Capítulo 56 | Alma sacrificada [Parte 2]

in #spanish6 years ago

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Mis ojos se ampliaron ante la llamarada de fuego que abrazó el lado izquierdo del edificio. Las llamas escalaban las ventanas, quebraban los vidrios y lanzaban trozos de madera sobre nosotros. El hombre colocó su brazo sobre mi pecho y me alejó del impacto de una de las vigas. El sonido que producía el fuego, era similar a un incendio forestal. El calor abrazador apenas lo sentí en mi piel, a medida que mi ojo se llenaba de lágrimas y una presión tremenda aplastaba mi pecho, evitando pronunciar palabras.

El hombre les pidió a sus hombres que le indicaran lo que sucedía dentro del edificio. Ellos no respondieron de inmediato. Él insistió reiteradas veces, hasta que el sonido de la estática llenó el radio. Por temor a pedirles a sus hombres que entraran y se expusieran al fuego, permaneció a mi lado, con las manos en su cabeza. Ira brutal corrió por mis venas y chocó con mi corazón. ¿Cómo era posible que esperaran a unas personas que ni siquiera se apersonaban o mostraban indicios de cercanía?
El fuego se expandía, el calor aumentaba, el sonido taladraba mis oídos y mi cuerpo entró en un estado de shock. El malestar, el dolor, las heridas, la presión, el jadeo compulsivo o el acelerado corazón, cesó tras entender que nadie haría nada por ellos. No me resignaría a ver morir a mi madre, a Ezra o al miserable de Leonard. Una muerte como esa era poco para lo que el malnacido merecía. La ira, el dolor, la angustia y la desesperación, proyectaron un futuro alterno en el cual salvaba a las personas amadas.
Con una mano en mi garganta y la otra sobre mi muslo izquierdo, le grité al oficial que no hacía nada más que mirar cómo el edificio frente a él se caía en pedazos.
—Tiene que sacarlos. ¡Tiene que sacarlos ahora!
El hombre parpadeó y volvió en sí tras escuchar mis palabras. Pasó una mano por su rostro y pulió el bigote. No sabía qué hacer ante algo como eso. Sus hombres no eran bomberos, no eran rescatistas o paramédicos, eso lo sabía, sin embargo, verlo allí tan quieto, tan resignado a que todos murieran, me hizo apretar su brazo con todas mis fuerzas y sentir el pulso en su músculo. Por su culpa no moriría mi única familia.
El hombre bajó la mirada a su antebrazo y quitó con lentitud los dedos de su piel.
—Hacemos lo posible. —Cuando sus labios se adhirieron, el sonido gutural y entrecortado de su radio anunció lo que sucedía—. Mis hombres me informan que las bombas fueron implantadas en el suelo bajo el edificio, y en el primer piso. Sé que esta desesperada por su familia, pero la ayuda viene en camino. No podemos hacer más.
—¡No es suficiente! —grité y solté más lágrimas—. Son incompetentes.
Miré de nuevo la escena ante mí, el acordonado en la parte frontal del edificio y las voces de las personas que esperábamos respuestas. Mi familia se encontraba en el tercer piso, cubiertos de hollín, con sangre bajo su cuerpo y quizás una agonizante respiración que no llegaría a ser salvada. No era justo que nos quedáramos allí, estáticos, mirando cómo las vidas se perdían, sin poder hacer nada para cambiar el rumbo del destino.
Giré en su dirección y golpeé su pecho. El dolor atravesó mi pecho y llegó de nuevo a mi cuello. Inhalé y lo empujé de nuevo, con ambas manos pegadas a su pecho y la insignia que solo le servía para pasar fácilmente en la línea de la cafetería. Esa maldita insignia quemaba su pecho, al igual que el calor y las llamas convertían en carbón a sus hombres y a mi madre. Limpié mis lágrimas con el inverso de la mano y lo empujé de nuevo. Lo maldije por ser incompetente. Lo empujé de nuevo, y él detuvo mis manos.
—Cálmese, señorita Connick —articuló con sus manos envolviendo mis muñecas.
—¿Cómo quiere que me calme si mi madre esta ahí arriba? —vociferé con todas mis fuerzas—. ¿Quiere que la deje morir porque ustedes no son eficientes?
—Nunca le pediría algo como eso. —Soltó mis manos y tragó saliva. Miró mis ojos con firmeza, sin titubeos, para pedirme algo que para él era una insignificancia, no obstante, para mí significaba todo al mismo tiempo—. Tenga paciencia. Eso le pido.
