En los últimos tiempos, la irracionalidad, el extremismo y la devoción han jugado un papel fundamental en el desarrollo sociopolítico del mundo. Bajo el liderazgo carismático de un personaje determinado, se ha propagado el fanatismo, el radicalismo y la defensa ciega de los ideales, abriendo las puertas a regímenes tiránicos, dictatoriales, guerras, masacres y múltiples calamidades que transformarán, para siempre, el pensamiento y la perspectiva de la sociedad tanto occidental como oriental.
Desde el punto de vista sociológico, el fanatismo es una pasión desmedida y tenaz, dirigida hacia una causa religiosa o política que genera un sentimiento monopolizador de la verdad y una defensa extremadamente pasional de la doctrina rompiendo la racionalidad y causando, en ocasiones, que el fanático actúe de un modo indiscriminado y violento. Ciertamente, es un proceso cognitivo muy complejo que se escapa, incluso, del análisis psicológico. Sin embargo, Erich Fromm (1971) en su obra “¿Podrá sobrevivir el hombre?", define al fanatismo como un intento de escapar de la soledad, un deseo de establecer vínculos con otras personas que compartan sus propias creencias y así, disminuir el miedo a la libertad. Esto podría apoyarse en la tesis de Sigmund Freud, donde expone que el hombre busca felicidad y seguridad en el fanatismo.
Toda persona que aspire a la libertad, a la democracia y a la defensa de sus derechos debe tener una idea política y religiosa que defina su personalidad y participación social. Sin embargo, es fundamental comprender que los seres humanos estamos en constante crecimiento y que las ideas, al igual que el individuo, evolucionan y se transforman. Además, no se puede confundir la solidez de una creencia con el extremismo, el rechazo al cambio, al diálogo y a la evolución. En realidad, los problemas comienzan con la profunda necesidad del fanático de imponer sus ideas, haciendo uso de todos los medios que tenga a su alcance, incluyendo la violencia, para cumplir los objetivos demandados por su doctrina sin conocer límites. Es por esto que el fanatismo ideológico se ha convertido en uno de los principales problemas de la sociedad, pues se ha dedicado a desangrarla y llevarla a condiciones alarmantes.
¿Cómo se pretende lograr el progreso, la defensa de los derechos y la obtención de la libertad? ¿Es necesario que el mundo se conmocione con grandes tragedias para entender el peligro del poder y la devoción por un gobernante? Son cuestionamientos que llaman a una profunda reflexión.
Uno de los testimonios más impresionantes sobre la Alemania Nazi fue el de la profesora Renata von Hanffstengel Pohlenz en 2015, para el diario “El Financiero” de México. La historiadora cuenta los bombardeos que presenció, el honorable trato que recibió de parte de los ingleses en el exilio y la desnutrición severa de la que padeció tras la caída del líder. Sin embargo, en su familia las ideologías eran muy contrarias. Su padre, conocía el peligro en el discurso de Hitler y su madre, al igual que las masas, apoyaba al führer. Cuando pudo, logró huir de Alemania y se dedicó a la historia. “Nadie reflexionaba que estaban soportando todo esto por la política de Hitler, un líder por el cual años antes habían votado masivamente. Aún no puedo asimilar cómo un país como Alemania, con una cultura tan rica, haya podido cometer tantas atrocidades”, sentenció.
Con respecto al controversial movimiento comunista ruso, Jorge Sigal, periodista y ex militante del Partido Comunista en Argentina, comentó en 2013 para el Diario Perfil: “Yo no me enamoré de las ideas económicas, sino de la de hacer un hombre nuevo. Para los comunistas, viajar a Moscú era como una peregrinación en La Meca. Eso tiene mucho de religioso”. De esta manera, reconoce que su apoyo al comunismo marxista-leninista estuvo guiado por un fanatismo ciego, estrechamente ligado a la devoción religiosa.
