La decadencia no solo se ve en los edificios sin terminar, en los huecos de la carretera o en las paredes sin pintar. La decadencia se te ve en la cara, en los ojos, en el cabello sin peinar, en la camisa manchada de sudor, en los pantalones rotos o en los zapatos remendados.
La decadencia te come lentamente, primero sube a tus pies, rompe tus zapatos, y mientras más se alimenta de ti, más fuerza tiene, más grande se vuelve. Luego sube por tus pantalones, abriéndole huecos mientras te escala. De esta manera se va agigantando, creciendo, destrozando todo a su paso
Ya para cuando está en tu camisa se ha vuelto más inteligente, entonces no se come la tela, si no que absorbe sus colores, dejando tu ropa desteñida, débil, sin vida. Es en este momento cuando ya no puedes hacer nada para echarla de tu día a día, habías luchado contra ella tan fuerte, te cambiaste de ropa, arreglaste los zapatos, te echaste perfume, y sin embargo nada de eso funcionó.
Ahora puede acceder a tu cabeza, pero antes de eso se va a divertir sacándote más arrugas, manchando tu piel y haciendo que se te caiga el pelo ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Cómo vas a lavarte a decadencia de encima? Justo en el momento en el que quieres arrancártela de encima, ella entró por tu oreja, directo a tu cerebro, y empezó a susurrarte cosas, algunas de ellas las habrás oído de niño, otras cosas nunca se te ocurrieron.
Asimismo, de un día para otro, decadencia ganó y tú te has convertido en un testigo de Jehová que pide dinero en las camionetitas por puesto.
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