No podía tolerar tanta incompetencia. Pasó una eternidad desde que ellos entraron a recuperarlos, él pidió ayuda por el radio y el edificio comenzó a quemarse. Cada segundo que pasaba, un trozo del edificio caía, las llamas entraban a otros pisos y el sonido del fuego corriendo por el suelo erizaba la piel de mis brazos. Tragué grueso al escuchar algo similar a un grito desgarrador, proveniente del lado derecho. Mi cuello se templó, mis manos subieron al corazón y las lágrimas corrieron por mi mejilla.
¿Debía quedarme allí como el oficial y esperar un milagro divino? No. No me lancé por esos escalones, no me arrastré por el piso, no sacrifiqué mi propio bienestar, para que ellos acabaran con lo que quise y deseé. No fui valiente, no soporté mi dolor, no aguanté las lágrimas ni me tragué el malestar, para que unas personas que no sentía dolor por lo ajeno los dejaran morir. Lo próximo que pensé y ejecuté, no estaba en mis planes, nunca lo estuvo, pero nuestra historia no siguió el plan de lo convencional.
Limpié mis lágrimas, tragué saliva y apreté mi labio inferior entre los dientes. El escozor de la herida en el labio inferior, junto a la sangre que aún teñía la piel, me hizo cerrar los ojos ante una idea tan descabellada como subir yo misma a buscarlos. Tracé una trayectoria desde mi punto exterior hasta las puertas y las escaleras. Las llamas aún no arropaban esa zona, así que tenía cierta ventaja hasta que pudieran sujetarme.
El oficial trotó cuando el camión de los bomberos sonó en la distancia. Tardarían dos o más minutos en llegar, bajar, subir la escalera, la camilla o sabría Dios qué demonios usarían para sacarlos. Pensé que si tuve la fortaleza de bajar los escalones y pedir ayuda, podría terminar mi labor, podría ayudar. Samantha Connick era el nombre de la mujer que se convertiría en una luchadora y una persona valiente.
—Yo misma entraré —mascullé con la mirada en la abertura más grande.
Arrastré mi pierna lastimada y tiré del cercado perimetral que colocaron para impedir el paso de las personas. Tiré de uno de los extremos y lo arrojé al suelo. Cada una de las personas estaba distraída en su trabajo de rescate y en proteger el perímetro de las personas que se acercaban a observar. Caminé con la fija mirada en las puertas. Mi corazón se aceleró al sentir el calor escocer mi piel. No cerré el ojo o respiré profundo. Seguí adelante, con un único objetivo: hacer lo imposible para salvarlos.
—¡Deténgase! —gritó una persona detrás.
No miré atrás. Seguí adelante, hasta pisar el terreno flojo de la puerta. Me impulsaba hacia adelante cuando una mano se ciñó en mi codo y tiró hacia atrás. Sentí la tensión en mi antebrazo y un dolor que abrazó mi piel. La sangre seguía taladrando mis papilas gustativas y el aroma de la madera quemada atizó mis fosas nasales. Giré medio cuerpo hacia él, hacia los mismos ojos que me dijeron que no podían hacer más.
—Déjeme —pronuncié entre dientes. Él negó con la cabeza e inclinó su rostro a la izquierda cuando otro trozo de techo se desplomó. Tan cerca de la meta no declinaría. Si él era tan cobarde como para no entrar, yo no lo era—. ¡Suélteme o lo demandaré!
—No puedo dejarla ir —aseguró con la mirada en mis ojos.
—¡Es mi jodida familia la que esta allí adentro quemándose! —Mi voz se entrecortó y de nuevo el nudo afloró en mis palabras—. ¿Qué haría usted? Y dígame la verdad.
El hombre miró fijamente mis ojos, no titubeó. Mi garganta se trancó ante el humo del fuego. Tosí y él permaneció con los ojos abiertos. Más lágrimas atizaron mi ojo, junto a un dolor que no solo era físico. El oficial movió la nuez en su garganta y bajó la mirada a mi cuerpo. Me estudió, me escaneó, como si mi estado físico le comprobara que no era débil, ni una de esas chicas que querían ser rescatadas. Yo misma me valí para llegar abajo, para llamarlos. Eso me daba confianza y me inflaba el pecho.
