Los anfibios están entre nosotros

El período de invierno ya inició para quedarse en mi país (Venezuela). Nuestro invierno es muy peculiar, con mucho sol y calor. Algunas veces baja la temperatura en las noches si tenemos suerte pero normalmente la realidad es que haga más calor.

Este invierno me hizo recordar que hace un año exactamente me sucedió algo digno de contar en el programa radial de “Nuestro insólito universo”

Me encontraba con mi esposo camino al Municipio San Diego de la ciudad de Valencia en una moto Superlight. El cielo se iba oscureciendo muy aprisa y de un momento a otro entre rayos y truenos comenzó a llover torrencialmente. Las gotas de lluvia caían con tal fuerza que lastimaban nuestros rostros impidiendo nuestra visibilidad en el camino.

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Poco a poco los vehículos a nuestro alrededor redujeron la velocidad produciendo una congestión en el tráfico. Caía la noche y el agua iba subiendo de nivel cada vez más produciendo desperfectos en algunos automóviles hasta quedar accidentados en el hombrillo de la autopista.

El frío y el viento comenzaron a entumecer nuestros cuerpos, era una lucha permanecer aun rodando y nos fuimos acercando al tercer carril con la esperanza de encontrar pronto un refugio; pero no fue así.

El tercer carril resultó una ilusión, al acercarnos nos hundimos hasta la mitad del cuerpo y sin dejar de rodar ni un segundo la moto siguió su marcha rápidamente hasta sacarnos nuevamente a la vía. En ningún momento se apagó. Lo que si se apagó fueron las ganas de seguir en ese lugar y entre susto, sorpresa y alegría nos marchamos chorreando agua por todos lados.

Sin parar ni un segundo seguimos nuestro camino a casa con el temor de que si la moto se apagara en algún momento nos quedaríamos no solo mojados y con frio sino accidentados en medio de la noche.

Llegamos a casa lo más rápido que pudimos y solo le pedimos a Dios que la mañana siguiente volviera a prender la moto.

Nuestra sorpresa fue que si lo hizo sin embargo presentó daños en la batería que se solucionaron comprándole otra. Nos alegró muchísimo lo buena y fiel que fue la moto. No dudo que Dios nos acompañó porque fue todo un milagro.

Al día siguiente mi esposo volvió a la misma vía donde estuvimos para averiguar dónde habíamos caído y su sorpresa fue que era una gran cuneta que fue tapada por el agua el día anterior.

Los milagros existen y las motos anfibias también.

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