Aunque Yanira no podía percibir el peligro que se avecinaba, su mente estupefacta por olores que la envolvían no dejaban espacio en sus pensamientos. Apretaba los dientes y los frotaba los unos con los otros, bailando de un lado otro con el movimiento aleatorio de su cintura. Una sonrisa de placer se albergaba en su rostro, acompañadas de palabras certeras, hipnóticas, malévolas e insidiosas. Un aura de magia ascendentemente se posicionaba y amenazaba postrarse sobre ella como un ejecutor sanguinario.
Acostumbrada al aliento fétido de espectros acosadores, consiguió las palabras del maleficio: Ruber, viridis, pulcher et malevolus, repetía, mientras el gran espíritu se ubicaba sobre ella. Bajo la sombra de la estatua de Sekhmet se erigía un pequeño altar: un poderoso ser que fue adorado como un dios, nacido de las grietas nasales de la diosa de la destrucción. Yanira alzaba las manos. El deseo y el éxtasis la lapidaban. Liberó un pequeño murmullo que pronto se convirtió en un eco que traspasó las barreras del tiempo. Rayos liberaron su cólera, y ante la insistencia de la bruja, se rebeló el viento.
La tormenta llegó a Sainsan, el pueblo que Yanira juró destruir. Los pobladores se refugiaron en las catacumbas subterráneas, creadas para sobrevivir a los catastróficos tornados. Las plegarias no paraban de brotar, pero lentamente fueron ahogadas. Los escondrijos perdían su fortaleza a medida que la magia que Yanira invocaba se hacía más grande.
Jonathan, el perpetrador, había arribado al pueblo en mal momento. Era hermano de Yanira y también un respetable brujo, con la mente dividida entre el amor y la justicia. Su reciente juramento le había impedido seguir los designios de su corazón, pero, en una reflexión de raciocinio, se enfrentó a las cumbres de lo incorrecto y se abatió en jornada contra la locura de su hermana.
Los espíritus revivían de los elementos de la tierra e intentaban detener a Jonathan en su justiciera cruzada, pero ni insidias, ni trucos, ni poderes sobrenaturales fueron capaces de detener al señor de los filos. Jonathan elaboró un túnel atravesando la diabólica tormenta, usando al pueblo como puente hacia la colina espantosa, donde Yanira canalizaba todo su poder y locura sobre su demente invocación.
El viento se convertía en filosos cuchillos que rasgaban las vestiduras de Jonathan. El camino se convertía en un vértigo insoportable para su corcel. El majestuoso animal terminó espantado, huyendo hacia los lados del camino, dejando a su jinete sin montura y expuesto a los obstáculos de la maldad.
Ruber, viridis, pulcher et malevolus, se escuchaba en el aire con un tono estrepitoso; era la voz de Yanira, potente y gutural, hasta los hombres más briosos se convertirían en leales esclavos del miedo al escuchar aquel sonido. Jonathan corrió como nunca, acercándose a la cúspide profanada de su hermana.
Una vez que sus ojos se posaron en ella, un gran pesar inundó su corazón. La forma humana de Yanira estaba distorsionada. Sus cabellos rubios fueron reemplazados por el rojo y la textura del fuego. Su sonrisa se había expandido de oreja a oreja, dejando ver filosas dentaduras ennegrecidas y labios violáceos casi consumidos. La delgadez de su cuerpo se volvió extrema, su columna sobresalía de su espalda y su cuerpo había incrementado de tamaño.
El dolor de ver a su hermana en esa condición cegó a Jonathan, convirtiéndolo en una marioneta del horror. Comenzó a preguntarse si sería capaz de detenerla, pues al final, esto solamente lo llevaría a un desafortunado fin.
Un portal envuelto en tinieblas se ubicaba a los pies de la estatua de Sekhmet, de allí sobresalían varios brazos; delgados, larguiruchos y ennegrecidos, desesperados por salir de su prisión. El señor de los filos tenía la solución en sus manos, pero temía usarla. Su mente estaba corrompida por el dolor de perder a su hermana, en vez de la salvación de toda la región.
Cuando por fin se decidió, ya era demasiado tarde. El viento se abatió contra él. La sangre se esparció por el suelo y rápidamente perdió el último aliento. Yanira ya no tenía impedimento y, en un arrebato de poder, liberó al mal de su cárcel.
