Ficción: El último abrazo/ The last embrace (ESP/ ENG)

in Literatos5 days ago (edited)


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El último abrazo

_Cada vez que llega alguien y me pregunta por Eva, me gusta contar su historia, aunque nadie me crea -dijo el barman sirviendo una cerveza helada al hombre que estaba en la barra. La mujer en cuestión, Eva, estaba sentada en una de las mesas en aquel bar de mala muerte, ajena a las miradas curiosas, entre las sombras, fumando un cigarrillo que se consumía con cada bocanada que daban aquellos labios temblorosos.

_Lo que usted ve allí, fue lo que quedó de ella -dijo el barman secando un vaso traslúcido, pequeño, con toda la parsimonia del mundo y mirando aquella mujer que parecía un charco en mitad del desierto.

_Eva es una mujer que se puede identificar a simple vista: por encima de uno de sus pechos tiene tatuado un corazón de líneas negras, que resalta en su piel blanca, pálida y suave. Bruno también llevaba un tatuaje en su pecho: dos dagas en forma de cruz. Tal vez fueron los tatuajes los que sirvieron como imanes para atraer a esas dos criaturas tan distintas o fue la rebeldía de cada uno, la pasión acumulada, o qué sé yo. La vida a veces es un misterio. -expresó el barman con el pequeño vaso en las manos.

_Todos fuimos testigos de las miradas y los suspiros, de los besos, de las manos sudadas por debajo de la mesa que buscan y encuentran. De la desesperación de las bocas, del hambre postergado. Bruno era un músico que estaba de paso y Eva era una simple chica que quería divertirse. Cada noche se sentaban ahí y para ellos, nosotros no existíamos. Así es el deseo: hace que seamos islas rodeadas de agua, húmedas, mojadas por todos lados o cíclopes invencibles. Dije bien: invencibles, no invisibles. Los invisibles éramos nosotros.

_Pero la pasión es fuego y yo nunca he visto que el fuego dure tanto. Entonces ya no hubo miradas cómplices, se acabaron los besos, las manos curiosas, los largos abrazos. Nadie me cree cuando les digo que el último abrazo que se dieron fue justo donde está ella ahora, sentada como una estatua, como si nunca se hubiese movido. El abrazo fue tan fuerte y definitivo, que cuando se separaron, todos vimos cómo el corazón, que Eva lleva en el pecho, sangraba, herido, y las dagas de Bruno, filosas, estaban teñidas de sangre. Si usted no me cree, acérquese a Eva y verá el corazón ahora rojo y a ella seca, como si hubiera muerto.


HASTA UNA PRÓXIMA OPORTUNIDAD, AMIGOS

[Versión en inglés]
Every time someone comes in and asks me about Eva, I like to tell her story, even if no one believes me,” said the bartender, pouring an ice-cold beer for the man at the bar. The woman in question, Eva, was sitting at one of the tables in that dingy bar, oblivious to curious glances, in the shadows, smoking a cigarette that was consumed with each puff from her trembling lips.
What you see there, was what was left of her,” said the bartender drying a small translucent glass, with all the parsimony in the world and looking at that woman who looked like a puddle in the middle of the desert.
Eva is a woman who can be identified at a glance: above one of her breasts she has a tattoo of a heart with black lines, which stands out against her white, pale and smooth skin. Bruno also had a tattoo on his chest: two daggers in the shape of a cross. Perhaps it was the tattoos that served as magnets to attract these two very different creatures or it was the rebelliousness of each, the accumulated passion, or what do I know. Life is sometimes a mystery. -said the bartender with the small glass in his hands.
We all witnessed the glances and sighs, the kisses, the sweaty hands under the table searching and finding. Of the desperation of the mouths, of the hunger postponed. Bruno was a musician passing through and Eva was a simple girl who wanted to have fun. Every night they sat there and for them, we did not exist. That's how desire is: it makes us islands surrounded by water, humid, wet on all sides or invincible Cyclops. I said it right: invincible, not invisible. The invisible ones were us.
But passion is fire and I have never seen fire last so long. Then there were no more complicit glances, no more kisses, no more curious hands, no more long embraces. Nobody believes me when I tell them that the last embrace they gave each other was right where she is now, sitting like a statue, as if she had never moved. The embrace was so strong and definitive, that when they parted, we all saw how the heart, which Eva carries in her chest, was bleeding, wounded, and Bruno's daggers, sharp, were stained with blood. If you do not believe me, come closer to Eva and you will see the heart now red and her dry, as if she had died.

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