Estuve buscándole otro nombre pero no se me ocurre uno mejor. Es un efecto que adquiere el texto que tú estás escribiendo cuando dices, piensas, sabes: esto lo puede leer cualquiera. Y te pones en el lugar del lector más (palabra incomprensible en el borrador), escéptico y despiadado que conoces -que desde luego no es él o ella, sino una imagen mucho más perversa que tú creaste.
Esto (tachado) ha tenido una serie de efectos para mí, algunos que agradezco y otros que (tachado) me gustaría haber evitado: (tachado).
En mi caso (no sé si) es el efecto sucedáneo de un vicio previo, que era la publicación compulsiva y temeraria, o si es sencillamente el vértigo y la cautela propias de quien (tachado) valora en alguna medida duradera el hecho de escribir para ser leído por lectores imprevisibles -es decir, precisamente el vértigo que ignoré para publicar compulsiva y temerariamente hasta ese momento.
¿Ese momento? En realidad -claro- no hay un solo momento, pero sí pueden condensarse muchos, varios o todos en la tarde que le pregunto a Google cuánto de toda esa basura que he publicado está todavía asociado a mi nombre, y la respuesta me lleva (tachado) adonde ya he contado.
Pero de ningún modo la existencia de ese momento implica que hay una síntesis entre la publicación compulsiva y (tachado) el autojuicio público del hijoeputa lector imaginario y su ejército. Son apenas dos fuerzas que están obligadas a convivir porque ninguna está en capacidad de vencer.
Mientras, como salida provisional, acude a un artificio tecnológico, para crear(me) la ilusión de que no soy el único contemplando la batalla.
La imagen la subí de una búsqueda genérica de Vigilar y castigar, porque el Internet no daba para subir un dibujo de mi libreta que capturé con el celular