Por un instante imaginé que armaría un escándalo o me sacaría arrastras de allí. Imaginé una escena donde tiraba de mi brazo y me lanzaba contra la camilla, cerraba las puertas de la ambulancia y regresaba al edificio. Pensé que sería un maldito desgraciado sin corazón que me impediría cumplir con mi tarea, con mi destino. Quizá fueron las lágrimas, la tristeza en mi mirada o ese rostro magullado que a cualquiera aterraba.
La verdad fue que nunca lo supe. Nunca supe por qué el hombre soltó mi brazo y retrocedió. Nunca supe por qué me dejó ir, al fuego, al peligro, cuando su labor siempre sería resguardar las vidas. Imaginé lo peor: seguro él pensó que nunca me repondría si esas personas morían por mi culpa; seguro pensó que nunca me perdonaría poder hacer algo y no ejecutarlo. Tenía las herramientas en mis manos y él me dejó usarlas.
Parte de mi ser quería agradecerle por tan magnánima manera de lanzar años de educación por la borda. De igual forma asentí y giré de inmediato a la zona oscura. El humo entró por mi ojo y el picor atizó mis párpados. Entrecerré los ojos, llevé una mano a mi rostro y busqué las escaleras. No escuchaba voces, gritos, botas contra el suelo o algún indicio de vida en los pisos de arriba. Mi corazón se aceleró aún más, si tan solo fuese posible. Tanteé la pared en busca de las huellas de mis dedos.
Quería reconocer lo que veía o sentía, pero el denso humo me impedía observar. En su lugar y como la manera más factible de saber si alguien seguía con vida, grité.
—¡Mamá!
Grité varias veces, reiteradas. Deslicé mis pies hacia adelante, antes de sentir como un trozo de algo caía sobre mí. Una ventana se quebró y los vidrios cayeron contra mí. Sentí el ardor del cristal romper mi cuello y parte de mi cuero cabelludo. Continué, sin miedo a lo que me deparaba el piso de arriba. Tanteé más la pared y arrastré por pies, hasta sentir el choque con el primer escalón del segundo piso. Tragué saliva y evité respirar por la nariz, aunque el humo quemaba en mi garganta como brazas encendidas.
Me impulsé hacia adelante y comencé a subir las escaleras. Seguí gritando su nombre como una desequilibrada, al punto de sentirme ahogada por el humo inhalado. Mi ojo se mantuvo cerrado, mi espalda se recostó a la pared del piso. Mi pierna comenzó a flaquear de nuevo. Hubiese caído al suelo, de no ser por un hombre que me sostuvo por la cintura. Sentí su fuerte agarre cubriendo mi espalda y el color amarillo quemar mi ojo bueno. Aclaré la mirada al soltar la lágrima y observar al bombero.
—Tiene que acompañarnos.
Aun en trance como estaba, me desligué de su agarre.
—Suélteme —articulé más como un jadeo que como una petición—. ¡Mamá!
—¡Tiene que salir de aquí! —gruñó el hombre—. El edificio se caerá.
—No me iré sin ella —afirmé al empujar su cuerpo.
El hombre tiró de nuevo de mi cintura. No sabía que tenía costillas rotas, así que me presionó con la fuerza suficiente para provocarme un alarido de dolor. Tragué mis quejidos, mis sollozos y mis lágrimas. Si veía que estaba más lastimada de lo que mi rostro marcaba, me haría regresar. Coloqué ambas manos sobre las suyas y tiré de sus dedos fuera de los míos. Inhalé el aroma del agua y un rocío que caía sobre mi cuerpo.
Los bomberos comenzaron a combatir el fuego. La radio de él se encendió cuando un último sonido atestó por completo en mis tímpanos. Esa última explosión me terminó de soltar de los brazos del bombero y me inclinó hacia adelante. Mis oídos zumbaban ante el ensordecedor sonido, mi pierna tembló por el movimiento bajo la planta del pie y mis brazos se sujetaron de los escalones. Fue un sonido que erizó mi piel, despertó por completo mi entumecimiento y me impulsó a seguir adelante.
—Las bombas explotaron —escuché que le informaron—. ¡Salgan ahora!
No me interesaba detenerme a escuchar un llamado que les hicieron desde que los primeros policías entraron. Un cuerpo me hizo tropezar. Perdí por completo el equilibrio. Mi cuerpo cayó de lado, hacia el filo de la escalera. Todo fue tan macabro, tan planeado por el verdugo de la muerte, que aunque el bombero extendió su brazo para sujetarme, mi cuerpo se desplomó como una hoja al suelo. El mareo fue tan grande, que lo siguiente que sentí fue un duro golpe que me estampó de lleno contra el suelo.
