Debí quitarte la camisa cuando tuve la oportunidad
Y besarte los tatuajes hasta que no soportaras las cosquillas
Debí decirte más que te quiero
Y morder el espacio entre tu cuerpo y el mío
Debí susurrarte al oído, lo que trataba de decir con la mirada.
En ocasiones desearía poder leer tu mente, pero perdería la oportunidad de verte a los ojos e imaginar que sientes lo mismo que yo. La oportunidad de solo ser tú, el silencio que nos acompaña y yo. Ese silencio en el que acercas tú oído a mi pecho y dejas escapar una sonrisa; tal vez mi corazón iba muy rápido o tal vez olvidó como latir en el segundo que tocaste mi piel. Recuerdo el tacto de tus manos y como se paseaban por mi cuerpo, como preguntando si podían seguir, si podían quitar los obstáculos y yo ahí, observándote, sin decir nada, esperando que hicieras lo que quisieras, que era lo mismo que yo quería, lo mismo que quiero.
Recuerdo perderme en besos,
Recuerdo que mis manos parecían ajenas
Y recuerdo que cuando estoy contigo, el resto del mundo no existe.
Pensé que me derretiría de vergüenza, que pensaría tanto en todo lo que podría salir mal, que simplemente no disfrutaría lo que estaba saliendo bien pero no hubo vergüenza, no pensé más de la cuenta, lo sentí todo justo como necesitaba sentirlo. Y luego seguí mirándote, sintiéndome tranquila y con ganas de quedarme.
Me quedé inmóvil, perdida y feliz.
(En la cama, el beso, Henri De Toulouse-Lautrec, 1892)