Relato: El sueño de la reserva arqueológica

in Literatos2 months ago

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Imagen editada con Canva. Fuente de la imagen: Pexels

Unos antiguos compañeros de la universidad y yo fuimos a una reserva arqueológica, muy lejos de la ciudad. En aquella reserva se ofrecían paseos guiados, a un módico costo de no recuerdo cuanto.

Nos divertimos mucho comiendo y bebiendo en una pequeña fonda instalada en algún punto de la reserva. Por momentos íbamos a los baños, aunque personalmente yo prefería los de mi casa; aunque el lavabo y el inodoro parecían nuevos y muy bonitos, la limpieza de los sanitarios dejaba mucho que desear.

Al caer la tarde, ya era momento de regresar, pues la reserva iba a cerrar. Sin embargo, la indecisión de algunos de mis compañeros empezó a ser desesperante; algunos, incluyéndome, necesitábamos regresar a la ciudad por el trabajo o por la escuela.

Levanté la mirada. El cielo estaba nublándose. Sabía que debíamos irnos en ese momento, pues conducir bajo lluvia era peligroso y queríamos evitar tanto el tráfico como los accidentes, y así se los comuniqué a los que se encontraban dentro del bar. Éstos estaban pasando un momento agradable, por supuesto, y al parecer no se percataban del peligro que podría surgir si regresábamos bajo tormenta eléctrica.

Me metí al automóvil junto con los que necesitábamos marcharnos. El auto era una combi antigua, de esas de la década de 1970, en donde cabrían hasta 20 personas. Estaba desesperada por irme, y los que estaban conmigo me daban la razón de ello, pero no podíamos dejar varados a los que estaban en el bar.

No niego que se me pasó por la mente quitarme del auto u marcharme a pie, pero eso iba a ser un problema. El Internet no llega hasta la zona, la señal telefónica era débil y el Google Maps podría llevarme a otro lugar que no sea casa.

Cuando levanté la mirada de mi teléfono, vi que los demás salieron del bar y se subieron al vehículo, pero todavía estaban discutiendo si pasar la noche o no. Los que estaban conmigo se molestaron, y hasta uno le recordó que tenía que levantarse a trabajar al día siguiente muy temprano.

Miré hacia atrás. Ahí estaba la carretera, con el cielo parcialmente nublado. La idea de marcharme por mi propio pie era demasiado fuerte.

No sé si siempre lo hice o no, porque de forma abrupta desperté, viendo el sol levantándose en el horizonte y el aire de mi abanico enfriándome. Eran las 5:55 de la mañana.

“Cada sueño loco que tengo”, murmuré mientras me levantaba para ir al baño y prepararme para el día.

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