¡No!
Nunca debes mentirles a tus hijos.
Fin.
Pensé que esta publicación sería más larga, pero no. Nos vemos en la próxima.
¡Salud!
Bueno, supongo que esta recomendación no tendrá mucho impacto sobre ti. Obvio ¿verdad? Pues bien, tampoco tendrá mucho impacto en tus hijos cuando le dices lo mismo al negarles alguna petición sin más explicación.
Dar explicaciones a los hijos a veces es sumamente difícil, pero otras veces sólo las obviamos o simplemente mentimos por razones de economía temporal o porque suponemos que no lo entenderán. Total, sólo deben hacer lo que le digas. Y juras que todo termina ahí, como intenté en este post.
Imagino que algunas personas ni locas dirían la verdad a sus hijos, esto porque tienen plena conciencia de que no están actuando bien y no quieren verse expuestas. Este artículo no está pensado para este tipo de padres, más bien está pensado para buenas personas que se preocupan por tener hijos felices, o por lo menos desean intentarlo.
Al grano. Aquellos que tenemos hijos ya crecidos sabemos de las innumerables veces en la que la inteligencia de nuestros pequeñines nos sorprende, y esta sorpresa proviene porque los vemos convertirse de seres irracionales, que lloran hasta porque tienen sueño, a seres pensantes y estudiosos de cosas que nosotros jamás entenderemos. Nos sorprende porque logran sobrepasar nuestras expectativas a cada momento. ¿Tiene entonces sentido subestimar su entendimiento?
Obviamente no le puedes explicar a un niño de tres años sobre los placeres carnales, o a un adolescente la necesidad de ahorrar para la jubilación. Cada cosa tiene su nivel y su época, pero asumir que no entenderán “nada” sobre la situación es una posición extremista.
Mentirles tiene sus ventajas, pero serles honestos tiene muchísimas más ventajas. Mentirles es como suministrar un medicamento que sólo tiene efectos temporales con demasiados efectos secundarios. Serles honestos es como nutrirlos, hacerlos más fuertes y forjar un vínculo inquebrantable entre padres e hijos que durará toda la vida.
No es lo mismo mentirle a un adulto que a un hijo, hay una diferencia abismal y una oportunidad infinitamente valiosa y hermosa.
Cuando te relacionas con un hijo, comienzas desde cero, literalmente. Esa criatura no sabe nada de nada, ni hablar, y tú le enseñarás. No trae costumbres, complejos ni condiciones, siempre serán tus hijos y tú su padre o madre. Lo llevarás de la mano a conocer este implacable universo, serás su primera guía, su primer refugio. Sería espectacular que siempre confiara en ti, así el resto del mundo le falle. Y aunque no pienses mucho en eso, sus futuras relaciones emocionales dependerán de cómo se hayan llevado contigo.
Tómate el tiempo para meditar sobre cómo hablar con tus hijos sobre los temas difíciles en el momento que sea necesario hacerlo. En la muerte de un familiar, divorcios y rupturas, o en la simple negación de una petición entre muchísimas otras. Pero vale la pena, por ellos y por ti.
Quisiera terminar con una anécdota que ejemplifica parte de lo que expongo. Hace algunos años, cuando mis hija mayor tenía 8 años y 6 años el del medio, yo trabajaba siempre en mi computadora de escritorio y no les permitía utilizar mi laptop para que jugaran sus videojuegos. Siempre les expliqué lo delicado de las laptops y lo costoso de sus reparaciones.
Sentado y concentrado en lo mío, el rostro muy serio de una niña muy segura de sí misma aparece a mi lado acompañada de su inquieto hermano en un impaciente silencio.
-Papá, - comienza solemnemente la mayor – necesitamos la laptop para jugar.
Yo, un poco sorprendido por una petición ya negada muchas veces les recuerdo las razones para no permitirles jugar.
-Amor, sabes que cuando juegan, aprietan muchas veces las mismas teclas y se dañan, no es fácil reparar el teclado de una laptop.
-Se juega con el ratón, no con el teclado- Sentenció sin pestañear la nena.
-Pero amor, - insistí- cuando instalan videojuegos hay archivos que luego no puedo desinstalar fácilmente y si son muchos llega un momento en que debo formatear.
-Se juega en línea, sin instalar – dijo la miniatura de abogada parada frente a mí.
-La laptop es una máquina algo frágil y temo que se les caiga y la dañen. – dije ya agotando mis argumentos.
-Jugaremos en la mesa del comedor, o donde tú lo coloques sin moverlo de ahí.
Y ahí quedó viéndome, esperando alguna otra objeción que yo tuviera… ¡pero no tenía más!
Me sentía tan abrumado y al mismo tiempo tan orgulloso que no dudé en pararme de mi silla e irles a encender la laptop. La niña me seguía con cara de ganadora y el nene dando brinquitos detrás de ella.
Desde ese día sabía que contaría con hijos especiales, porque si con 8 años ya podían lograr que yo cambiara de parecer, ¿qué no serían capaces de hacer después?
A medida que fueron creciendo, las situaciones fueron más complejas, pero la confianza se fortaleció y les hicimos frente, juntos.
Esos dos niños han crecido mucho, y hoy viven en un país distinto al mío. Sé que les irá bien, pues confío en que he logrado algo muy bueno al cumplir la promesa que hice la primera vez que vi a mi primogénita, “jamás les mentiré a mis hijos”.
Y por ello digo: ¡Salud!
¿Y tú? ¿Tienes alguna historia sobre la honestidad en las relaciones con tus hijos? puedes dejar tu opinión en un comentario, o escribirme tu historia para compartirla aquí en el bar. Envíala a profesormillan@gmail.com y la compartiré con todos ustedes.
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