"Todo en exceso es malo", como dice el dicho. Me gusta indagar en este tipo de premisas filosóficas porque lo que siempre queda es una reflexión profunda, que puede cambiar el carácter y la toma de decisiones, de manera inmediata o paulatina.
El dilema del erizo nos plantea también que como seres sensibles, no sólo sentimos frío y/o necesitamos calor, sino también que a toda relación que entramos, lo hacemos buscando algo que necesitamos y que no está dentro de nosotros mismos. Que debemos conectar con terceros, con quienes están en nuestro entorno y eso tiene siempre un riesgo. Las relaciones entre personas que se vuelven difíciles, con el tiempo, se transforman así no necesariamente porque las púas del otro nos alcanzan, sino porque aún cuando no nos tocan, son difíciles de obviar. Todo lo que hacemos implica riesgo y temor pero nadie ha dicho nunca que lo mejor viene fácil.
Si, en realidad es así. Aunque no lo consideremos al principio, todas las interacciones humanas implican cierta cuota de cambio o púas. Y esas experiencias con otros son las que no solo nos quitan el frio, sino que nos enseñan nuevas partes de nuestras propias púas.
-A.