Desdibujados
En una oficina, que hacía de recepción, uno de los hombres llenó un formulario, luego entregaron los equipajes que llevaban en las manos a una monjita que les sonreía. La anciana con unos ojitos pequeños y vidriosos era la viva imagen de un animalito asustado. Los dos hombres se sentaron cerca de ella y comenzaron a hablarle. Le pidieron que se calmara, que aquel lugar era bueno para ella, que allí tendría a mil personas cuidándola, que ellos la visitarían los fines de semana y que no se olvidarían de ella. La anciana los miró partir y solo dijo: Dios los bendiga.
Por las mañanas y las tardes, la anciana, al igual que otros como ella, se sienta en una especie de salita de espera; allí mira el televisor, escucha algo de música o conversa. Otras veces se va al patio central y en uno de los banquitos se sienta. Desde allí mira en silencio los carros que llegan. Y ella mirando sus manitas arrugadas, piensa que en aquel lugar, los ancianos ya no salen después que entran. Con aquel pensamiento se va a dormir y sueña, que algún día vuelve a su casa allá afuera.
Los fines de semana, en aquel lugar, parece que hay fiesta. Los ancianos se visten y esperan. Algunos familiares vienen, otros simplemente jamás llegan. Aquellos que nadie visita, en sus habitaciones se encierran. Allí, sentados en sus camas, calladamente piensan: Qué será de mis hijos, me habrán olvidado, no les importaran que yo muera. Y así, cada día, en aquel lugar, los ancianos se van desdibujando en aquella eterna espera
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Un relato muy hermoso y nostálgico.
Me encantó mucho.
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