El frío entumece mi nariz, una gota de lluvia incesante cae en la banqueta. El invierno al fin ha decidido manifestarse. En mi mano izquierda un paraguas viejo trata inútilmente de cubrir la brisa
inclinada. En mi mano derecha tu mano helada.

Está sonando la primera campanada, pero los feligreses aún no han despertado.

El semáforo cambia a verde, el ruido de las llantas sobre el adoquín me recuerda la mar embravecida y el agua helada qué acariciaba la playa en las noches heladas de invierno.

Está sonando la segunda campanada apenas un par de ancianos temblorosos de frío se asoman por la ventana.

El semáforo ahora está en rojo. El frío entumece mis dos manos. Frotar una contra la otra me causa más ansiedad que calor. No sé a dónde has ido, pero siento tu presencia en mi corazón.

La tercera campanada está sonando, pero no se ve a nadie cerca de la iglesia, tan solo el mozo que retira las últimas hojas de los árboles que ha dejado el otoño.

El semáforo está en color verde, pero esta vez no se escucha ningún ruido, solo el que puedo imaginar al caer de las gotas de lluvia sobre mi frente helada...