LA AGUJA OXIDADA
Cuando niño jugaba feliz junto con otros amiguitos, corriendo, saltando y riendo entre la gente que caminaba de un lado a otro, ocupada en sus propios asuntos. Ezequiel era mi nombre y no era un niño común. Era un niño muy especial, pues aunque aprendía lento con respecto a los otros niños de mi escuela, se podía decir que tenía el don de percibir lo más mínimo del ambiente, podía ver el detalle más pequeño de las cosas y ver objetos que para la vista de otros suponían ser invisibles. Además era un niño con grandes y profundas inquietudes espirituales, siempre proyectando mi mente al universo, imaginando como sería el rostro de Dios, los cantos de los ángeles…
y no sólo eso… la mayoría de las veces escuchaba la voz de una niñita que me
llamaba por las noches: “Ezequiel!”, “Ezequiel!”. Era algo que no me asustaba, pero me intrigaba…Jugaba mucho a la pelota con mis amigos y vecinos, en la calle, al frente de mi casa. Siempre se escuchaba las voces y algarabía de los muchachos:
-“Eeeeeh! Eeeeh!, pasa la pelota Ezequiel” – gritaba emocionado Gustavito
-“A mi! a mi!” – decía Margarita
Pero hubo un día en que la pelota salió volando por los cielos y fue a caer al patio de una casa abandonada que había justo al lado de la casa de mi tío paterno, que hace algunos años, cuenta una historia de la abuela, vivía un médico que se dedicaba a ayudar a la gente, pero que un día sin más ni más, desapareció.
La pelota se perdió y como nadie quería ir buscarla, me tocó ir a mí. Recuerdo que de un salto, me trepé a un árbol de cerezo y brinqué la cerca. Me agarré de una columna hasta que descendí al suelo y presencié lo más asombroso que me hubiese pasado en la vida: muchas luces de colores resplandecían ante mis ojos… ¿qué era ese brillo que parecía venir de todos lados?, ¿a qué se debía? – pensaba y pensaba…– ¿cómo era posible que aquí, insectos, plantas y demás objetos tengan tal brillantez como si estuvieran hechos de luz cual joyas del Sol?. Fue fácil hallar la pelota debido a mi habilidad de encontrar cosas perdidas, siempre fui un experto!… sin embargo, no fueron los objetos luminosos los que terminaron de asombrarme… fue algo totalmente contrario, diminuto, casi imperceptible. En un rincón, posada sobre el suelo de barro y terracota de la vieja casa, vi el único objeto que no brillaba en lo absoluto… una aguja cubierta enteramente de óxido. Estuve muy extrañado y confundido, y la
levanté para observarla detenidamente. Sentí algo muy especial por ella porque era tan diferente como yo con respecto a los demás niños, y me estremecí.
Me quedé esperando una respuesta mágica para tal situación, producto de todo el misticismo que rodeaba ese lugar, pero no la obtuve. Así que ese día le llevé la aguja a mi papá, un hombre muy estudiado pero muy severo conmigo, y le pregunté si el sabía la respuesta a este misterio pero no me miró. Estaba leyendo un libro. Mi padre no tenía mucho tiempo para atenderme y jugar conmigo.
Siempre estuvo metido entre sus libros y almanaques estudiando hasta la coma desde que mamá murió, era profesor de la universidad, y por eso muchas veces me sentí triste porque teniendo él la oportunidad de enseñarme todo su saber, hubiera evitado mi lento aprendizaje y el rechazo constante que sufrí en la escuela por no estar al mismo ritmo que mis compañeros, sin embargo, ser diferente me dió un toque especial… y tal don a veces fue la envidia y malestar de mucha gente insensata.
Este don me viene desde que mamá murió. Desde entonces siempre pude percibir la trascendencia de las cosas, y el único recuerdo que guardo de ella es una llavecita que abre el cofre de sus joyas. La llevo siempre conmigo
guindada en mi cuello. Lamentablemente no pude encontrar a otra persona con la que conversar tan sinceramente como mi madre, pero el señor Juan, el sastre del pueblo, me compensaba.
Ante la insatisfacción de la respuesta negativa de mi padre, decidí hablar con mi amigo el señor Juan. Le enseñé la aguja y vi en sus ojos una alegría tal que sabía que algo bueno me iba a decir.
-“Esa aguja la reconozco bien, pero mi memoria falla para darte explicaciones detalladas. Lo que te puedo decir es que esa aguja, hacía muchos años que no la veía y recuerdo bien que era llevada por una mano bondadosa que ayudaba
a la gente. Ven”, -- dijo el buen hombre, “voy a enseñarte algo”.
Esa noche me llevó hasta su taller y me enseñó un libro donde tenía la información de todas las agujas habidas y por haber. Era un libro, muy muy gastado, que sugería pistas de la edad del anciano señor.
-“Mi libro de agujas, me fue regalado hace mucho tiempo por el hombre que era dueño de esa aguja que cargas, lamentablemente la edad y el pasar de los años no se ha olvidado de deteriorar el libro, así como me a deteriorado a mi, aun cuando he hecho los esfuerzos para mantener el libro lo más intacto posible. Sin embargo, hace tiempo, unos ladrones que entraron a mi tienda, dañaron el libro, buscando información sobre la aguja que tu posees ahora” –me dijo.
Es cierto lo que dijo el anciano señor, en la última sección del libro, faltaban las hojas que hacían mención a la aguja oxidada, pero de seguro se revelaba algo… era una aguja especial… Esta falta de detalles me llenaba el
alma de saber, las ansías de conocer más… algo en mi interior me decía que debía seguir buscando. Recuerdo que vivía en el pueblo una vieja señora que leía el futuro. Usaba cartas, caracolas, el tabaco, lo que se le ocurriese para adivinar. Su nombre era Marina. Estaba desesperado por encontrar información sobre la aguja que no tuve más remedio que visitarla, no había nadie más a quien recurrir.
-“La clave de la respuesta que buscas
está en llegar al río sin luz y seguirlo” –
me dijo. “Sólo recuerda esto cuando entres en pánico, sin en esta búsqueda tuya te ocurre: CONFIA!. La sabiduría ve en la lejanía y lo cercano y grande no son objeto te preocupación”.
Esas palabras de la vieja me causaron conmoción e incertidumbre el adivinar su verdadero significado. Me encontraba en las mismas, sin respuesta aparente, sin sitio donde buscar. ¿Estará loca la vieja señora? – me pregunté en ese entonces – pero no tuve más remedio que seguir sus instrucciones. Yo
quería saber…, así que me adentré en lo más profundo del corazón del bosque. Tenía impregnadas las palabras de la señora Marina en mi mente mientras caminaba y recordé una frase que mi madre me leyó en algún momento: “El alma que sabe algo, se consume en el deseo de saber más”. Pero yo le agregué: “…y lo que vislumbra a Dios se consume en el deseo de llegar a él”. Y esto siempre me mantuvo en toda búsqueda para no desfallecer en encontrar las respuestas, pues como mucha veces me sentí abatido porque aprendía lento, tenía que ver la vida de una forma totalmente distinta a los demás, aunque igual, cual niño me gustaba jugar y reír como cualquier muchacho normal.
Autor: @artelita
Esperen la parte II 💖