En el caso venezolano, el fanatismo político ha estado presente desde la llamada “Era democrática”, cuando los ciudadanos se subdividían entre ‘adecos’ y ‘copeyanos’, pero los problemas se intensificaron con la llegada al poder de Hugo Chávez y su revolución. Desde ese momento los niveles de devoción, extremismo y radicalismo llegaron a sus niveles más altos. El presidente logró, solo con su carisma, reencarnar el perfil de un hombre que salvaría al país de todos sus males, o al menos esa era la creencia de un pueblo que lo vanaglorió hasta el día de su muerte. Lo ideológico privó sobre cualquier otro aspecto, el pueblo no votaba por el partido y su proyecto, sino por el hombre desde el sentimentalismo. Son contrarias las opiniones sobre las repercusiones de la Revolución Bolivariana en Venezuela, pero si hay algo cierto es que el fanatismo llevó a segmentar y polarizar a la población. O eres de un lado, o eres de otro. Ambos sectores se creen dueños de la realidad, discriminan a quien piensa diferente y actúan irracionalmente, llevando al abismo a un país donde la crisis es inaguantable.
Tras la muerte de Hugo Chávez en 2013, se desarrolló en Venezuela una especie de fanatismo post muerte que llevó al gobierno a Nicolás Maduro Moros, quien ganó las elecciones gracias al liderazgo del difunto. Sin embargo, llama la atención otro fenómeno, donde una parte de la población decidió tatuarse la firma, nombre y rostro del “comandante”. El joven tatuador, Uncas Montilla, aseguró para Prodavinci en el 2014: “Desde que Chávez se murió he tatuado más de 150 veces su firma, si la fuera a cobrar no costaría menos de 700-800 bolos. Hoy ya llevo más de 18 personas y tengo la mano un poco cansada”. Además, comenta que lo impresionó un caso de una señora de 76 años de edad, quien alegó no importarle el dolor de la marca, pues dolía más no tener a Chávez vivo.
Son múltiples las evidencias del fanatismo en la política, estrechamente ligado con el religioso, que han llevado a importantes naciones y al mundo a crisis, guerras, masacres, pero con una clara complicidad del pueblo. Quizás si los alemanes no hubiesen asumido la locura colectiva liderada por Hitler, hubiesen podido evitar la desgracia. Realmente, la idolatría, el fervor y el extremismo son los mayores asesinos de la historia.
La contraparte ve al fanatismo con una connotación positiva y una negativa. Desde el aspecto positivo, la mira como útil para compartir sensaciones, relacionarse y apasionarse por todo aquello que le cause fascinación o diversión. Defienden al fanatismo que surge de la voluntad de la persona para conseguir el bien individual y colectivo, la existencia de líderes sociales que los “salven” de sus tormentos y que, en América Latina, se ven inspirados por el mito del “Buen salvaje”.
Es de vital importancia comprender que el fanatismo es capaz, por si solo, de aniquilar la democracia, la institucionalidad y el ejercicio normal del poder y la política. Es imposible mantener un diálogo con un fanático, pues nunca adoptará otra postura y solo repudiará la opuesta. Por ende, sin conversación no podría haber consenso y sin este, la gobernabilidad será casi nula. Queda demostrado que la irracionalidad ha llevado al mundo a numerosas catástrofes y que si se desea progresar, debe separarse la política del fervor y el sentimentalismo político-religioso.
Teniendo en cuenta que todos los seres humanos pensamos diferente y desde la subjetividad, es necesario generar un ambiente de tolerancia. Cualquier postura extrema es perjudicial, pues algún agente externo o contrario será tomado como una amenaza que debe aniquilarse para subsistir. Es una lucha por superponer los ideales, que aleja al individuo de la razón y de la sociedad. Sería de gran ayuda crear conciencia en los hombres, para que entendamos que coexistimos en un mundo, donde debemos respetar las ideas de otros y llegar a acuerdos con las nuestras, participando activamente para cambiar la sociedad y cerrándole la puerta a regímenes tiránicos que nos han condenado a la miseria, o al menos así lo demuestra la historia.
“Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable”. Voltaire
Todo fanatismo e radicalismo é perigoso.
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La religión, la madre de todos los fanatismos. Dogmas que hay que seguir a ciegas, sin cuestionamientos. Reflexionando, las sociedades se han apoyados en esos fanatismos para imponerse. Nos falta mucho todavía para superar estos lastres sociales. Me gustó tu artículo! Te sigo.
Gracias, Luis. Te sigo igual. Tenemos mucho que reflexionar como sociedad para poder progresar. Un saludo.
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