¡Hola, gente de Steemit! Hoy tengo el placer de compartir con ustedes otro cuento que me gusta mucho porque a través de él promuevo la lectura. Considero que es de suma importancia prestar atención a la generación de relevo, y procurarles una crianza respetuosa en la que se promuevan valores con amor. Y es por esta razón que me gusta escribir tanto para los niños, porque en el juego de la imaginación, al que invita la lectura, ellos encuentran grandes aprendizajes que llevarán para toda su vida. Mi objetivo final es que, tanto adultos como niños, se encuentren en estas líneas y las disfruten tanto como yo disfruté creándolas. ¡Saludos!
La rebelión de la lectura
Una casa vistosa, hermosa, de paredes blancas, muy limpia, y adentro: grandes muebles, muy bien cuidados, una mesa de roble con portarretratos de grandes sonrisas, logros obtenidos, medallas ganadas, también había una vitrina con adornos de porcelana, sin una mota de polvo, y cuadros dibujados de renombre, de honorabilidad, perfectamente colocados en las paredes, alumbrados con una luz tenue para recrear un ambiente de galería. No podía faltar la biblioteca de 18 tramos que se extendía por una pared entera de la casa, con toda clase de libros (infantiles, narrativos, clásicos, novelas, de cocina: pequeños, grandes, gruesos finitos. Y, el primer golpe: un libro cae al suelo. Así, un segundo golpe y cae otro libro. Y, el estruendo, se vienen abajo y caen abiertos la mayoría de los libros que ni una sola vez han sentido el calor de unas manos en aquella casa, solo un plumero los recorre cada día, pero no unos ojos hambrientos de conocimientos o una cabeza que quiere llenarse de aventuras e historias increíbles. Existen, pero para ser el adorno, la muestra de que en aquella casa hay un aire de intelectualidad inexistente.
De aquellas páginas se escapan las letras, todas las palabras, los acentos, las diéresis, los números, todos los signos de puntuación. Se apoderan de las sillas, buscaron jugo y galletas y así armaron una reunión.
― ¡Ya basta!
Se unían las palabras en un solo reclamo.
― No puede ser posible que nadie nos lea, que nadie recorra nuestras páginas.
― Algo tenemos que hacer, no podemos quedarnos en un rincón cuando tenemos tanto para ofrecer.
― Queremos trabajar, queremos servir de algo, no puede ser que en nuestra larguísima vida destinada a ver generaciones y generaciones no seamos útiles ni siquiera para una tarea de colegio.
Y así se armó una gran algarabía, cada uno tenía una historia que contar, pero para no extender la reunión interrumpió el punto y aparte para idear un plan que pusiera punto y final a esa situación de olvido.
En la mañana siguiente, el servicio de limpieza llegó como de costumbre muy temprano y encontraron todos los libros esparcidos; pensando que un temblor había sacudido la casa volvieron a colocarlos en su lugar, sin darse cuenta que estaban heridos de vacío, que ya las palabras no los habitaban, nadie prestó atención, estaban más concentrados en prender la televisión, con el control en mano y el dedo pulsando el botón de encendido varias veces no hacía nada, no funcionaba, el recorrido fue entonces hasta el mismo televisor, el botón de éste tampoco hacia encender el aparato, una revisión rápida al cable dejaba claro que no estaba desenchufado y la luz encendida de la cocina revelaba que no era por falta de electricidad. Unos golpecitos tímidos al televisor no lo hicieron revivir, resignados siguieron trabajando, no les competía a ellos llamar al técnico.
Más tarde se levantó la señora, caminando de manera autómata a la cocina se sirvió su café de costumbre y como religiosamente hacía conectó su radio: ningún locutor en el aparato, ningún tema, ninguna pauta publicitaria, solo interferencia, ruido de silencio. El teléfono “la salvación” pensó… y éste se había quedado en la noche, dormido aun y sin ánimos de despertar. También siguió el ritual del televisor que una vez más no mostró intención de reaccionar, ni el de la sala, ni el de su cuarto, ni el del patio, ni los otros cuatro que se encontraban distribuidos por cada una de las habitaciones de la casa. ¿Qué sucedía? No había tiempo de averiguarlo, debía ir a trabajar, de camino a su oficina contactaría a un técnico, y se fue dejando a su pequeño descansar porque era sábado.
Pero a las 9:30 ya era hora de despertar, por eso el niño disparado de su cama, y sin cepillar sus dientes tomó su videojuego para retomar la partida que el día anterior, y el anterior, y el anterior lo mantuvo cautivo y casi sin apetito, para descubrir con gran desilusión que este no funcionaba. Le dio golpes, presionaba el botón de encendido una y otra vez y nada, probó con los otros botones, tampoco obtuvo otro resultado más que el de aumentar su frustración. Pidió ayuda a la señora que lo cuidaba y como esta no pudo resolver nada armó tremenda pataleta, luego de llorar inconsolablemente por largo rato se resignó a la pérdida, se dio un baño, cepilló sus dientes y pidió ser llevado al parquecito de la esquina para distraerse de alguna manera.
