El Sin Rostro devora el deseo del mundo y pierde su forma cuando el mundo abusa con sus ilusiones, pero Chihiro sabe que es una buena entidad, perdida y malformada por culpa del mundo que abusó de su ingenuidad.
El Sin Rostro se deja llevar porque sabe que no se debe estar en contra del momento que vive. Sabe que el momento vivido es lo que marca al ser. No los sueños ni planes, sino el día a día. Por eso, le gusta su diario vivir.
Y sin marcar seña alguna en su pétreo rostro, Chihiro nota una paz en el antiguo espectro que silencioso la sigue, curioso el ser porque la niña no le demostraba las suciedades de los demás que extrañamente lo malformaban y contaminaban.
El extraño ser continuamente se preguntaba quién era esa chiquilla de nombre Chihiro, y el porqué de la angustia que residía en su ser.
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