Ahora Gobierno. Ahora sí. Ahora Pablo.

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Puede que en la tarde del martes asistiéramos al final de una de las mayores estafas políticas de la historia de España. Después de cinco meses de negociaciones, vetos, personalismos y ansias de poder entre socialistas y los de Iglesias, les bastaron 38 horas para anunciar el acuerdo. Un acuerdo que convierte al líder de Podemos en vicepresidente del Gobierno solo dos meses después de vetarlo en aquellas negociaciones de verano. Un acuerdo de coalición, apenas tres semanas después de que Sánchez afirmara que “no dormiría tranquilo con ministros de Podemos”.

Si alguien creyó en campaña que el Partido Socialista volvía a la moderación, al centro-izquierda y a dejar a un lado al populismo e independentismo, habrá visto frustrados sus deseos. Si alguien confió en aquellas palabras de Sánchez en las que con ímpetu se ponía al lado de Casado y Rivera para afrontar el desafío independentista en Cataluña, se dará cuenta de que todo fue un paso más en su colección de mentiras y contradicciones. Sin embargo, y a la vista está, que debajo de aquella estrategia persistía oculta la firme decisión de continuar con los compañeros de viaje que ya eligió hace año y medio en la moción de censura.

Quizá deberíamos hacernos la pregunta que toda España se hizo en la tarde del martes: ¿por qué no lo hicieron antes? Aquí mi reflexión: el PSOE vio en julio aumentadas sus expectativas electorales (recordemos las encuestas que otorgaban a Sánchez los 150 diputados) y actuó en consecuencia. Vetó a Iglesias, e Iglesias dio un paso al lado. Propuso un gobierno de coalición con tres ministerios para Podemos, y la propuesta caducó en septiembre. Un cúmulo de falsas estrategias que buscaban la repetición electoral, el aumento de apoyos del socialismo y la posibilidad de formar un gobierno en solitario. Una jugada redonda. No salió.

Podría sorprender la rapidez con la que ahora han hecho público el pacto; podría incluso considerarse poco estratégico de cara a una opinión pública que vio como no fueron suficientes cinco meses para lograrlo. Pero todo en política tiene su minuciosa explicación; el anuncio se produce siete días antes de que se haga pública la sentencia de uno de los mayores casos de corrupción política en España, de la mano precisamente del PSOE y los ERE de Andalucía. Podría, quien sabe, ser esta una de las razones por las prisas en sellar el apoyo de quien nació con la bandera de la lucha contra la corrupción y lo que denominaban casta política.

Las elecciones del 10N han tenido un gran perjudicado. Se decía que Rivera perdió la oportunidad de ser vicepresidente en un gobierno con Sánchez. Sigo sin recordar la propuesta del candidato a la presidencia del gobierno a Ciudadanos que no fuera una mera exigencia de apoyo gratuito. Sigo sin recordar tampoco, el momento en que Sánchez aceptó las tres condiciones planteadas por Rivera -quizás demasiado tarde- para su abstención como última solución al bloqueo.

Se dijo también que los señores de Ciudadanos eran unos exagerados, corrijo, unos montapollos cuando hablaban del plan de Sánchez con sus socios antes de que este se
consumara. Hoy es ya una realidad. Solo horas después de la dimisión de Rivera, el tiempo le ha acabado dando la razón. Sánchez será probablemente investido presidente con los votos de lo más variopinto del arco parlamentario. Podremos ver eso sí, en qué se traduce aquello del gobierno progresista que no dependa de los independentistas que una y otra vez nos han repetido desde Ferraz.

Podríamos hacernos, para acabar, otra pregunta de análisis: ¿qué tienen ahora el PSOE y Podemos que no tuvieran en julio para ponerse de acuerdo? La respuesta a la pregunta, resulta incluso anecdótica: diez diputados menos, una bajada de millón y medio de votos y un parlamento en el que el extremismo e independentismo tienen más fuerza que nunca. Ante el escenario actual, urge en España la unión del constitucionalismo. La apertura de una nueva etapa en la que conservadores, socialistas y liberales afronten juntos los desafíos que demanda nuestra sociedad. Es necesaria más que nunca la existencia de un centro político con ideas claras, que recupere un espacio capaz de buscar consensos y mayorías en beneficio de una sociedad cuya polarización, desde mi punto de vista, es mucho menor de lo que algunos se empeñan en hacernos creer.

Diciembre 2019.

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