Siguiendo el ritmo de mis pasos, contando mis pasos, uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Sólo están mis pasos.
Inspiración, expiración, tres, cuatro.
Inspiración, expiración, tres, cuatro.
Mi pasillo convertido, tres, cuatro.
El pasillo de mi casa se convierte en un camino de un parque, con árboles a los lados, con una fuente a lo lejos.
Entra en mí el aire frío de una mañana de invierno con mi respiración acompasada, mientras pienso en lo maravilloso que sería que este instante durase todo lo que yo quisiese, sin tener que volver a la rutina de luchar contra deseos de conseguir un algo que desconozco y, al lograrlo, ser feliz. Expiro, resoplo, tres, trastabillo.
Miro mis pies, siguen andando al mismo ritmo, uno, dos, tres, cuatro, convirtiéndome en ellos para soltar un parque con deseos de ser feliz. Uno, dos, tres, cuatro.
Inspiración, expiración, tres, cuatro. Inspiración es lo que necesito, tres, cuatro.
Una inspiración que me haga escribir textos hermosos, agradables, lenitivos, y cuatro.
Entre el Ara y el Cinca, ando por una senda con guijarros de esperanza y piedras de tormento, para mis pies y para mí, mientras me alejo de la realidad que no soy capaz de entender, interpretándola con figuras grotescas en la que empiezan a habitar mis pensamientos.
Caigo, ruedo, mis brazos partidos, mi cara sangrando.
Consigo sentarme en una roca, intento calmarme, soportar el dolor, quedarme quieto. Uno, dos, tres, cuatro.
Pero mis pies, con los talones en el suelo, empiezan a marcar un ritmo que empiezo a contar.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Desaparece la senda, desaparecen mis brazos, tres, desaparece mi cara sangrando.
Mi pasillo, mi casa, tres, cuatro. Inspiración, expiración, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
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