Aunque siempre hemos tenido acceso a documentales sobre la vida salvaje en África, donde se muestra la dura realidad de la lucha por la supervivencia, hoy en día podemos ver estos contenidos con solo un clic en nuestras redes sociales. Esto nos expone a menudo a situaciones sorprendentes. Me atrevería a decir que hay un porcentaje significativo de personas que, al presenciar la vida salvaje, no solo enfrentan un dilema ético, sino que también experimentan un alto grado de empatía, llegando a sufrir realmente por lo que observan.
La empatía, el amor y la compasión son características de la debilidad humana que la caprichosa evolución nos ha otorgado. Los animales, afortunadamente para ellos, no están dotados de la capacidad para experimentar estos sentimientos, lo que me lleva a una reflexión.
La naturaleza es así: las cigüeñas arrojan a sus crías más pequeñas del nido, ya que esos polluelos son un recurso extra en caso de que los mayores no sobrevivan. Los leones matan a las crías de otros machos frente a sus madres para poder aparearse con ellas. Existe una especie de hormiga esclavista que invade los hormigueros de otras especies, arrasándolo todo para llevarse las larvas y convertirlas en esclavas, y así innumerables ejemplos en todo el árbol de la vida. La pregunta que surge es, ¿hay personas que no están preparadas para vivir en este planeta?
La naturaleza no puede cambiarse, ni debería cambiarse; todo lo que percibimos como cruel es un eslabón en la cadena biológica, y cada uno de estos actos es absolutamente necesario para que cada especie se perpetúe al máximo. Pero volviendo a mi inquietud, ¿por qué hay personas que no pueden aceptar la naturaleza tal como es? Vivimos rodeados de esta maravillosa y necesaria naturaleza, y creo que entrar en conflicto con lo que ocurre y lo que es necesario que ocurra solo nos aleja de ella y nos hace soñar con una utopía que nunca ha existido ni existirá. Lee mi artículo sobre evidencias de la evolución.