Me crié en una pequeña población costera, al sur de la Patagonia
Mi padre fue un hombre del mar, enamorado de las olas y los botes.
Largas horas pasaba él adentrado entre mareas, a veces no volvía hasta muy entrada la noche, en algunas ocasiones con peces para comer, otras con otro tipo de seres a los cuales diseccionaba y extraía distintos líquidos y tejidos.
Yo lo observaba en silencio, en ocasiones tocando mi guitarra, lo que le ayudaba concentrarse enormemente.
Salía él temprano por la mañana dejando fuego ardiendo y comida sobre la mesa, yo pasaba varias horas viendo el fuego, leyendo en sus movimientos letras imaginarias, quizá reales.
Luego me dejaba absorber por los apuntes de mi madre, una estudiosa de la naturaleza, amante de la vida, y de la aventura y La mar, al igual que mi padre.
A mis 15 años, mi padre me regalo un bote de remo, construido por él mismo y mi madre un bolso de cuero negro, con una brújula y otras herramientas de navegación. Con esto he incursionado a las islas más cercanas, encontrándome a veces con criaturas salvajes y todo tipo de plantas.
Una tarde, mi padre se adentró a mi habitación, corriendo el velo que la separaba del comedor
-Ven – me dijo con tosquedad, retirándose del lugar
Me levanté y lo seguí hasta la puerta donde lo encontré preparando sus cosas
-Voy a irme – me dijo sin voltearse – tengo que ir a buscar a tu madre, las cartas que le envío vuelven sin respuesta
-Déjame acompañarte –le pedí mientras se ponía sus botas para el agua – puedo ayudarte a remar
-Sígueme si quieres, en tu propio bote – respondió volteándose – no me pierdas el paso, pues no mirare para atrás.
Prepare entonces mis cosas, lo más esencial, como siempre y salí a la siga de mi padre, que se encontraba ya adentrándose en la mar
Arrastre mi bote hacia la orilla y ya en el agua lo seguí mar adentro
Demore poco en alcanzarlo, a mis 19 años el vigor de la juventud se hacía sentir en mis brazos
Ya adentrados en aguas profundas, entre las nubes la luna se mostró e iluminó nuestros rostros, mire a mi padre, sus expresiones entre preocupación y esperanza, denotaban su amor por mi madre.
Llegamos a una isla al cabo de varias horas de viaje, no podíamos seguir por la oscuridad de la noche y las fuertes mareas, así que acampamos en la entrada de un bosque, me dispuse a hacer fuego y salí a recolectar ramas secas, me demore casi media hora, cuando volví el bote de mi padre había desaparecido al igual que él, mi bote no tenía los remos, en vez de eso una carta sostenida del viento por una piedra revoloteaba intentando volar.
"Hijo, he decidido dejar la civilización y adentrarme entre las islas más allá del fiordo y el mar, he encontrado entre los bosquecillos criaturas y seres totalmente desconocidos para los humanos.
En la isla que te encuentras está la entrada hacia un lugar sagrado para estos seres, te encomiendo encarecidamente la resguardes hasta que tu padre vuelva por ti, él y yo somos guardianes de algo superior y esperamos a que tuvieras la edad para ser parte de nuestra sagrada misión"
Mientras pasaba de palabra en palabra mi corazón se aceleraba y la confusión se apoderaba de mi ¿me habían ocultado eso todos estos años?
Me recosté en un tronco que había dispuesto cerca de bote y contemple la noche, las olas cercanas más suaves que danzaban en la orilla, la luna que se asomaba entre las nubes, entre esta belleza la claridad llegó a mí y comprendí que la expresión que mi padre llevaba en su rostro no era por mi madre, si no que por mí.
A la mañana siguiente desperté por un frio viento que besaba mi rostro y me pareció conectar una mirada en el aire, esto me sorprendido y exaltado me puse en pie, decidí explorar la isla en la que me encontraba y me adentre en el bosque
Mientras caminaba advertí una liebre que comía unas hojas cerca del camino, saque de mi bolso mi honda con algunas piedrecillas, apunté tensando con fuerza el elástico y disparé un tiro certero, limpio en la cabeza, corrí y estando a punto de alcanzarla un zorro se dejó ver y la llevo lejos entre sus colmillos.
Sorprendido y frustrado seguí avanzando hasta que llegue a un gran árbol de manzanas, camine cerca de él y a lo que intente tomar una fruta, una serpiente me mordió con mucha rapidez
Retrocedí sin gemir, revise la mordida, que inmediatamente cambio de color, rompí mi camisa y con la tela aplique un torniquete con la poca fuerza que tenía. Me intente mantener en pie, mire hacia un costado y vi al zorro que me quito la presa. esperará a que muera pensé * y seré su alimento también*
Mis ojos se cerraban que dirían mis padres de esto... muerto en mi primer día de sagrada misión