Dedicado a mi padre...
Mira al cielo y busca sus ojos. El fuego encendido que le ha dejado en su ser. No hay día en el que no le mire. Parada frente al espejo y allí, él esta también.
No hay silencios en los que sus palabras no se hallen frente a su puerta. Los recuerdos evocados del ayer infantil y un vuelo despejado hasta sus brazos, se hace necesario en su vivir.
Ha dado tumbos y ha caído muchas veces. Sus robustas rodillas ya no son el hierro de su andar. Se han ido corroyendo con los años, pero aún así, sigue los pasos que un día le fueron huellas gigantes de un amor ancestral.
Un palabra cae en la memoria. Una princesa baila entre risas y colores. Los aplausos del alma llegan sin retardo. Un casa de esquina sigue intacta en la imaginación y en la dimensión preciada del sentir.
Papelillos y serpentinas van danzando, un canto que jamás será menos de lo que es. Los minutos y los ritmos son la carcajada de los sueños que no se apagan, de la vida en su trinar.
Mira de nuevo al cielo y una estrella que titila, le impone la certeza de un encuentro en la ruleta de miles de nacimientos que vendrán. Es un árbol que crece en dos direcciones. Tiene raíces y ramas dentro y fuera de la imagen que nos da.
Como es arriba, pudiera ser abajo. Como es dentro, pudiera ser afuera. Ella, sabe que él la mira, la abraza en su regazo en un rincón de dentro de su ser que, aunque no esté, él está.