Como diría el mismo Julio; ilusión de ilusiones. Porque solamente las ilusiones eran capaces de mover a sus fieles, las ilusiones y no las verdades. Obsequiarle la página 66 de la Rayuela. Olvidar la pregunta incisiva y primera que apuntaba al conocimiento y a la posibilidad de enumerar mis miserias. ¿Mis miserias? Mis pasiones. No proferir las gracias a usted. Caducar mis largos silencios. No salvar la sugerencia de Fito en cualquier esquina de Cabimas al detenerse el tráfico en mi garganta. Alimentar la certeza aguda de Joyce: Es imposible la entrega, uno se pertenece a sí mismo. Dejar de creer las historias y acometer la batalla de vencerme a mí mismo, después de todo. Olvidar la nostalgia conocida al presentir en sus ojos la ausencia presentida, el rostro de aquel golpe certero. Comprender su extraña entrega: el cuerpo que se acerca lo más posible al cuerpo del otro y, sin embargo, no admite exigencias, no permite acercamientos rebuscados: sutilezas del conocer que brinda la lucha consigo mismo. Yo no encuentro, busco. Usted no busca, encuentra.