Esta es la verdad sobre mí. No es bonita.

Mi nombre es José Ángel Solo.

Soy un artista.

Y decirlo aún es extraño. Porque suena presuntuoso, ¿Verdad? Inaccesible. Hasta un poco gracioso. Nadie que conozca se define, primeramente, como un artista. Antes eres un ingeniero, un doctor, un abogado, un contador, un explorador de cavernas acuáticas o lo que sea.

Pero no un artista. Al menos no en mi país, México. Qué pena por nosotros.

Las únicas personas aquí que, me parece, se definen de esa forma son los actores y cantantes famosos. O incluso las personalidades incomprensibles que participan en los Realities que están de moda.

¿Lo eres? ¿No? Entonces no eres artista. Punto.

Y da mucho miedo. Saber, dentro de ti mismo, que eso eres. Que estás impulsado, desde tu niñez, a crear algo. Dibujar algo, cantar, bailar, componer o actuar algo. A escribir algo.

Permíteme contarte una historia. Te prometo que será corta.

El niño que quería ser artista

Había una vez un niño al que le gustaba leer. Le fascinaba. De hecho recuerda perfectamente, no preguntes cómo, que aprendió a leer antes de aprender a hablar.

Y, luego de leer, descubrió que amaba escribir.

Otros niños jugaban afuera. Peleaban, reían, corrían y hacían lo que todo niño debe hacer. Pero él era extraño. Él se rodeaba de libros, una libreta con una pegatina de Batman y un lápiz. Y escribía durante horas sobre lugares y criaturas fabulosas, antiguos y fascinantes misterios y personajes cargados de sueños que no temían salir a buscar.

Y eso era su vida. Hasta que su padre le dijo una vez algo que jamás pudo olvidar. Hasta ahora, más de treinta años después.

Ser artista es muy difícil. Mejor enfócate en algo que sí puedas hacer.

Así que eso hizo. El niño dejó de escribir casi por completo. Creció y estudió y viajó y encontró trabajo y se enamoró de alguien maravilloso y formó una familia maravillosa.

Y la libreta con la pegatina de Batman y el lápiz se quedaron atrás.

Aunque, te confieso, no completamente.

El hombre que quería ser artista

A medida que crecía, nuestro amigo acostumbraba volver de cuando en cuando. A escribir historias, me refiero. Eran como una pequeña escapada entre la realidad de entregar ese informe urgente y firmar esa boleta de calificaciones. Como un dulce que comes a escondidas cuando haces dieta. Algo simple que te da una satisfacción simple, pero que no puedes abandonar por alguna razón.

Y su esposa adoraba cada escrito, y los guardaba todos. Él nunca fue así de cuidadoso. Habría perdido su gallarda, varonil y hermosa nariz si no la hubiera tenido pegada a su genéticamente inferior rostro.

Y entonces, un día, descubrió Twitter. Con ese aterrador límite de caracteres que te quita el derecho humano básico de explayarte a gusto mientas comentas el fútbol y la política.

Y escribió un pequeño relato ahí. Una travesura. Sólo para ver si era capaz de hacerlo. Total, unos minutos que perdiera no iba a necesitarlos luego.

Y alguien lo leyó. Y le gustó.

Mira. Interesante.

Escribió otro. Y luego otro más. Y la lista de personas que parecían leerle con gusto se hizo más grande. Miles y miles de ellos en cosa de un año. Nada de lo que había hecho antes provocó tal atención. Y mira que hace unos informes urgentes espectaculares. Con gráficas y todo.

Es que, carajo, parecía ser bueno en esto.Al menos lo suficientemente bueno para tomarlo en serio.

Y nuestro amigo, por primera vez en más tiempo del que recordaba, se hizo una pregunta simple.

Se preguntó quién era él.

Realmente, sin tapujos. Sin miedos ni vergüenza ni nada de esas ridículas cargas. Qué era lo que quería hacer consigo, y cómo podía lograrlo.

Y encontró el valor, gracias a ellos. A su esposa, que guardó esos pedazos de sí mismo que abandonaba en el camino, y a ese grupo de personas en línea que le regalaban algo valiosísimo, aún sin conocerlo:

Su tiempo.

Y diseñó una estrategia. Y sacrificó noches y fines de semana en prepararse para llevarla a cabo.

Porque se los debía. A todos. Les debía el intento. El esfuerzo. El creer que podía hacer esto, quiero decir, dedicarse de verdad a esto.

