Hola queridos steemians, hoy les entrego parte de un trabajo que hice hace ya dos décadas, sin ninguna esperanza de publicación seria debido, en gran manera, a su contenido muy controvertido. Si lo ponemos así, no significa nada. Pero la controversia arrastra consigo dogmas religiosos, dogmas científicos e incluso dogmas y creencias de tipo racial.
Ahora, con un escenario mundial diferente, con propuestas similares que aprovechan la eficacia de las comunicaciones por medio de revistas, libros, televisión y, finalmente internet, me atrevo a ir a dónde sea útil y fructífero mi trabajo; más aún cuando mi intención es publicar para un grupo que espera novedades, sea cual sea, si se apoyan en buenas fuentes. Y mi fuente es una de las mejores: La BIBLIA, y el tema es acerca de JEHOVÁ, de cómo Jehová, el enviado, se convirtió en el DIOS DE ISRAEL, y de cómo asumimos que JESUS, también heredero de las promesas hechas a sus ancestros Abraham y Jacob, se convirtió en El HIJO DE DIOS y, con el tiempo, en DIOS MISMO.
Comenzaré con un “A MODO DE ADVERTENCIA” que es como el preámbulo del libro, seguido de una “INTRODUCCIÓN”. Si veo su interés y aceptación, haré entregas semanales de capítulos hasta su terminación. No tengan cuidado, será una lectura sencilla y son sólo diez capítulos.
JEHOVÁ, EL PRIMER ENVIADO
A MODO DE ADVERTENCIA
El contenido de este libro no es lo que a simple vista parece. Su título sugiere un tema religioso porque está basado en la historia del pueblo judío, tomando como fuente sus SAGRADAS ESCRITURAS. Es sólo un ejemplo de la continua manipulación que de los eventos relevantes de una sociedad hacen sus líderes, interesados en que se interpreten de una determinada manera, a su conveniencia, ocultando o adulterando la realidad, haciendo caso omiso de la importancia que la misma pueda tener para las generaciones futuras.
Así se hizo en la antigüedad, cuando era muy fácil convencer a pueblos con gobiernos teocráticos impuestos por la clase sacerdotal de esas tribus (en nuestro caso, los levitas) regidos por leyes emanadas de “Dios” (como la otorgada a Moisés) y “mandatos” divinos revelados en sueños o apariciones a profetas. Se servían de Dios, el concepto Dios, para justificar invasiones, matanzas y exterminios contra pueblos que tuviesen algo que ellos necesitaban o que pudieran carecer de ello en un futuro, proclamando el derecho que supuestamente ese Dios les otorgó para sojuzgar y poseer, por medio de la Fe o por medio de las armas.
Hoy, con otro formato pero igual principio de dominación, a través de las ideas, la Fe y el sentimiento patriótico, se sustentan invasiones contra naciones indefensas, asumiendo el derecho que le asiste a la defensa de su territorio, en el caso de que se sientan “amenazados” por dichas naciones que, en ningún caso, podrían ser amenaza alguna para nada ni nadie. Hay que rasguñar solo un poco la superficie escarchada de los “nobles propósitos” que manifiestan tener las grandes potencias con vocación imperialista para ver lo que se esconde bajo el tinte de la paz, el amor y la verdad.
Es un tema político porque intento interpretar y esclarecer para los “gentiles” (personas no judías, como nosotros) ese inacabable empeño de dominación de los israelitas de otrora, de los israelíes de hoy, de los judíos-masónicos o de los masones laicos bajo influencia judía. Por qué es mandato divino para ellos al fundamentarse en las supuestas promesas que Jehová Dios le hizo al profeta Abraham? ¿Por qué, mediante las mismas, Jehová les da la tierra en heredad? y ¿por qué ellos creen tener el permiso para arrebatar a sus dueños las tierras que consiguen a su paso, como por ejemplo, entre cientos que se pueden nombrar, la toma de Jericó, aquella tierra donde fluía miel y leche, que ninguno de ellos cultivó ni cuidó? Su dispersión e infiltración en los gobiernos de casi todas las naciones del mundo, la recuperación del derecho a habitar la tierra que ellos mismos dejaron atrás y la práctica ancestral de expandir su territorio por la fuerza, agrediendo y bombardeando a sus vecinos, legítimos poseedores de la tierra que habitan y por lo tanto sus dueños, los que se quedaron y cuidaron de ella: Cuestión que nadie puede negar porque es público y notorio. Ocurre a diario y aparece “en vivo” en todos los noticieros importantes del Mundo.
