Fuente
Hoy me fue mal no conseguí casa para limpiar, ni lavar ni planchar; pero vamos a cocinar el medio kilo de arroz que nos queda y nos lo comemos con el pedacito de casabe que quedó ayer”
Angelina y Manuel se pararon del chinchorro al igual que Lucía, los tres fueron a la cocina y ayudaron a su mamá con la limpieza del comedor, la mesa.
En otro barrio del pueblo, a la falda de un cerro vivía una viejecita. Se encontraba sentada a la sombra de un Pilón, frente a su casa, estaba tomando un café, se veía preocupada y con la mirada fija en el camino esperaba a su único nieto, porque era tarde y él siempre venía a almorzar con ella; pero ya eran las 4:30 PM y nada que llegaba.
La abuela se sentía inquieta y en voz alta decía: “Dios mío qué le habrá pasado a mi nieto, se metería en algún lío. No terminaba de pensar cuando vio al nieto venir con paso rápido, daba la impresión que alguien lo seguía.
Llegó, besó la mano, estaba llorando y dejó sobre la mesita del comedor colocó una bolsa con alimentos y se fue al patio, para acostarse en el chinchorro que estaba colgado entre la mata de Mango y una de Guayaba.
Las gallinas, el perro y las mismas matas estaban extrañados; porque Octavio hablaba con ellos en sus momentos de tristeza, desesperación y tal vez de locura.
En ese instante estaba como ausente, no pensaba en nada solo lloraba. Filomena se le acercó a Octavio y le acarició con suavidad la cabellera de color negro del muchacho; porque sólo tenía 21 años de edad, y le dijo:
-Estás llorando mucho, qué te pasó, qué te hicieron… -y en la medida que la ancianita preguntaba lloraba; porque ella se imaginaba algo y su recuerdo viajó en el tiempo retrospectivo 16 años, tenía Octavio para ese entonces 5 años.
Su viaje fue interrumpido por la voz del joven hombre cuando le manifestó a su abuela:
-Hice algo muy malo pero no lo hice, abuelita querida, me llegaron esa cosas a la cabeza; pero también me llegaron otras en el momento que escuché la voz de la mujer
-¿Y qué te decía hijo?
-Lo único que me acuerdo y no se me olvida es que decía que sus hijos la esperaban para comer y que ella no llevaba comida. Vamos a llevarle comida, vamos hablar con ella, no quiero sufrir más. Ella es muy buena abuelita; porque metió en mi cabeza las otras cosas que me decían que no lo hicieran y sus niños tienen hambre, quiero pedirle perdón, quiero que ella me ayude, a que esas cosas que ella metió en mi cabeza sigan ahí, para que las otras no entren.
La viejecita lloraba y abrazaba su nieto, hasta que le preguntó
-¿Cómo la ayudamos si no sabemos quién es, dónde vive? y lo más seguro es que ponga la denuncia en la policía
-Abuelita yo voy a saber quién es ella y dónde vive; cuando lo sepa vamos a ir los dos a su casa y hablamos, necesito que me perdone, yo creo que no soy malo.
De repente Octavio se cayó, cerró sus ojos y entró en un sueño profundo y Filomena continuó con sus viaje en el tiempo y miraba a Octavio un niño precioso, de bellos ojos, muy dado a las personas, que jugaba con los animales de la finca donde trabajaba su mamá, él normalmente estaba solo, porque su hermana Belkarys estudiaba en el pueblo y eso fue lo que le desarrolló ese amor por los animales, hablaba y jugaba con ellos, los cuidaba y les daba de comer. Esto último con la ayuda de la abuela.
Así transcurrió la vida de Octavio hasta que ocurrió la tragedia que lo marcó.
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