##El amor, todo locura
No existe lugar en el mundo donde Lucas pueda imaginarse sin Haydeé. Una metáfora del amor devoto que él le profesa es la flor que se encarga de dejar, como al descuido, en cada escenario que ocupa ella.
Está convencida de que las flores irrumpen en las habitaciones, que las semillas se pegan a las suelas de los zapatos y que, al secarse el barro que amalgama los elementos, la semilla se libera y la planta crece y se desarrolla en algún lugar oculto, detrás de una puerta que nunca se cierra, debajo de los lavatorios, dentro de los floreros de donde, por imitación o por ósmosis, aprende que debe, porque está dotada con esa cualidad, dar flor. Entonces la da y es descubierta, arrancada por ser preferida, y puesta en su lugar con las demás.
Flor nueva que se desprende del falso ramo y cae al suelo porque alguien nota el florero y se encarga de vaciarlo, haciendo desaparecer las marchitas alegrías dentro de un tarro cilíndrico de metal oxidado. Pero este último tramo de la cadena es solamente una suposición, porque ella, Haydeé, puede corroborar la concatenación de sucesos hasta donde, efectivamente, encuentra la flor en el suelo, durante el trayecto que va, por ejemplo, de la sala de visitas al solarium.
Por los inmensos ventanales, la luz y el calor del sol de las tres de la tarde entra y se desparrama inundando el ala oeste de las instalaciones.
Para ella son solamente números que no tiene sentido sumar, pero Lucas lleva la cuenta, porque me lo dijo: 137 horas de visita sentada frente a una silla vacía, esperando en vano la llegada, primero, de Martín, ahora, de cualquiera, el tío Ignacio, Raquel, o Jesús, el jardinero. Espera, con la mirada clavada en el reloj, a que el minutero dé una vuelta completa a la circunferencia. Luego se levanta mecánicamente, devuelve la silla a su lugar y la mirada se le pierde otra vez en algún punto lejano y profundo del suelo.
Por eso encuentra las flores y para eso Lucas se escapa al jardín cada vez que puede. Él sí tiene permiso para salir al patio sin custodia, se lo ganó el tercer año de internación. Se lo comunicaron en la misma oficina donde le explicaron a Haydeé cuál era su pronóstico actual, y que los médicos habían hecho todo lo que estaba a su alcance pero tenía que poner de su voluntad, y que Martín estaría preso por unos cuantos años y que ella, ahora, iba a estar segura allí, donde podían cuidarla mejor.
En algo tenían razón: después de meses de fisioterapia consiguió caminar otra vez, lento y balanceado, avanza como si fuese casi a la deriva sobre una barca precaria.
Ideas que Lucas le mete en la cabeza para distraerla de las decepciones: que ella es el mascarón de proa de una embarcación muy poderosa, imposible de ser hundida, que ha surcado siete mares y océanos que aún no han sido nombrados.
Entonces ella entra en el juego, hace un esfuerzo y lo llama "Cap...itán", y a él se le ilumina la cara, junta las manos y mira hacia arriba como elevando un agradecimiento mudo, engancha su brazo con el de ella y navegan juntos hasta el comedor, sorteando obstáculos, olas gigantes y monstruos marinos con formas humanas. Y ríen.
No he vuelto a saber de ellos, pero me sigue gustando imaginarlos, transitando aguas tranquilas, de arrecifes de coral, lejos de las sirenas y de los diagnósticos.
Photo by Eduard Militaru on Unsplash
Photo by Iler Stoe on Unsplash
Photo by Tanner Mardis on Unsplash