Es triste comprobar, mediante una ojeada somera a los mapas, diccionarios, almanaques mundiales, atlas, etc. que el territorio de Palestina no es reseñado en modo alguno como país o nación. Sólo se le nombra, cuando lo hacen, como “una región de Asia (cercano oriente) situada al sur del Líbano, entre el Mar Muerto y el Mediterráneo, comprendiendo el Valle del Jordán y la parte norte del desierto del Sinaí” (Tomado del Diccionario El Pequeño Larousse, 1921, edición anterior a la creación del Estado de Israel) y, en una edición más reciente, el Gran Diccionario Universal Larousse, como “Región histórica del Oriente Medio, entre Líbano al N, el mar Muerto al S, el Mediterráneo al O y el desierto de Siria al E, que engloba el actual estado de Israel, Cisjordania y la franja de Gaza”. Confrontemos con la ubicación y los límites geográficos que el último Diccionario referido tiene para el estado de Israel: “estado de Oriente medio, entre el Mediterráneo y el rio Jordán, limitado al N por Líbano, al NE por Siria, al E por Jordania y al SO por Egipto”. De seguidas apunta que Israel es “resultado del reparto de la Antigua Palestina,”. De tal manera que es un anacronismo que ese territorio y su gente no tengan una condición jurídica que les ampare, porque sigue siendo un espacio en el limbo, que no existe en la realidad. Aún cuando tienen su identidad, tienen su historia, un gentilicio y el derecho de propiedad de sus tierras, no se les ha reconocido como tales. El principio del uti possidetis iuris resuelve por la data o cronología de los documentos que dan fe de esa posesión. Sin embargo, reconociendo los límites establecidos en la creación del Estado de Israel, el Estado de Palestina aún confronta la invasión de su territorio y la agresión violenta a sus ciudadanos por parte de los israelíes. Esta situación se inicia, se desarrolla y se mantiene con la anuencia, apoyo técnico, legal y material de un Padrino (Ver Capítulo IV): Estados Unidos desconoce la Resolución del 31 de Octubre del año 2.011 emitida por la UNESCO, donde se admite a Palestina como Estado de pleno derecho, miembro número 195, bajo la amenaza de retirar su contribución al presupuesto de funcionamiento de esa Organización.
Pero la protección que dispensa Estados Unidos al pueblo de Israel no es de gratis. Esa Nación, al igual que otras, está plagada desde sus entrañas por los mismos judíos, infiltrados y establecidos convenientemente, ocupando cargos gubernamentales, y apoderándose de empresas poderosas, de la banca, de las imprentas, de las industrias, las comunicaciones, etc. obedeciendo el mandato: “Donde quiera que se establezcan los judíos es preciso que lleguen a ser los amos; y, mientras que no posean el absoluto dominio, deben considerarse como desterrados y prisioneros, aunque lleguen a dominar algunas naciones, hasta que no las dominen a todas, no deben cesar de clamar: “¡Qué tormento, qué indignidad!” (Cita referida en el capítulo X).
Sin ninguna otra pretensión que no sea la de advertir al que quiera ver, oír, sentir o intuir el peligro que nos acecha, les conduzco por el pasado del pueblo judío mediante lo que “escrito está”, contenido en las Sagradas Escrituras, cuyo principal protagonista es Jehová Dios.
En este punto debo aclarar que, pese al título, no puedo decir con propiedad que Jehová fue el Primer Enviado, al menos para el resto del planeta, porque este “fenómeno”, alusivo a la aparición de “Dioses” y su permanencia en la Tierra, está registrado en casi todas las raíces de la historia de diversas civilizaciones antiguas. Las crónicas de ellas refieren Dioses, enviados o mensajeros provenientes del espacio sideral, caídos del cielo utilizando transportes que descendían y luego ascendían, descritos con diversas figuras del lenguaje que solían usar en la cotidianidad de su existencia, propias del lugar o región donde se suscitaba el evento. A propósito de éstos, autoridades de la Iglesia Católica de la mayor jerarquía, en las últimas décadas del siglo pasado y hasta la actualidad, han hecho una serie de declaraciones acerca de la posible existencia de vida extraterrestre. Es el caso de las hechas por el Director del Observatorio Astronómico Vaticano, Monseñor José Gabriel Funes, publicadas el 14 de Mayo del año 2.008 en el periódico oficial del Vaticano L’Obsservatore Romano, “El hombre puede creer en Dios y paralelamente sostener una creencia en seres de otros mundos. Ello no pone en discusión la Fe en la Creación, en la Encarnación y en la Redención...” y el 14 de Mayo del año 2.010: “Los extraterrestres son nuestros hermanos”
Como también está la opinión de Monseñor Corrado Balducci, quien fue asistente personal del Papa Juan Pablo II para los temas delicados como éstos, sin explicación científica aparente, el 17 de Agosto del año 1.999 en la ciudad del Vaticano: “Los ángeles de ayer, son los extraterrestres de hoy”
Las opiniones de su Santidad, el Papa Juan Pablo II, por demás muy interesantes, están reseñadas en el Capítulo IX.
