E S P A Ñ O L

𝔸ℝ𝕋𝔼 𝔻𝔼𝕄𝔼ℕℂ𝕀𝔸𝕃 𝕀𝕀

Al día siguiente, me vestí muy elegante como si tuviera un compromiso importante. Desayuné un poco de pan tostado con un huevo frito entero, acompañado con un jugo de moras para pasar la poca comida. Me puse mis zapatos y mi reloj nuevo de muñeca, un sombrero que era de mi abuelo y una camisa ligera y refrescante.

Estaba emocionado de ver aquellas obras de arte de aquel hombre extraño. Su nombre era Alberto Cruz y este tenía una historia muy interesante. Sus bocetos eran demasiado intrigantes; paradigmáticos y oscuros. Algunos de ellos presentaban seres de otros mundos o paralelos al nuestro; no tenían rostro, pero sus extremidades eran retorcidas, cambiaban de forma y rápidamente se agitaba. Por el realismo en que pude detectar que estaban dibujados, pensé que aquellos monstruos saldrían de los cuadros en los que estaban.

Amigos míos, debo confesarles que nunca había visto un arte igual. Me encaminé con rapidez a la dirección indicada por aquel hombre, crucé la avenida principal y a solo unos edificios crucé la esquina para detenerme en un edificio gris de la calle Rosa Plata. Por el intercomunicador pude hablar con mi anfitrión, y entré por la puerta principal rechinante aquel edificio derruido.

El lugar se veía tétrico por dentro, había un charco de agua en el pasillo de entrada que generaba una extensión de moho en la pared. La iluminación era escasa, a pesar de que esa vez era de día. No había muchos ventanales ni tragaluces a los lados, y los que había, estaban tapados con alguna bolsa de plástico negra.

Me encaminé hacia el apartamento de Alberto Cruz, subiendo por las escaleras corroídas del lugar. Me inhibí de tocar la baranda sucia y oxidada que había pues soy una persona muy quisquillosa en cuanto a higiene o cosas desconocidas. Tengo mañas que a las personas les parecerá un poco exageradas, pero para mí es lo contrario, pues siendo alguien hipocondríaco siento que el mundo está en contra de mí.

Después de respirar hondo y dar algunos apretones fuertes de aliento a mis manos, finalmente llegué a mi destino. Toqué el timbre percudido y gris con un pañuelo que luego deseché, y fue casi de inmediato, mi anfitrión apareció para recibirme. El hombre casi dio un sobresalto de alegría, me dejó pasar casi haciéndome reverencia con una pose muy particular.

Dentro de su apartamento vislumbré tantas cosas, era como entrar a un estudio de lo macabro, lo incompresible y lo terrorífico. Había monstruos colosales, con ojos centellantes escarlatas y amarillos, otros tenían sus fauces horribles llenas de millares de colmillos apuntado hacía mí, como esperando a tragarme al entrar en sus bocas.

El arte de Alberto Cruz se veía tan realista; incluso en tamaño y en proporciones, que el miedo que sentía me provocó una irresistible ansiedad. Me dijo que había algo más interesante que quería mostrarme, algo, que cambiaría por completo mi percepción del mundo del arte. Debo tomar más licor, porque mis recuerdos comienzan a difuminarse y comienzo a sentir lo mismo de aquel día.

CONTINUARÁ...