Diario literario: la gitana que leía el futuro en una rosa.

in Literatos3 years ago
Un saludo, queridos lectores. Este texto es el fragmento del primer capítulo de una novela todavía en producción; por lo que valoraría cualquier comentario o crítica constructiva de su parte. Muchas gracias por la lectura.

Héctor me esperaba fumando en las escaleras de la residencia. Cuando llegué, me condujo por los pasillos, de pasamos adornados con flores amarillas y negras, hasta el apartamento de la gitana. Al entrar, el intenso olor de los medicamentos y el encierro me hizo retroceder. La gitana esperaba en la última habitación; la débil luz la mostraba acostada en un camastro angosto, envuelta en un mantel con las puntas amarillentas, y las manos, diminutas y arrugadas, temblando en el regazo. Al verme, sonrió. Héctor nos miraba desde la puerta meciéndose las manos y moviendo el pie con impaciencia; siéntate, hermano, dijo con un gesto que envolvió la estancia: minúscula. El único mueble brillaba por el uso. Al frente había un gran espejo ovalado rodeado de santos de cerámica. En la mesa de noche los portarretratos, frascos de medicina y cabos de vela estaban desordenados, como si una mano, crispada del pánico, hubiera hurgado apresuradamente. Una luz pulsante, como un corazón en agonía, iluminaba todo. Hacía calor. Me senté en la butaca cerca de la cabecera. No he podido conseguir más medicina dijo Héctor en un susurro. Le tomé la mano a la anciana; sonreía. Intentó decir algo, y una saliva espesa y negra, característica de los adictos al chimó, le corrió por el mentón. Qué dice, le pregunté a Héctor. Que si la ves, me respondió. Volvió a intentar hablar y se ahogó; negó suavemente. Le tomé las manos con más fuerza.
La habitación olía a fármacos, con una opresión intensa, que siempre es el aliento de lo peor. Entonces la encontré con la vista: la rosa, guardada en una caja de cristal, descasaba al lado del espejo. Nunca antes la había observado tan de cerca, y me pareció burda y ordinaria. No podía imaginar cómo la gitana leía el futuro en sus pétalos.

rose-1642970_1920.jpg

Fuente

Sin embargo, al ver la rosa por un rato, pasaron ante mí las clases en la universidad y mi relación con la gitana, y el club de desesperanzados. Todo pertenecía al pasado. Un instante. Aunque podría ser solo eso, me parecía encontrar indicios de algo más. Hay épocas que se mantienen inalterables, sin que se filtre la fuerza destructora del tiempo. Sin alterar su condición original. Así se me juzgaba esa época: una piedra, única y solitaria, en el río de mi vida.
Todo comienza con la historia de Marlene. Una historia muy corta: estaba profundamente enamorada de la vida. Con una pasión e intensidad que yo nunca había visto. Marlene creía en el pasado como en una fuente de secretos indescifrables. Era la única que iba a la consulta con la gitana no con el afán que de que le alegrara o entristeciera con las promesas del futuro, sino para que le narrara su historia, su pasado, como quien decide emprender un viaje muy largo y disfrutar del paisaje por el ventanal. Le gustaba contemplar y recorrer su historia, desgranando cada parte, deteniéndose en cada detalle, como quien descubre su cuerpo frente al espejo. De todos los del grupo, era la que más se tardaba conversando con la gitana; le preguntaba, reiteradas veces, que hubiera acontecido de no haber realizado un acto, o de haber realizado este otro, no como quien se lamenta de las consecuencias de su presente, sino como el ciego que decide ver; descubriendo el sentido oculto en la cadena de eventos.
Ella fue la que me presentó a la gitana por primera vez.