En cuanto a la masonería, los judíos se han servido de ella aprovechando su carácter de sociedad secreta, propicio para la gestación de todo tipo de conspiraciones y, por ende, de revoluciones. Este su secreto: dan apoyo material y moral a los revolucionarios destacados que sean miembros activos, a un costo no imaginado por éstos pero muy bien pensado y calculado por los de mayor posición jerárquica dentro de la cofradía, judíos masones que SIEMPRE reclaman su cuota de poder, si no el poder mismo.
Por fortuna, el Libertador Simón Bolívar, con su preclaro entendimiento, una vez perteneciente a esa sociedad, se percató o evidenció el pago que debía hacer a los “Protectores” de su gestión emancipadora y se apresuró a dictar un Decreto, que hasta ahora muchos desconocen y, de los pocos que si, ninguno se explica el motivo de esa decisión:
“Simón Bolívar
Libertador Presidente.
Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como en otras naciones, que las sociedades secretas sirven especialmente para preparar los trastornos públicos, turbando la tranquilidad pública y el orden establecido; que ocultando ellas todas sus operaciones con el velo del misterio, hacen presumir fundadamente que no son buenas, ni útiles a la sociedad, y por lo mismo excitan sospechas y alarmas a todos aquellos que ignoran los objetos de que se ocupan; oído el dictamen del Consejo de Ministros,
Decreto:
Artículo 1º- Se prohíben en Colombia todas las sociedades, o confraternidades secretas, sea cual fuere la denominación de cada una.
Artículo 2º- Los Gobernadores de las Provincias, por si y por medio de los Jefes de Policía de los Cantones, disolverán e impedirán las reuniones de las sociedades, averiguando cuidadosamente si existen algunas en sus respectivas Provincias.
(Artículo 3º y parágrafos omitidos)
El Ministro Secretario de Estado del Despacho del Interior queda encargado de la ejecución de este Decreto.
Dado en Bogotá a 8 de Noviembre de 1828.
SIMÓN BOLÍVAR
El Ministro Secretario de Estado del Despacho del Interior,
J. M. Restrepo
Se confirma el motivo expuesto en este Decreto años más tarde, con la publicación de LOS PROTOCOLOS DE LOS SABIOS DE SIÓN, de los cuales copio textualmente, en el Capítulo X, fragmentos de algunas actas que los componen, como ejemplo de las aspiraciones de los judíos de aquellos tiempos y el procedimiento a seguir para lograrlas, iguales en idea y proceder a los israelíes de la actualidad.
Es mi obligación comunicar lo expresado aquí para no cometer pecado de omisión. Los judíos han calumniado a Dios, haciéndolo a su imagen y semejanza, han establecido que Dios les pertenece, monopolizando su protección divina, por lo que no tenemos acceso a ella, nosotros los gentiles. Y los judíos seguidores de Jesús, judíos cristianos, también herederos de las promesas de Jehová, crearon un dogma aún mayor y más difundido: Cristo es el hijo de Dios, que junto con su Padre, Dios mismo, y el Espíritu Santo conforman a la SANTÍSIMA TRINIDAD. Esta divinidad dividida en tres echa por tierra la concepción monoteísta de la cual tanto habla la cristiandad, especialmente el catolicismo, cuando dice con orgullo que pertenecemos y adoramos a un solo Dios. A Dios, el verdadero ¿le interesará aclarar esta condición?
No lo creo, cada uno de nosotros debemos y tenemos que encontrar la verdad. Ella nos hará libres, libres pensadores.
