Hermosa historia. Me apasionó leer esa figura literaria que haces en relación al mar y la tierra, dos entes aparentemente divergentes y al mismo tiempo convergentes, es decir, inevitablemente coexisten entre sí. Y si no te has percatado, respecto a la inquietud que relatas en el artículo, la respuesta está ahí, en la idea del límite. No olvidar que somos un ser de unidad y al mismo tiempo de multiplicidad.

La idea de plenitud que deseamos y/o debemos alcanzar, según sea el paradigma ha sido interpuesto por un mundo exigente consigo mismo. Hemos perdido la esencia de la capacidad de asombro y disfrute de las cosas elementales. La idea del milagro, nos han educado, tiene que ser algo estruendoso, cuando en realidad está en las cosas más elementales.

Tal vez es por esa razón que día a día, de acuerdo al relato, el personaje se despierta todas las mañanas cubierto no solo por las sabanas sino por una serie de dudas e inquietudes. La niebla se disipa con la certidumbre de la claridad solar. Y para ello es necesario creer que todos los días habrá un bello amanecer. Esa es, estimado, mi humilde opinión.