No era el atardecer,
ni el rocío.
No era la pureza del pétalo,
ni la gota que de él se escapaba.
La magia no estaba allí,
ni en sus vientos de seda,
ni en los susurros de terciopelo.
Estaba en la ilusión
y en aquel anhelo que ofusca.
No era el atardecer,
ni el rocío.
No era la pureza del pétalo,
ni la gota que de él se escapaba.
La magia no estaba allí,
ni en sus vientos de seda,
ni en los susurros de terciopelo.
Estaba en la ilusión
y en aquel anhelo que ofusca.
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