La autora.
Caracas, Venezuela, en Junio de 2.015
NOTA PERSONAL:
Por todo lo expuesto, desde el comienzo y hasta el final, podría dar la impresión de que soy atea. ¡Nada más incierto! Creo en un Dios que no aparece en la BIBLIA, es un Dios ignoto, enigmático vagabundo, que deja a su paso la certidumbre de su existencia; es un Dios impensable, pero presentido; no es mi imagen, ni mi semejanza, pero pueda que yo sea una ínfima parte de Él…
También creo en Cristo, no como HIJO ÚNICO de DIOS, ni mucho menos como DIOS MISMO. Él es el HERMANO (en el sentido que expresa Monseñor José Gabriel Funes) enviado desde el “cielo” a rescindir (romper) el pacto efectuado entre Jehová y los patriarcas judíos, el cual fue sellado con la sangre de los circuncisos (Génesis 17, 7-11). Por las razones que señalo en el capítulo IX, deduzco que ofreció su misma sangre a cambio.
Creería en Jehová, pero él asumió ser el Dios del pueblo de Israel. Yo no soy israelí…
INTRODUCCIÓN
Salmo 51: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
2 Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.
3 Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí.
4 Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio.
5 He aquí, en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre.
6 He aquí tu amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
7 Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame, y seré mas blanco que la nieve.
8 Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.
9 Esconde tu rostro de mis pecados y borra todas mis maldades.
10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
11 No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo espíritu.
12 Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente..."
Salmo de David, cuando después que se llegó a Betzabé vino a él Natán el Profeta.
El Salmo 51 es el más bello y puro acto de contrición que conozco. En este acto se resume la tragedia íntima del hombre: la lucha contra el pecado y la culpa, hija del pecado. El pecado no escapa para el sabio (el sabio Salomón cometió innumerables pecados), ni para el soberano (el Rey David), ni para el poderoso (Sansón), ni para la ingenua (Eva), ni para el inocente (Adán). El pecado es universal (2 Crónicas 6,36).
El pecado es una transgresión de una ley terrena o divina. Tanto para el término hebreo como para el griego, la forma verbal pecar significa errar. La rectitud supone ir en línea recta (para no errar), no desviarse hacia el pecado. Cuando se mantiene la rectitud aparece la virtud y ésta se contrapone al pecado. De esta confrontación derivamos los conceptos de maldad y de bondad.
En ninguna parte de la tierra hay un criterio claro e inequívoco sobre lo que es malo y lo que es bueno.
Los criterios para calificar esta clase de comportamiento varían según las culturas, los cambios de clima, las estaciones del año, el tipo de gobierno, la densidad de población, los cambios económicos, la preparación militar, el folklore popular, la historia, la tradición familiar, el ejercicio de la autoridad, la religión...
La sociedad se sirve de la religión para aplicar controles de seguridad, orden y subsistencia. Porque Dios establece, según los hombres, la diferencia entre el bien y el mal. Entonces, los criterios de bondad y de maldad provienen de Dios. Si el hombre se desvía del bien y transgrede alguna ley divina, comete pecado. El pecado, como el delito, no debe quedar impune porque el castigo es la única forma de control real y efectiva que existe.
Ahora bien, la sociedad somete al individuo por medio del temor al castigo (real), y se vale de Dios (religión) para introducir y mantener el temor más allá de los límites permitidos y alcanzados por la ley.
Entonces, como Dios cuestiona el comportamiento humano, aprobando lo que a su juicio es bueno y desaprobando y censurando lo que a su juicio es malo, si no existiese el pecado, de hecho, Dios desaparecería, por lo menos del inventario conceptual del hombre; porque es Dios el que se identifica a sí mismo como custodia del bien y como garante del castigo por la comisión del mal.
El hombre, para evitar el sufrimiento que conlleva el conocimiento de su pecado, atenúa de alguna manera la gravedad de su acción buscando y encontrando argumentos, en su mayoría válidos, en detrimento de su objetividad. Así justifica y califica su error.
Justifica por medio del intelecto, el cual toma de los elementos circunstanciales las bases para sustentar sus argumentos y se vale de su razonamiento para interpretar el hecho a su conveniencia. No cuenta en ese razonamiento para nada (a no ser para estorbar e inquietar) su sentimiento, al cual mutila, cercena y oculta de sí mismo.
