Por qué discutimos por todo?

in #life7 years ago


Uno de los motivos que más desgastan y deterioran la relación de pareja son las frecuentes y continuas discusiones “por todo”.
Una relación de pareja, más cuando existe convivencia, supone un ejercicio diario de adaptación al otro y a las cambiantes circunstancias de la propia pareja, con la dificultad de que cada uno de ellos trae consigo diferentes historias y formas de entender la vida y las relaciones no solo de pareja, sino también familiares, sociales… que hay que conjugar, y que en este proceso de intentar llegar a acuerdos, generan conflicto.
Generalmente las discusiones más habituales en una pareja tienen que ver con cuestiones importantes como la organización de la casa y distribución de las tareas domésticas, la educación de los hijos, las familias de cada uno, la gestión del dinero y el ocio… Sin embargo, hay parejas en las que, además de estos temas más o menos comunes en toda relación, discuten diariamente por cualquier cosa.
La distribución de la casa, las familias de cada uno, el dinero y el ocio son temas frecuentes de discusión.
Se trata de aquellas parejas que parecen estar siempre en perpetua lucha, en continuo conflicto, la mayoría de las veces por cosas sin importancia, por pequeños detalles, pero que provocan largas discusiones en las que ninguno de los dos quiere dar su brazo a torcer. Cuando estas discusiones se van encadenando un día y otro, el sentimiento de desgaste en ambos es inmenso, el malestar y el dolor se intensifican, y se comienza a tener la sensación de que cada vez que nos reconciliamos es un volver a empezar.
¿Deberíamos romper?
Pilar y Jesús llevan dos años de convivencia de pareja. Las discusiones por malos entendidos y desacuerdos han ocupado gran parte de su vida en común. Los enfados siempre tienen que ver con que uno considera que el otro le ha hablado en mal tono, o no le ha prestado la suficiente atención, o no ha tenido en cuenta su opinión, o no ha contado con él para algo, o simplemente porque los dos opinan diferente o lo contrario acerca de cuál era el nombre de tal o cual restaurante, a dónde fueron y qué hicieron tal o cual día, quién sacó tal o cual conversación, o si ya habían acordado o no algo. Al principio, estos enfados duraban unos minutos, después hacían las paces con un “perdóname, no te entendí”, “qué más da, al fin y al cabo es una tontería” y “no fue mi intención decir eso”, incluso, a veces, zanjaban la discusión manteniendo sexo. Sin embargo con el paso del tiempo, tanto las discusiones como la duración de los enfados han aumentado hasta durar días. Actualmente, el pensamiento de ambos es que “no podemos hablar de nada, porque no nos entendemos” y que “sólo estamos sin discutir los días que pasamos enfadados y cada uno por su lado”, lo que ha provocado que los dos se sientan heridos por el otro y comiencen a buscar un distanciamiento que les proteja de tantos desencuentros y sufrimiento, quedándose más tiempo en el trabajo o llenando la agenda de múltiples actividades, mientras le dan vueltas a la idea de que no le pueden dar al otro la razón en todo y de que quizá habría que plantearse una ruptura.
Cuándo decidir no discutir
Las parejas siempre van a enfrentarse con problemas y discutirlos en sí no es malo, siempre y cuando se consigan gestionar de la mejor manera posible si tienen solución procurando mostrarse asertivo para intentar llegar a un acuerdo, o aprender a convivir con ellos si éstos son irresolubles, para cual, muchas veces viene bien el empleo del humor.
En el caso de aquellas parejas que discuten por cualquier cosa las continuas peleas habitualmente tienen que ver con un carácter fuerte en uno o ambos y una valoración excesiva de sí mismo, lo que genera continuas luchas de poder en las que existe una fuerte necesidad de convencer y sobre todo, de tener razón, dentro de un patrón de comportamiento rígido y poco flexible, que a veces roza la intolerancia. Las discusiones son así una forma de competir entre ellos agravada muchas veces porque ambos atribuyen al otro una mala intencionalidad o un deseo de llevar siempre la contraria, con lo que hablar de cualquier tema siempre resulta inútil.
¿Cuándo debemos ceder y dejar que el otro “se salga con la suya” y cuándo debemos imponer nuestra opinión? Habrá momentos y temas importantes en los que resulta necesario debatir para intentar llegar a un acuerdo de solución o al menos, de convivencia. Otras cuestiones que pueden tener que ver con pequeños detalles o temas insignificantes deberemos pensar si merece más la pena dejar pasar la discusión. Cuando se trata de malos entendidos sobre la comunicación, como por ejemplo, si surge la duda de si la otra persona me ha hablado irónicamente, deberemos poner primero de manifiesto cómo yo he interpretado lo que el otro ha dicho y cómo lo ha hecho realmente, para corregir nuestra percepción si fuera equivocada. Es lo que habitualmente se denomina meta-comunicación.
En este tipo de relaciones de pareja en las que se discute siempre por todo, lo importante no es llevar la razón, sino decidir no discutir. Se trata de que ambos cedan individualmente para ganar en la relación, aprendiendo a encontrar buenos momentos compartidos que reporten disfrute y satisfacción, y logren compensar las discusiones habituales de pareja.