Solo con el roce de sus labios sufrí de hiperactividad en mis sentidos, me encontraba en el limbo la lujuria y el placer nuevamente unidos.
Ella era mágica, la velada nunca fue nostálgica el lugar se llenaba de calma transcurriendo la noche me adentraba en su alma sin importar el alrededor solo ella y yo, dejando hablar nuestros cuerpos y dándole paso a la acción.
Me susurraba al oído cuanto me amaba, su voz desgastada me erizaba la piel con cada palabra, estaba atado a ella no lo podía negar perdí conciencia de mi ser cuando la escuche suspirar y sin tanto palabreo la comencé a desnudar.
Despojados de prenda nuestros cuerpos desnudos y yo contemplando el universo que se escondía en la aureola de sus senos puede parecer perverso este evento fortuito, pero escucharla gemir parecía que estaba escrito.
La habitación se llenaba de tensión, el calor evaporaba el sudor producto del amor era hermoso; Valía la pena, aquella noche solitaria jugamos a ser Dios y nos hicimos creer que estábamos rotos por dentro sintiendo la urgencia de amarnos sin compasión.
El momento era el perfecto concepto para la ley de atracción se desprendían sentimientos que hacían perder la noción, hasta el tiempo fue testigo y los segundos parecían infinitos las voces del silencio pegaban gritos y las caricias eran el boleto al paraíso.
En esta habitación donde la luz es proporcionada por las velas, hasta la brisa entraba con cautela previniendo apagar la chispa que encendía la mecha, el mundo era diminuto lo demás no importaba y a mí solo me importaba ella.