Pero el sentimiento es el que queda, subsiste, después del razonamiento y, lo que el intelecto justificó, con malicia o sin ella, el corazón (es el supuesto, comúnmente aceptado, de que sea éste el generador, productor y depositario de los sentimientos, aunque la ciencia lo sitúa en el cerebro y al aparato digestivo como copartícipe en el proceso)lo califica de distinta manera ( bueno, malo, peor )porque en él está arraigada la demanda del castigo por el pecado; y si no resuelve la situación de castigo, aparece el sentimiento de culpabilidad como pregón del pecado. Entonces ya no hay justificación que valga y el hombre se revuelve continuamente sobre este sentimiento, buscando revivir el momento para comprender mas el error, por qué se equivocó y qué pudo haber hecho para evitarlo.
En el salmo 51 aparece, aunque no en riguroso orden, la con-secuencia del acto “pecar”
En primer lugar, el reconocimiento del pecado (versículo 3), en segundo lugar, al confesar, asume su responsabilidad de la comisión del pecado ante Dios y la identificación de ËL, Dios, como único agraviado (versículo 4); tercero, la súplica del perdón, porque es El, Dios, el que da la medida de la gravedad del pecado y, por lo tanto, la medida del castigo o de la misericordia para otorgar el perdón (versículo 1).
En último lugar, y es típico del hombre, descarga la gravedad del pecado para poder soportar el sufrimiento por la culpa. Entonces dice que el pecado es parte de la naturaleza humana, porque en pecado lo concibió su madre (versículo 5), aceptando la creencia general de que todo hombre es pecador:
2 Crónicas 6, 36 "Si pecaren contra ti (pues no hay hombre que no peque), y te enojares contra ellos..."
Romanos 7, 17 "De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.".
Transcribiré parte del capítulo 7 de la Epístola del apóstol Pablo a los Romanos porque creo no hay mejores palabras para expresar la lucha interior del hombre (o mujer) por controlar lo que por naturaleza es; ni para describir el estupor y desánimo que sobrevienen al comprobar que todo intento para librarse del pecado es completamente en vano:
Romanos 7, 7 "¿Qué diremos, pues? ¿La Ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.
8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.
9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí.
10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para la vida, a mí me resultó para muerte;
11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató.
12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.
13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobre manera pecaminoso.
14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.
15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco eso hago.
16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
24 ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado."
¿El pecado es inherente a la condición humana y lo que califica al pecado como pecado, esto es, la ley, sobrestima la capacidad del humano para controlar sus tendencias pecaminosas y reprimir la comisión del pecado?
Entonces, ¿es el pecado una creación de Dios porque formó al hombre así, con el pecado como parte de su naturaleza humana?
De tal manera que, conociendo Dios la impotencia e invalidez del hombre ante el pecado, establece unas leyes de tipo represivo para la no comisión de actos propios de su naturaleza, como dice San Pablo, que responden a la "ley del pecado que está en mis miembros".
Son las leyes las que "descubren" el pecado porque si no fuese por la ley que identifica y prohíbe el pecado, el pecado sería, existiría, pero sin ninguna connotación de hecho punible. La ley "califica" el hecho como pecado, luego es la ley la responsable por la existencia del pecado.
Recuerden: la ley descubrió el pecado para el hombre y la ley (la de Moisés) la estableció Jehová Dios. Vivimos en pecado porque no somos capaces de cumplir esta ley divina, superando la ley del cuerpo carnal al cual estamos atados. Y, con el pecado, somos prisioneros vitalicios de la culpa.
Al tomar decisiones nos arriesgamos a equivocarnos. No sabremos con seguridad si la decisión es correcta o no hasta no ver sus resultados. Por el miedo a cometer nuevos errores aparece la duda. La duda, o bien nos paraliza, o bien nos mueve aceleradamente en busca de soluciones alternas.
El miedo, la duda y la culpa son pasajeros en el mismo vagón del tren que tomemos hacia cualquier destino y su compañía nos conduce, poco a poco, a formar parte de esa inmensa ola avasallante de la estadística del stress.
- ¿Qué motivó todo esto?
- ¿Quién lo causó?
- ¿Cómo sus orígenes?
Escudriñando las escrituras encontraremos la respuesta, la única y verdadera: Jehová Dios está en el principio de todas estas cosas.
Gracias por su atención y espero sea de su agrado. Hasta la próxima entrega.
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