En la noche del 1ero de diciembre de 2017, de repente sentí un ardor en mi ojo derecho mientras miraba algunas cosas en mi Tablet. Sentí como que si una aguja había penetrado en mi ojo. Algo súper extraño.
Imagen cortesía
En efecto, la madrugada se me hizo eterna. No pude dormir bien. El dolor en el ojo era inclemente y de vez en cuando sentía que no lo podía abrir en su totalidad. Quería que amaneciera ya. Apenas el sol intentaba asomarse, me paré y mi ojo estaba peor: rojo, hinchado y cerrado diría que en un 90 %.
Ese sábado tenía un almuerzo con un grupo de amigas del trabajo. Asistí a la cita a pesar de mi malestar ocular. Una de mis compañeras en su casa –donde habíamos acordado para el compartir- me ofreció unas gotas que calmaron un poco mi ardor y dolor.
El domingo el ardor había pasado al ojo izquierdo. Salí a comprar unas gotas oftálmicas para refrescar la vista. La verdad era insoportable la luz y cualquier tipo de pantalla frente a mis ojos.
El lunes tuve que ir al médico. ¿Diagnóstico? Conjuntivitis hemorrágica bilateral. ¡Válgame Dios! lo peor no fue eso, sino que en el examen físico, el médico extrajo de mi ojo derecho algunas partículas cristalinas. ¿Tú andas en moto? -me preguntó- y yo le respondí que no, que lo más cercano para mí por el viento en la cara es que uso transporte público y en muchas ocasiones estoy cerca de la puerta. Hasta ahí.
El oftalmólogo me mandó reposo por una semana y un tratamiento intenso con par de medicinas en gotas que me fueron un poco difíciles de encontrar en las primeras cinco-seis farmacias que me crucé apenas salí del consultorio.
Vigamox y tobrasol fueron las gotas. Me dijo que el Vigamox estaba bastante complicado de conseguir pero que lo intentara y que cualquier cosa lo llamara. Una persona me dijo que fuese a una farmacia en la urbanización Las Mercedes porque allí tenían tobrasol. Y así lo hice el martes. Pero el propio lunes tuve que apelar al servicio público en las redes sociales, específicamente de Twitter a ver quién me podía ayudar con el vigamox. Y apareció alguien. “Yo la tengo”. Coordinamos vía mensaje directo y le pregunté que en cuánto me las vendía. “A mi familiar le cambiaron el tratamiento, no se preocupe, no se la voy a vender”. Ese día casi lloro de emoción, pero también tenía como miedito porque me iba a ver con alguien desconocido. Una excelente amiga también me donó todex en crema que es también como el tobrasol pero en ungüento, igual la fui a buscar porsia caso me haría falta.
Y en efecto, busqué el vigamox en un lugar llamado Plaza Venezuela, aquel perfecto desconocido me tendió su mano con las gotas completamente nuevas y enseguida me fui al Mc Donald’s más cercano para tomar algo y echarme las benditas gotas que eran las primordiales que las otras. Desde ese día empecé a ver calma en mis ojos. Ese día viví en carne propia que los buenos somos más, que siempre habrá alguien que tienda su mano sin esperar nada a cambio.
Cumplí mi reposo y mi tratamiento al pie de la letra. Al cabo de ocho días ya estaba reintegrándome a mis labores.
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¡Wooow, qué honor! Muchísimas gracias.
Fuiste bendecida