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La Generación que no Germina

Cuando las manzanas aún se pudrían, las estrellas y el sol cobijaban al humano sin que esto fuera motivo de alegría para él. Las manzanas dejaron de pudrirse y sintió alegría, más aún cuando vio que ya no poseían semillas que estropearan el pudin, pero un hambre extraña se apoderó de él. Y lloró de frío.

Tenía 13 años y representaba a la nueva generación alimentada con los frutos sin semillas, para ella era natural el sacrificio de sus abuelos, los recordó abrazados en rigor mortis cuando abrió aquella puerta.

Su padre cogió suavemente el brazo de su madre, y le dijo, sin pronunciar palabra, que el último hueso del abuelo ya no serviría para adobar el caldo de la próxima cena. Él saldría de cacería.

Su madre le hizo una seña con sus ojos apagados para que se retirara a su cuarto y se llevara a su hermano de diez años. Una lágrima brotó de su progenitora y el brillo rojo del mantel la tiñó de sangre. La saliva en su boca se tornó en manantial y el gesto de aprobación de su hermano dio la señal para tirar del mantel, ya estaban hartos de la resistencia de sus padres, saltaron velozmente encima de ellos, los desgarraron y depositaron sus cadáveres tras aquella puerta.

Dentro de unos meses ella también sería madre, pero estaba segura que no terminaría tras aquella puerta de la alacena, pues se alimentaría de sus semillas.

Fin

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