Porque es un artista. Lo siento, pero no es como la gripe. Esto no se pasa con un par de días acostado viendo la tele y tomando caldo de pollo. Puedes negarlo toda tu vida, y aun así no pasará. No puedes negar quién eres.

Un salto al vacío

La historia aún continúa, por cierto. Ahora empieza un nuevo capítulo.

Un crypto capítulo. Un capítulo “Steem”.

¿Te identificas de cierto modo? Quiero pensar que al menos un poco. Quizá sea algo presuntuoso, pero así lo creo. No me parece que yo sea tan especial como para que a nadie más le haya sucedido algo similar. Sentir en tus mismos huesos que eres algo, y negarlo porque alguien más te dijo que no valía la pena serlo.

¿Sabes? No tiene que ser así. Me niego a pensar que uno deba resignarse. Ya no. Ya perdí demasiado tiempo.

Este es el primer paso en mi plan. Aceptarme. Es condenadamente difícil, porque te sientes ridículo. Y aterrado. Pero de alguna forma es liberador.

El segundo paso es algo que sí sé cómo hacer. Porque así me gano la vida ahora. Planifico, diseño estrategias, organizo y evalúo. Y hago unos informes preciosos.

No soy un loco que arriesgue todo por este sueño. Hace veinte años tal vez sí podría haberlo hecho. Con la certeza de no tener a nadie que dependiera de mí, vaya, un salto al vacío era lo de menos. Si fallaba, bueno, al menos seguramente haría una interesante historia para la sobremesa de alguien.

Pero ahora no puedo. Ya no.

Así que lo que quiero hacer es esto:

Quiero vivir de ser un artista, sin morir de hambre en el intento. Proveer para mis seres queridos haciendo lo que hago mejor: Contando historias y planificando. Quiero saltar al vacío con un paracaídas.

Y me honraría que me vieras hacerlo. Para que aprendas de los errores que seguramente cometeré.

Voy a compartir contigo mis estrategias. Lo que he hecho y lo que voy a hacer para cumplir mi meta de vivir de contar historias. Cada detalle, sin ocultarte nada. Cada fallo que cometa y lo que haré para corregirlo. Steemit es la plataforma perfecta para ello, y es una pieza muy importante de mi estrategia. Deseo aprenderlo. Dominarlo. Invertir tiempo y energía y palabras en ello. Encontrar la major ruta posible para un escritor de ficción. Para un artista.

Mi intención es crear un registro para compartir contigo. Darte una ruta posible y alternativas para seguir. Es experimentar. Aprender a hacer dinero con mi arte, donde muchas veces eso se considera una absoluta locura, cuando no una blasfemia.

Yo he sido muchas cosas en mi vida. No creo que me duela tanto ser blasfemo también. Me han llamado de peores formas.

Además, busco compartir contigo el arte que realizo. Escribo primordialmente flash fiction (En su definición más aceptada: Cualquier relato de menos de 1,000 palabras). Así que podrás leer en mi cuenta relatos desde “muy pequeños” a “pequeños”. En forma de texto y adaptados a cómics y otros formatos, los cuales son una sorpresa.

Pero lo básico, lo que realmente me mueve, es algo muy simple:

Eres tú.

¿Sabes por qué creé esta cuenta? Porque quiero animarte a saltar también, si es que lo que hago resuena contigo. Si tienes esta necesidad imperiosa de crear algo, que no has perseguido por cualquier razón. Deseo convencerte de que es posible, y que esta experiencia pueda servirte de algo en tu propia aventura, aunque sea poco.

Es mi manera de decirte gracias.

Gracias por estar ahí. Por leerme. Por honrarme con tu tiempo y tu atención. Gracias por tomar cinco minutos de tu día para alegrar el mío. Gracias por hacerme creer que este salto es posible. Por ayudarme a reencontrarme. Por darme el valor de intentar esta locura.

Gracias por seguirme, si has decidido hacerlo. Por compartir tu historia conmigo. No lo hubiera hecho jamás sin ti. Sin saber que lo hago por ti.

Sin excusas. Ya no más.

¿Me acompañas?

Créditos de imágenes. StockSnap, StartupStockPhotos, skeeze. Pixabay.

Si te ha encantado, por favor, vótalo y compártelo. Me honrarías si me siguieras aquí: @flashfiction. ¡Gracias!