Llegaste a mi vida montado en una sonrisa pícara y una seguridad inquebrantable. Caí embobada por tus encantos, la más sencilla presa: solitaria e inocente. Supongo que debió ser fácil armar el engaño.
Desde el inicio me mostraste tus debilidades, las inseguridades que parecían no molestarte tanto, y aquellos problemas que agobiaban tu vida. Y yo cual alma caritativa me di a la tarea de ayudarte. Lo que género que estuviese más atenta y me siéntese aún más responsable de ti.
Inesperados encuentros cada que salía de mis obligaciones, venían acompañados de pláticas sobre mi o sobre temas varios que en ese momento se hacían horas y horas de mantenernos conversando.
El primer beso llego como un contrato, escondiendo especialmente las letras pequeñas. Nada sabría yo de aquel chico que maquinaba un sinfín de planes para conseguir estar con su tan preciada chica.
Te deseaba, como también deseaba servirte de ayuda y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva y quizás así lograr un cambio en ti que fuese bueno. Hubo mucho avance desde que me tome la tarea de ser una tutora muy cariñosa que comprendía bien por lo que pasabas.
Luego de altos y bajos decidí alejarme. Ya estabas bien y yo necesitaba tiempo para estar mejor conmigo misma. Gran error, al parecer los cambios se disiparon con mi partida. Me encontré con aquel chico malo del que me había encariñado, haciendo de las suyas nuevamente.
A pesar de que desde la distancia aún estaba para ayudarte, preferías mantenerme extremadamente cerca de ti... y así fue, volví a caer en tus brazos. Luego de hacerme ver lo necesitado que estabas de alguien que te apoyara, mostrando lo triste que te sentías en soledad. O mejor dicho: sin mí.
Aquel primer beso desencadeno un amplio sentimiento de pertenencia en ti que yo desconocía. La manipulación empezó como simple juego, pero cuando las cosas se salían del molde que deseabas me mostrabas las marcas de tus autolesiones y hacías que me compadeciera de ti.
Me alejaba cada vez más de mi círculo cercano de amigos, al parecer mi tiempo solo estaba para ti y eso era ley. Llegabas justo cuando salía de mis clases para acompañarme a la estación más cercana, cual pastor cuidando a su oveja.
Lograste convencer a gente cercana a mí diciendo que eras el chico de mi vida y ellos terminaban persuadiendo mi decisión de nuevamente alejarme de ti. Hasta que un día me canse de tu sobreprotección innecesaria, llena de acoso y maltrato, y preferí alejarme definitivamente.
Nunca espere que lo que empezó como una bonita amistad entre dos personas, se convirtiese en un fuerte odio de tu parte. Yo sigo aquí, mientras tú prefieres mantener un rencor derivado de mi decisión de alejarme de ti.
Independiente y rodeada de oportunidades, yo era la chica que podía por si misma salvarse de los malos pensamientos y los problemas que rondaban por mí alrededor.
¿Quien pensaría que buscando ayudar a alguien me encontraría con uno de mis problemas más grandes?, un chico que a través de la palabra y por medio de la inteligente manipulación conseguiría hacerme sentir denigrada, débil y rechazada.
Aquel que luego de un tiempo me haría ver que soy yo lo único que necesito. Formando un criterio propio del que ya nadie se salvaría. Fortaleciéndome y desarrollando aún más mi autoestima, logre avanzar en aquellos proyectos que me propuse y aún sigo creciendo como persona.
Ahora viendo en retrospectiva me doy cuenta de que yo nunca busque a un carismático príncipe que me salvara. Pero en un transcurso de mi vida llegue a conocer a alguien que necesitaba de mí y al que con el corazón decidí ayudar; no necesitaba un héroe porque yo soy mi propia heroína.
¡Deja de buscar un héroe cuando tu eres la mejor heroína!
Este no es el típico articulo que comparto, pero de alguna manera necesitaba desahogarme e intentar ayudar a otras mujeres que aun estén pensando en su héroe y realmente se encuentre estando con la reencarnación perfecta de un villano de película.