Dedos que bailan sobre la garganta del mundo,
que hacen rugir el imperio de los bordones;
dos manos que cantan sobre las profundidades
y hace surgir la rosa, el jazmín, del silencio.
Son dos avecillas blancas con canto de plata
que acarician los astros nocturnos del cielo,
que surcan los mares en busca de la melodía
serena, la voz que hace temblar las catedrales.
Provocan pasos gigantes que rompen los muros,
que abren montañas, que quiebran grandes océanos.
Todo a su alrededor se vuelve grande, sublime;
todo es inmensidad chorreando por sus costados.
Bajo la luz del araguaney y el apamate
Absorben la dulzura de llanuras y cerros,
Juegan con la serranía y la cordillera,
O pescan un son escondido bajo el Caribe.