La forma de aquel extraño ser era indefinida, solo brazos salían de su núcleo brumoso y espantoso. Uno de ellos se abalanzó a Yanira, la tomó como a un objeto y, con toda la fuerza de su palma, la estrujó hasta convertirla en un trozo de carne pulverizado.
La criatura se elevó y devoró a la luna y las estrellas, y en ese mismo día, desapareció el poblado de Sainsan sin dejar cimientos. Aquella región se convirtió en una tierra maldita que muchos osados y sagrados guerreros fueron instruidos para purgar, antes de que aquella ponzoña llegue a las orillas del mundo.
FIN
ET MALEVOLUS
Although Yanira could not perceive the danger coming, her mind stupefied by smells that enveloped her left no room in her thoughts. She gritted her teeth and rubbed them against each other, dancing back and forth with the random movement of her waist. A smile of pleasure was harbored on his face, accompanied by accurate, hypnotic, malevolent, and insidious words. An aura of magic ascendingly positioned itself and threatened to prostrate itself over her like a bloodthirsty executioner.
Accustomed to the fetid breath of harassing specters, she managed the words of the curse: Ruber, viridis, pulcher et malevolus, she repeated, as the great spirit positioned itself above her. Under the shadow of the statue of Sekhmet stood a small altar: a mighty being who was worshipped as a god, born from the nostrils of the goddess of destruction. Yanira raised her hands. Desire and ecstasy stoned her. She released a small murmur that soon became an echo that pierced the barriers of time. Lightning released its wrath, and the wind rebelled at the witch's insistence.
The storm reached Sainsan, the village Yanira swore to destroy. The villagers took refuge in the subway catacombs, created to survive the catastrophic tornadoes. Prayers kept pouring out but were slowly drowned out. The hiding places were losing their strength as the magic Yanira invoked grew.
Jonathan, the perpetrator, had arrived in town at a bad time. He was Yanira's brother and also a respectable sorcerer, his mind torn between love and justice. His recent oath had prevented him from following the designs of his heart, but, in a reflection of reasoning, he faced the heights of wrong and fell on a journey against his sister's madness.
The spirits revived from the elements of the earth and tried to stop Jonathan in his righteous crusade, but neither insidiousness, tricks, nor supernatural powers were able to stop the lord of the blades. Jonathan tunneled through the diabolical storm, using the town as a bridge to the dreadful hill, where Yanira channeled all her power and madness into her demented summoning.
The wind became sharp knives that tore at Jonathan's clothes. The road became an unbearable vertigo for his steed. The majestic animal ended up frightened, fleeing to the side of the road, leaving his rider without a mount and exposed to the obstacles of evil.
Ruber, viridis, pulcher et malevolus, could be heard in the air with a resounding tone; it was Yanira's voice, powerful and guttural, and even the most spirited men would become loyal slaves of fear upon hearing that sound. Jonathan ran like never before, approaching his sister's defiled cusp.
Once his eyes fell upon her, a great sorrow flooded his heart. Yanira's human form was distorted. Her blonde hair was replaced with the red and texture of fire. Her smile had expanded from ear to ear, revealing sharp blackened dentures and violet lips almost consumed. The thinness of her body became extreme, her spine protruded from her back and her body had increased in size.
The pain of seeing his sister in that condition blinded Jonathan, turning him into a puppet of horror. He began to wonder if he would be able to stop her, for in the end, this would only lead to an unfortunate end.
A portal shrouded in darkness was located at the foot of the statue of Sekhmet, from there protruded several arms; thin, lanky, and blackened, desperate to get out of their prison. The lord of the blades had the solution in his hands, but he was afraid to use it. His mind was corrupted by the pain of losing his sister, instead of the salvation of the whole region.
When he finally made up his mind, it was too late. The wind blew against him. Blood spilled on the ground and he quickly lost his last breath. Yanira was no longer hindered and, in a burst of power, released the evil from its prison.
The form of that strange being was indefinite, only arms protruded from its misty and frightening core. One of them rushed at Yanira, seized her like an object, and, with all the force of its palm, squeezed her into a pulverized lump of flesh.
The creature rose and devoured the moon and the stars, and on that same day, the village of Sainsan disappeared without a foundation. That region became a cursed land that many daring and holy warriors were instructed to purge before that poison reached the shores of the world.
THE END
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Termino siendo destruida por lo que veneraba uffff épico final ¡Saludos!
De los más terribles 😁
Gracias por pasar y comentar.
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