Pájara se ha tomado una fotografía, con la que se ha sentido muñeca de porcelana, por vérsele toda la cara perfecta e inundada de inocencia. Pájara se ha sentido niña y hasta perfecta, sabiendo que no existe la perfección, ella casi la ha tocado, la ha rozado con la punta de sus dedos y la ha dejado ir.
Pájara se pintó de rojo, y no por la pasión sino más bien por la vida. Porque pájara ama los pecados desconocidos, esos que nadie entiende y que acarician el alma. Esos pecados que más que por ser malos, son pecados por ser incomprensibles.