Más allá de la lágrima

in Humanitas3 days ago


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Hoy, en el Día de los Difuntos, mientras recordamos a quienes ya no están con nosotros, me siento impulsada a hablar sobre el duelo. No solo porque es una fecha señalada en el calendario, sino porque el dolor de la pérdida es una experiencia universal que nos conecta a todos. Es un tema que me ha tocado de cerca y que quiero compartir, especialmente en un día como hoy, en el que la ausencia se siente más palpable que nunca.

A veces, la vida nos da un buen bofetón de realidad para que abramos los ojos. La muerte es como ese amigo incómodo que nos recuerda que el tiempo vuela y que nada es eterno. Cuando perdemos a alguien, sea un familiar, un amigo o hasta una mascota, nos damos cuenta de lo afortunados que somos por los momentos que compartimos. Es como cuando dejas ir a esa persona que tanto querías y te das cuenta de todo lo que diste por sentado. ¡Ay, si hubiéramos valorado más esas risas, esos abrazos, esas pequeñas cosas que nos hacían felices! La muerte nos enseña a vivir el presente, a decir "te quiero" "te amo" sin miedo y a disfrutar de cada segundo.

Perder a un ser querido es como perder una parte de nosotros mismos, un vacío que parece no tener fin. Pero en ese abismo, encontramos también la oportunidad de reinventarnos, de descubrir facetas de nuestro ser que yacían dormidas. El duelo, lejos de ser un callejón sin salida, es un camino de transformación, un viaje hacia un nuevo nosotros.

Cuando alguien que amamos se va, experimentamos una gama de emociones tan grande como el océano. La tristeza es la más evidente, pero también la ira, la culpa, la negación y, en ocasiones, incluso la sensación de alivio. Es importante permitirnos sentir todas estas emociones, sin juzgarlas ni reprimirlas. Cada una de ellas tiene un propósito y nos ayuda a procesar la pérdida. Entre tanta emoción, hay una frase de mi papá que siempre me acompaña: 'Gracias a Dios me duele algo, eso quiere decir que estoy vivo'. Sus palabras me recuerdan que sentir dolor es parte de ser humano y que, aunque duela, es una señal de que amamos y hemos sido amados.

Aunque físicamente ya no estén con nosotros, los seres queridos que hemos perdido siguen vivos en nuestros corazones. Su legado perdura en los recuerdos, en las enseñanzas que nos transmitieron y en los valores que compartimos. Honrar su memoria es una forma de mantenerlos presentes en nuestras vidas y de encontrar un nuevo significado en la nuestra.


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El duelo no es un visitante temporal, sino un compañero de viaje que nos acompaña durante un tiempo. A veces, sentimos que avanzamos y que estamos empezando a sanar, pero de repente, una canción, un olor o un lugar nos devuelve a la realidad de la pérdida. Y está bien, es parte del proceso. Aprender a convivir con el dolor es una de las tareas más difíciles, pero también una de las más enriquecedoras.

En momentos de duelo, es fundamental rodearnos de personas que nos quieran y nos apoyen. Hablar con amigos, familiares o un terapeuta puede ser de gran ayuda para expresar nuestros sentimientos y encontrar consuelo. A veces, simplemente saber que no estamos solos puede hacer una gran diferencia.

A medida que pasa el tiempo, podemos comenzar a sentir gratitud por el tiempo que compartimos con nuestros seres queridos. Agradecer por los momentos felices, por las lecciones aprendidas y por el amor que nos brindaron.

En lugar de centrarnos en la ausencia, podemos elegir celebrar la vida de nuestros seres queridos. Organizar un evento en su memoria, plantar un árbol, donar a una causa que les importaba... son todas formas de honrar su legado y mantener viva su llama.

Cada persona experimenta el duelo de manera diferente. No hay un tiempo establecido para sanar y no existe una fórmula mágica para superar la pérdida. Lo importante es ser paciente con nosotros mismos y permitirnos sentir lo que necesitemos sentir.

La partida de mi abuela y varios tíos me ha enseñado, de primera mano, que cada persona experimenta el duelo de manera única. No hay un manual de instrucciones para superar la pérdida. He aprendido que lo más importante es ser paciente con uno mismo, permitirse sentir todas las emociones que surjan y respetar los tiempos de cada quien. Cada duelo es un viaje personal y único.

Aunque el dolor de la pérdida pueda parecer insoportable, la esperanza siempre está presente. La esperanza de un reencuentro en otro plano, la esperanza de encontrar la paz interior y la esperanza de seguir adelante. La esperanza es lo que nos permite seguir viviendo y encontrar un nuevo propósito.

El duelo es un capítulo doloroso en la historia de nuestra vida, pero no es el final de la historia. Después de la tormenta, siempre llega la calma. Y aunque las cicatrices nunca desaparecerán por completo, con el tiempo aprenderemos a vivir con ellas y a encontrar la felicidad nuevamente.


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Éste es un tema muy sensible precisamente por lo que has dicho, cada uno lleva el duelo de manera diversa, y a esto le debemos un respeto sagrado, por otra parte, en este proceso el dolor no se va sino que se transforma.

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