Se está hablando en estos días de una posible invasión internacional a Venezuela, como último recurso para acabar con el gobierno de Nicolás Maduro, heredero directo de Hugo Chávez, decidí profundizar en éste tema e investigar un poco sobre el tema. La medida, extrema, no puede descartarse. Así lo analiza Ricardo Hausmann, un venezolano lúcido y capaz, que ha sido ministro y es hoy un analista mundial de primera línea. Vale la pena seguir, brevemente, su razonamiento.
El país sudamericano está realmente al borde del colapso y la situación se agrava críticamente con el paso de los días. Faltan alimentos y medicinas, los pocos que se consiguen soportan una inflación de cuatro dígitos, no hay libertades y la población está desesperada: las protestas comienzan a regresar a las calles y es posible que se acentúen en las semanas próximas. El país está virtualmente paralizado, pues la gente teme hasta salir a la calle, y la producción ha decaído acusadamente. Nadie invierte, por supuesto, y la delincuencia opera sin control.
Aunque la inmensa mayoría se opone al gobierno, no existe un régimen democrático que permita un cambio político pacífico: esta dictadura no saldrá por medio de elecciones, pues el régimen controla todas las etapas del sistema electoral y ha cometido –y volverá a cometer- descarados fraudes con tal de permanecer en el poder. La posibilidad de la tradicional salida del golpe de estado –que podría ser incruento- también debe descartarse, pues los militares del alto mando forman parte de la estructura del poder, están comprometidos con casos de corrupción de todo tipo y, muy probablemente, de narcotráfico. A ellos, de ningún modo, les interesa dejar de compartir el poder.
Ante el cierre de estas posibilidades y una crisis humanitaria que ya ha adquirido contornos de catástrofe, cunde la preocupación y la búsqueda de salidas desesperadas. Una intervención internacional –justificada por la Asamblea Nacional, por ejemplo- podría acabar de una vez con esta dictadura, inadmisible para muchos en la Latinoamérica del siglo XXI. Pero esta solución podría resultar más aparente que real, pues crearía nuevos y gravísimos problemas a un país ya devastado como si hubiese sufrido una guerra.
El primero de los problemas, y quizás el más leve, es la resistencia armada que se podría oponer a la invasión. No creo que las fuerzas armadas de Venezuela puedan hacer mucho al respecto, conociendo su desorganización, sus debilidades logísticas y tácticas y la baja moral que seguramente reina entre la oficialidad más joven y la tropa. Pero el Gobierno, en cambio, podría utilizar cualquier intervención del exterior como una justificación de su dictadura. Apelando al nacionalismo característico del país, podría afirmar que siempre ha tenido razón y que se justificarían su antiimperialismo y sus políticas socialistas. La izquierda, en todo el mundo, pondría el grito en el cielo y pronto veríamos emerger una cruzada internacional contra “el yanqui agresor” y a favor de “la resistencia del valiente pueblo de Venezuela”. Sería una oportunidad de oro para que Maduro y sus secuaces pudiesen ganar el prestigio y la legitimidad que hoy no tienen.
Pero, suponiendo que estos problemas no llegasen a impedir el triunfo de quienes intervienen, ¿qué sucedería después? ¿Quién estaría dispuesto a asumir el mando de un país empobrecido y desgarrado por el conflicto?
Por eso pienso que una invasión solo podría resultar exitosa si cumpliese con dos requisitos, que parecen –por ahora- bastante remotos: un amplio consenso internacional y un adecuado liderazgo. La experiencia histórica indica que la primera condición es indispensable, pues solo con un amplio respaldo de la OEA o las Naciones Unidas y el firme apoyo de una decena de países de América Latina, existiría la posibilidad de rebatir las pretensiones de nacionalismo de la actual dictadura. Pero el adecuado liderazgo es, también, absolutamente necesario.
Solo una invasión encabezada por un venezolano, o por un grupo reconocido y respetado de venezolanos, podría permitir que se iniciase una transición fructífera. Esta sería la condición fundamental para lograr que la población, mayoritariamente, apoyase la intervención extranjera, superando sus reticencias y sus recelos. ¿Habrá quien se anime?
Ambas condiciones, me parece, están muy lejos de concretarse aún. Pero en todo caso es importante que, desde ahora, los verdaderos opositores a la dictadura estén conscientes de las posibles salidas a la situación que se vive y de los problemas que se pueden presentar en un futuro próximo.
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