Mi ojo permaneció abierto. Mi cuerpo entero se sentía como gelatina caliente. No podía mover ni una pestaña siquiera. Entré en un estado nuevo: moribunda. Escuché pasos acercarse a mí, antes de sucumbir ante una terrible oscuridad. No supe de mí en no sé cuánto tiempo, hasta que el movimiento de algo me regresó un poco de vida.
—¿Señorita Connick? —Una voz masculina llamó—. ¿Puede oírme?
Escuchaba todo tan distante, sentía algo frío en mi brazo y algo ajustado en mi rostro. No podía abrir los ojos, no podía decir palabra alguna. Estaba en catarsis total de lo que alguna vez fui. El movimiento se volvía rítmico, mi cuerpo se sentía estático, liviano, como si no me perteneciera. No sentía absolutamente nada, ni siquiera la lengua hinchada dentro de mi boca. Solo podía escuchar la sirena a todo volumen y las voces de las personas dentro de lo que imaginé era una ambulancia, por el aroma a alcohol.
—Esta grave —comentó otra voz, distinta a la primera que habló en un inicio. Esa era femenina, joven, fuerte—. Llama al hospital. Que preparen el quirófano.
Me sumí de nuevo en un estado que no entendía. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué no podía moverme? ¿Por qué no podía hablar? ¡¿Qué pasaba conmigo?! ¿Por qué nadie me decía nada? Hablaban de latidos, de ausencia de estímulo, de heridas demasiado graves y quizá una falla terrible en la columna. Escuché un crack cuando mi cuerpo golpeó el suelo, sentía todo músculo relajarse y una sensación de liberación.
—Resista —habló de nuevo la primera voz—. Estamos llegando.
Cuando regresé en sí, sentí que me llevaban sobre otra cosa. Esa se movía lineal, con una trayectoria fija hacia adelante. El sonido de las ruedas sobre el suelo, el movimiento de la camilla y el aroma a antiséptico atestó el ambiente por el que pasaba. Estaba de nuevo en un hospital. ¿A dónde me llevaban? ¿Por qué mi parte interior seguía viva y podía pensar en todo lo que me rodeaba? Escuché más voces, con entonaciones diferentes y aromas distintos. Hablaban entre ellos terminologías médicas.
—¡A quirófano de inmediato! —demandó la que imaginé era la doctora.
Entramos a un lugar que no tenía sonido alguno. Escuché cómo rompían mi ropa, colocaban algo de nuevo en mi boca y se repetían entre ellos que fuesen más rápido, que me perdían. Necesitaba a mamá. Ella sabría qué hacer en un momento cómo ese. La necesitaba para que sujetara mi mano y no se sintiera tan fría. Necesitaba que mamá besara mi frente, sonriera y me dijera que todo estaría bien, que solo era una pesadilla.
—No te vayas —escuché a lo lejos—. No te vayas.
Algo frío se insertó en mi piel. Rasgaron mi camisa, me colocaron algo en el pecho y hablaron sobre latidos y presión. ¿Dónde estaba mamá? ¿Por qué no estaba conmigo? ¿La sacarían del edificio? ¿Estaba viva? ¿Estarían operándola para sacarle la bala? ¿Qué sucedió con Ezra? La caída me nubló por completo mi universo e hizo que perdiera el conocimiento. No supe si los sacaron. Lo que sabía era que moría en esa camilla.
—¡Desfibrilador! —gritó la mujer—. ¡Carguen! —Silencio total—. ¡Despejen!
Solo sentí frío; un frío que calaba hasta la parte incipiente de mi cuerpo. Recorrió mi piel, desde el inicio de la columna hasta el último dedo del pie. Sentía un frío mortal, casi poético, erizando el vello de mi nuca y deteniendo mi corazón. Todo se tornó oscuro y frío, como la cueva de un lobo. Mi vida se difuminó como el humo de un cigarrillo. Todo por lo que luché se veía tan distante, al otro lado de una incandescente luz que iluminaba un camino; camino que decidí seguir para estar en paz.
Entre los sonidos que ensordecían mis oídos escuché por última vez una voz que reconocería siempre. Los recuerdos de unos meses, la esperanza de un para siempre y la promesa de un quizá, hizo que mis pies caminaran con mayor determinación hacia esa luz. Sentí sus dedos entre los míos, observé la sonrisa oculta tras una densa capa de neblina y escuché su risa una vez más. Quería quedarme allí para siempre.
Y eso hice.

