No me doliste.

No, no me dolió que empacaras parte de mi vida y te fueras lejos sin mí. Ni que me demostraras que no me extrañabas como lo hacía yo, que pasé días enteros llorándote con una presión en el pecho, sin ganas de mirar la cama vacía.
No me dolió no ser tu privilegio, ser una opción, un número más para llamar porque no había nadie más, cuando tú eras la única llamada que me gustaba atender. Tampoco me dolió caminar sola en los lugares donde caminaba contigo, de tu mano, vistiendo sonrisas, esquivando miradas. Te buscaba entre las gentes y todo lo que encontraba era a mí llena de lágrimas, las lágrimas que solías secar cuando estaba triste.
No me dolió, amor, que hiciéramos promesas, que dibujáramos la idea de un futuro donde me cocines el desayuno desnuda mientras yo veo noticias.
No me dolió (¡por supuesto que no!) que me ilusionaras, que me hicieras sentirte mía cuando, en realidad, eras de todos y no lo vi. Que me enseñaras lo bonito del mundo (tus ojos) y no los pudiera ver más. Ni que me acostumbraras a tus caricias, a tu risa, a un cariño fingido pero con el que fui feliz.
No me dueles porque ya te he odiado lo suficiente echándote de menos, con una pequeña esperanza de que volvieras, tocaras mi puerta y me dijeras que te diste cuenta que soy todo lo que quieres. Pero ya no me dueles porque no mereces que te quieran como te quise ni que te sueñen como lo hice.