paredes y mensajes fluorescentes; supuse que estábamos en las entrañas del metro, lo que los pasajeros nunca ven.
Durante varios minutos intenté recordar… ¿En Monterrey? ¿En San Luis? … se agotaban mis escasos destinos.
Seguimos por una tubería de concreto que se inclinaba hacia arriba, totalmente a oscuras; el tacto me reveló que había barras que servían de escaleras para subir. Al salir se encendió una luz tenue.
En esta ciudad, que una trampilla termine en una habitación reducida y de tipo vintage no es sorprendente. Ella estaba ya recostada en una camaquitándose la holgada blusa púrpura. Movió la cabeza para indicarme que cerrara la trampilla de la que ambos salimos. No dije nada, obedecí. Me senté junto a ella. Otra vez las nebulosas salvajes, otra vez el whisky supersónico…otra vez el deseo de acariciar la máscara. Su mano no me dejó tocarle los pómulos.
—¡Vete!— Me señaló una puerta.
—¿Por qué?, sólo quería…
—¡Querías quitarme la máscara!
Me puse de pie. Di dos pasos.
-No sé regresar- le dije ya de espaldas.
“Supuse que estábamos quitándonos las cosas”, pensé.
—Espera… Quédate.
Apagó la luz. Dejé caer la ropa al piso.
Que ronroneara, que me arañara la espalda, que mordiera mi hombro, ese estremecer que fluía de su boca…dicen que en el Valhala los segundos son eternos.
Mi trance se detuvo cuando sentí su peso escapar de la cama, tras ello, escuché la puerta cerrarse. La seguí tan rápido como pude, abandonando toda ropa interior en aquella habitación. Cuando salí del edificio ya no había rastro de su existencia.
Decidí que debía regresar a la fiesta de Falco. Abordé un taxi y le di la coordenada.
Conforme se movía el vehículo, yo regresaba al mundo real. Tardó poco, unas cuadras. Antes de subir al tercer piso quise entrar al baño para peinarme, tal vez quitarme las manchas rojas del cuello. Frente al espejo vi las huellas de puma en mi camisa y las nebulosas salvajes en mi rostro.
El mundo se cae a pedazos y yo decidí aferrarme al más ligero... ... ahora los satélites sufren de tormentas de arena...

Sort:  

No sabía que escribías cosas así de heroticas