FIN DEL ÚLTIMO LIBRO DE LA SAGA PRINCIPAL

Sort:  

Perdóname la palabra, pero...

¡No m*meeeen! No me esperaba algo como esto O.O
Dios... Aime, ¿qué? Estoy en verdadero shock y aún nos falta el epílogo 😱😱😱😱😱

No joda... Hasta me duele el estómago...

Y
A
J
R
E
E
E
E
E
E
E

¿WTF?

no entiendo acaba asi todo?...
Sam muere? y la mama y Ezra que paso?...
que alguien me explique....

Vaya que fue épico este final. Tengo una mezcla de emociones ahora mismo, Alejandra. Alegrías y tristezas, ira e impotencia, dolor, angustia, desesperación. Sabía que algo así sucedería, una gran parte de mí estaba consciente de que así sería. No es que no me duela, porque sí lo hace, pero vamos, amiga, ¿a ella? ¿A Samantha? Dijiste "muerte para todo el mundo", y así fue. Ya me empiezo a hacer una idea del epílogo... En fin, sabes que, para mí, eres la mejor♥

¡YAJUREEEEEE! ¿QUÉ RAYOS ES ESTOOO? ¿CÓMO QUE SAM? NO PUEDE SER, ¡JODIDAMENTE NOOOO! mire es que nada más me está dando un paro cardíaco aquí mismo. Es que no lo acepto, esto hace que aumente mi odio por ciertas personas.

Mujeeeer yo no quería esta clase de dolor chama, esto no es bonito. Al contrario, esto me esta matando poco a poco. Aime, no puede ser... ¿tú te estas leyendo? estoy es muy loco chama, es MI Sam :c es mi niña joder.

No creo que Samantha murió...todo quedó como en el limbo... esperaré el epílogo para un comentario final. Ahora estoy demasiado shockeada para hacerlo...

Pero sí muere o en el último momento retorna a su cuerpo y queda en coma? Es una posibilidad q se me antoja pensar. Si no es así, sería lógico q no viva, no era d fierro, nadie lo es. Leonard la lastimó mucho, me sorprendió q pudiera reponerse para buscar ayuda e ingresar nuevamente al edificio 🤔 En fin, consumado está.

Esto no puede estar pasando no no no ellos tienen que estar bien igual que Samantha no se pueden ir no asi esto no es justo para ellos dios un milagro solo eso es lo que espero despues de tanta desgracia no mas derrame de sangre no mas vidas perdidas no mas "ALMAS & SACRIFICADAS" No mas...........😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭😭

No entiendo nada esto es el final o que sucede habrá otro esto no puede ser el final 😮💔💔💔💔💔

No creo que Sam haya muerto no ella por la que lucho tanto Andrea no es justo estoy en shock total

Joooo.!! no entendi nada.!! esperemos el epilogo haber si hay mas luz de la que vio Sam.!!! jejeje.!!

M...da No imagine este final tan triste aunque sinceramente supero mis expectativas, terminaron los sueños, deseos, ilusiones y planes que se tenían para un Futuro. Sin palabras pero para todos la vida no es facíl, esto es un claro ejemplo que mientras unos la tenemos facíl a muchos la vida les cambia en un segundo.

SOS LA MAS.....

Te seré sincera no esperaba esté final...
Tenia esperanzas de que se salvaran Ezra y Andrea
Sabia que todos se iban a morir porque se llama Almas Sacrificadas
Mi pequeña Sam no debe morir ella es la luz de Alma Sacrificada
Como siempre tus novelas me encantan y esperando el Epílogo

Por favor tendrá que salir algo positivo de todo esto porque no puede ser tantas desgracias y sufrimiento para nada no??? Me harté de llorar vaya historia más triste . Por cierto el padre????