Carta suicida de un escritor

Fuente

¿Qué me sucede? ¿Quién soy? ¿En qué me he convertido? ¿Acaso el mundo por fin se ha ido a la mierda? Ya no puedo encontrar un solo momento de paz, me zarandeo entre una página y la otra y la otra y lo único que encuentro es la nada; nada, nada y más nada; vacío total y una angustia mal disimulada que se asoma por la punta de mis dedos, he perdido todo rumbo y ya no hay motivos ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy esperando? ¿Acaso soy tan estúpido de creer que alguien en estos tiempos de narciso se preocupará por un ser pusilánime y mediocre como yo? Ya no tienes nada que decir ¿verdad? La poca capacidad de analizar las abstracciones se te ha agotado, solo puedes ver el blanco en el papel; y ahora en un desesperado intento, garabateas las ideas, arañándolas, rebuscando en esa última sobra del barril sucio que se convirtió tu alma.

¿A quién quieres engañar? Lo que dices ya está en cualquier libro, no tienes nada nuevo, solo te queda el estrujar inútilmente la cabeza para dar a luz una idea deforme y bastarda.

¡Ya no más!, estas encerrado y entre más rápido lo aceptes más fácil será el deceso, si es que tal palabra existe. En este espectáculo tienes que ser el mono, con chaquetilla y un gorro arrugado, eres un mono de feria, eres un fenómeno que baila por unos centavos que no son más reales que tus esperanzas de conseguir paz y una muerte tranquila; baila monito, baila, que eres el centro de atención de los indiferentes y los anestesiados por el entretenimiento barato, del chiste blanco de la semana.

No hay nada que valga la pena, nos comunicamos tan rápido que apenas entendemos las imágenes, Pero, no hay nada que entender, todo es estimulo, tras estimulo, tras estimulo delirante; nada perdura y todo se borra. No importa cuántos sobrevivan al ocaso fulminante de la cultura occidental; tus ideas no valen nada, a menos de que seas un mono.
Y te detestas porque en el fondo sabes que eso es lo que quieres, estirar tus pezuñas y agarrar esa moneda oxidada que te tiende el lector, ese hombre común, diabético por los edulcorantes de la actitud positiva y la censura.
Estas en un vitrina, no lo olvides mono de chaquetilla manchada de esperanza y de dignidad.

Aquí ya murió Neruda; y Poe; y Bukowski que con su hipocresía matarían por la fama inflada de los 15 minutos, que tanto anhelaron cuando aún respiraban, pero no tú, tú después de tu muerte estarás condenado al olvido perpetuo de los mediocres, de los que solo quisieron el borde oxidado de una vieja moneda, por que no tienes ni el amor de Neruda, ni las sombras de Poe, ni la ebriedad de Bukowski; solo te has conformado a seguir mintiendo, a seguir bailando como el simio que eres.

Todos los escritores somos falsos… tan sofisticados, tan cultos, tan pedantes. Me dan asco, me doy asco, y no tengo suerte. Ellos la tuvieron, pero ¿de qué sirve la fama después de la muerte?

Que mi fantasma baile con el mono que me he convertido.