La casa quedó sola nuevamente y las palabras salieron de los televisores, algunas letras de la radio, los números de los teléfonos, los signos de puntuación de los videojuegos. Todos los aparatos sulfatados, con cables desconectados, con condensadores quemados, resistencias despegadas de las tarjetas madre. No quedó ningún aparato vivo, pero también hubo bajas en la fila de la literatura y, aun así, contentas las partes fundamentales de las historias, muchas con sus heridas de guerra fueron habitando poco a poco los libros.
Y esa noche, la gran victoria, bajo la linda luz de la sala: mamá, papá, e hijo. Cada uno con libro en mano comenzaron a coser pedacitos de historia en sus corazones con el dulce hábito de la lectura.
De aquellas páginas se escapan las letras, todas las palabras, los acentos, las diéresis, los números, todos los signos de puntuación. Se apoderan de las sillas, buscaron jugo y galletas y así armaron una reunión.
― ¡Ya basta!
Se unían las palabras en un solo reclamo.
― No puede ser posible que nadie nos lea, que nadie recorra nuestras páginas.
― Algo tenemos que hacer, no podemos quedarnos en un rincón cuando tenemos tanto para ofrecer.
― Queremos trabajar, queremos servir de algo, no puede ser que en nuestra larguísima vida destinada a ver generaciones y generaciones no seamos útiles ni siquiera para una tarea de colegio.
Y así se armó una gran algarabía, cada uno tenía una historia que contar, pero para no extender la reunión interrumpió el punto y aparte para idear un plan que pusiera punto y final a esa situación de olvido.
En la mañana siguiente, el servicio de limpieza llegó como de costumbre muy temprano y encontraron todos los libros esparcidos; pensando que un temblor había sacudido la casa volvieron a colocarlos en su lugar, sin darse cuenta que estaban heridos de vacío, que ya las palabras no los habitaban, nadie prestó atención, estaban más concentrados en prender la televisión, con el control en mano y el dedo pulsando el botón de encendido varias veces no hacía nada, no funcionaba, el recorrido fue entonces hasta el mismo televisor, el botón de éste tampoco hacia encender el aparato, una revisión rápida al cable dejaba claro que no estaba desenchufado y la luz encendida de la cocina revelaba que no era por falta de electricidad. Unos golpecitos tímidos al televisor no lo hicieron revivir, resignados siguieron trabajando, no les competía a ellos llamar al técnico.
Más tarde se levantó la señora, caminando de manera autómata a la cocina se sirvió su café de costumbre y como religiosamente hacía conectó su radio: ningún locutor en el aparato, ningún tema, ninguna pauta publicitaria, solo interferencia, ruido de silencio. El teléfono “la salvación” pensó… y éste se había quedado en la noche, dormido aun y sin ánimos de despertar. También siguió el ritual del televisor que una vez más no mostró intención de reaccionar, ni el de la sala, ni el de su cuarto, ni el del patio, ni los otros cuatro que se encontraban distribuidos por cada una de las habitaciones de la casa. ¿Qué sucedía? No había tiempo de averiguarlo, debía ir a trabajar, de camino a su oficina contactaría a un técnico, y se fue dejando a su pequeño descansar porque era sábado.
Pero a las 9:30 ya era hora de despertar, por eso el niño disparado de su cama, y sin cepillar sus dientes tomó su videojuego para retomar la partida que el día anterior, y el anterior, y el anterior lo mantuvo cautivo y casi sin apetito, para descubrir con gran desilusión que este no funcionaba. Le dio golpes, presionaba el botón de encendido una y otra vez y nada, probó con los otros botones, tampoco obtuvo otro resultado más que el de aumentar su frustración. Pidió ayuda a la señora que lo cuidaba y como esta no pudo resolver nada armó tremenda pataleta, luego de llorar inconsolablemente por largo rato se resignó a la pérdida, se dio un baño, cepilló sus dientes y pidió ser llevado al parquecito de la esquina para distraerse de alguna manera.
La casa quedó sola nuevamente y las palabras salieron de los televisores, algunas letras de la radio, los números de los teléfonos, los signos de puntuación de los videojuegos. Todos los aparatos sulfatados, con cables desconectados, con condensadores quemados, resistencias despegadas de las tarjetas madre. No quedó ningún aparato vivo, pero también hubo bajas en la fila de la literatura y, aun así, contentas las partes fundamentales de las historias, muchas con sus heridas de guerra fueron habitando poco a poco los libros.
Y esa noche, la gran victoria, bajo la linda luz de la sala: mamá, papá, e hijo. Cada uno con libro en mano comenzaron a coser pedacitos de historia en sus corazones con el dulce hábito de la lectura.
Alejandra Fernández Leonet
Un brindis por la lectura que nos ofreces alejandraleonet
Hasta pronto!
Muchas gracias @avellana. Me paseé por tu blog, tienes un contenido genial, ya te sigo. Nos estaremos leyendo. ¡Saludos!