Desde hace un tiempo ya, venimos escuchando los susurros y balbuceos tras la puerta cerrada de unas conversaciones enclaustradas, donde presuntamente el futuro de los venezolanos está siendo definitivamente decidido.

Así lo espetan reputados analíticos casi con efectos de cosa juzgada sobre sus propias aseveraciones dramáticas, sin que el pueblo venezolano esté tomando postura de alguna manera; y aquí no vale el argumento de la democracia representativa, pues la legitimidad de origen y de curso que pudieron haber obtenido aquellos sentados tras las fronteras de venezuela, lo perdieron hace mucho, pero no como un objeto que se tiene fuera de vista y no se encuentra, sino como un bien preciado destruido, agrietado, que perdió su utilidad, y por lo tanto, se perdió casi irreparablemente.

La realidad es que un misterio envuelve a todas estas conversaciones, diera la impresión que hasta entre los mismos interlocutores reina el secretismo, el desconocimiento y la confusión; pues lo intentos fallidos de crear una matriz de opinión pública con respecto a lo que vienen tejiendo con palabras, es inmediatamente refutado por los demás integrantes de esta suerte de secta en la que se convirtió la mesa de dialogo.

Pero lo que está comiéndonos los nervios son las múltiples respuestas a la pregunta de qué se está hablando en aquél cónclave realmente, cuál es el propósito de sus integrantes. Hay algunos atrevidos que asoman que se está gestando la propuesta del candidato unitario, buscando traer los efectos que supuso la candidatura de Diógenes Escalantes para la administración posterior a Medina Angarita en aquellos tiempos de incipiente y primitiva –neerdental– democracia.

Hablaremos en esta oportunidad de esta primer planteamiento un tanto distópico:

La designación de un sólo rostro, consensuado por las dos alas de la política Venezolana, Gobierno y Oposición, sería cultivo de insultos, improperios y múltiples maldiciones, en su debut; pero en el transcurso de la película, sin detenernos a valorar o ponderar el honor, prestigio y respeto que puedan tener estos personeros, la escogencia de un mismo candidato es expresión fidedigna de que aquellos que actualmente detentan el gobierno, están apostando y avizorando un cambio en el Ejecutivo, por lo tanto en el sistema, en el Estado y en toda Venezuela. Es un abandono de las plazas de una manera paulatina, una huida de a pasos cortos, que de una u otra manera significaría una transición sin más ni menos.

Es de conocimiento público el desconcierto y repudio vomitivo que generaría en la población venezolana –la exiliada y la que aún se esconde aquí adentro– el hecho de ver el estrechón de manos entre los líderes de la oposición con los tiranos, asesinos y degolladores de jóvenes, puesto que sí se puede interpetrar como una sumisión, un rendición definitiva a los pies del enemigo, a quién se le pide clemencia, o mejor dicho, perdón. El arrepentimiento no debe recaer en nosotros que libramos las cruzadas contra el régimen, con ímpetu y vigorisidad, sino en las divisiones de dirección política que no supieron canalizar la fuerza de las circunstancias que estaban haciendo temblar el suelo desde Miraflores hacia todas las instituciones públicas pérfidas y engangrenadas por las corrupción y las prácticas desleales; por lo que sí ellos, que nos representan, siguen en los cargos de gerencia de la ciudadanía venezolana, tendrán que cambiar sus estratégias, porque en el campo de batalla terminaron siendo completamente asediados.

No dista mucho de la fantasía esta hipótesis, es cierto; pero es una posibilidad que de concretarse debemos analizar con razonamiento crítico y sin exaltaciones de pasiones e indignación, evaluando las posibilidades para transformar ese cambio de banda presidencial en un verdadero cambio político.