Se acercó al estéreo
Puso una canción que jamás había escuchado
Lenta, nada en comparación al paso de nuestros corazones en aquel momento
Pero de alguna manera
Le iba bien a la atmósfera
Vino a mi
Con la calma de quien se levanta tarde un domingo
En ese momento
¿Quien podría decir que día era?
¿O distinguir el color de las paredes?
Bajo la influencia de aquella canción
Cuyo nombre se ha perdido en mi memoria
Incluso parecía dudar del piso bajo mis pies
Con aquellas manos, pequeñas, pero viriles
Tomó mi cintura
Y aquellos dedos diestros me tocaron
Rozaban mi espalda como quien acaricia una guitarra nueva
O tal vez un piano muy viejo, buscando tantear su historia
Al ritmo de aquellas cuerdas
Me tomó
Las percusiones eran nuestros cuerpos
Primero él, luego yo, luego él, luego yo
La pared era nuestro pentagrama, la sala, nuestro orfeón
Mis manos de pianista, lo encontraron en la oscuridad
Pues si bien era medio día
La buena música se escucha con los ojos cerrados
Dos lenguas, dos violines con un trino diabólico
No hubo nota alta a la que mis piernas no llegasen al ascender
Ni hubo coro angelical que se comparase
A las armonías que me sacó a suspiros
Si había un diminuendo, sus manos bajaban
Y volvían, firmes, con el crescendo
No había bajo más potente
Que la vibración de su aliento sobre mi piel
Que resonaba, como una caja a la que se le da fuerte con la mano
Por aquellos nueve minutos, treinta y cinco segundos
El no me tocó a mi, tocó sobre mi, en mi, para mi
Fui su instrumento, su público, su dueto
Fuimos música.