Cansancio al atardecer
Cuando el hombre despierta, el desayuno, el jugo y el café están listos y servidos. Un saludo simple, corto, preciso son las únicas palabras que hombre y mujer se dirigen. En silencio, la pareja desayuna. El hombre no tiene tiempo para una segunda taza de café porque en la oficina lo esperan, tampoco para un beso de despedida. La mujer, sola y en silencio suspira, piensa que debe limpiar la casa.
Aunque ayer lo había hecho, lavó la loza con cuidado y sacudió la casa con esmero. Fue al armario y desdobló la ropa que ayer había doblado y se tomó una hora para volver a ordenarla. Lo mismo hizo en la cocina y en el baño: desordenó para luego reubicar cada objeto. Cuando llegó a la biblioteca allí encontró la carta que desde hacía meses había comenzado a escribir: cada día escribía una o dos líneas. Cuando la leyó, se dio cuenta que solo faltaba la despedida.
Luego de terminar la carta, la dobló y la puso en una esquina de la cama. Miró su alrededor y vio su casa impecablemente limpia. Se dio cuenta que era tarde para la cena y aunque estaba cansada, se puso hacerla. Cuando estuvo hecha, la mujer se bañó y miró la carta en la esquina. La tomó y la rompió, y antes de salir solo hizo una notita. Cuando el hombre llegó, leyó aquellas breves líneas:
_La casa está limpia, la comida está en el horno microondas y me fui a ver dónde encuentro azúcar.
Esta publicación ha recibido el voto de Literatos, la comunidad de literatura en español en Hive y ha sido compartido en el blog de nuestra cuenta.
¿Quieres contribuir a engrandecer este proyecto? ¡Haz clic aquí y entérate cómo!
Gracias por el apoyo, amigos!
Supongo que el tópico del azúcar sustituye a aquél otro, más antiguo pero no menos desesperante, que decía: se fue a Cuba a comprar tabaco. Podría llegar a superarse el aburrimiento, el cansancio, el tócameroque de la cotidianidad si todos, tanto hombres como mujeres, aprendiéramos o al menos nos esforzáramos en reinventarnos, en hacer de cada día una nueva aventura, en volver a convertirnos en metafóricos pioneros y salir con determinación a descubrir ese Nuevo Mundo que debe ser nuestra pareja. A soñar despiertos, a hacer de la fatalidad un enemigo al que someter y conquistar. En definitiva: a volver a ser humanos y dejar de ser Robinsones en las desiertas islas de nuestro propio egoísmo. Como decía Federico García Lorca: vuela, palomita, vuela. Un fuerte abrazo
Aquí en Cumaná, cuando alguien dejaba a su pareja, se decía que salió a comprar "algo" y no regresó. Hay cosas que se acaban y no se pueden ir a comprar como el azúcar, lastimosamente. Abrazos muchos, @juancar347