[Reseña crítica al estudio monográfico (ensayo): Dolores, una escritora en el siglo XIX, de la compilación de ensayos: Perspectiva de género en la literatura latinoamericana, por Cristina Eugenia Valcke Valbuena (213)]
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Por: Lisbeth Lima Hechavarría (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile)
limantropo@gmail.com
Hacer una observación panorámica sobre los diferentes aspectos que merecen lectura crítica e interpretación incisiva para desentrañar los temas que atañen a la literatura escrita por mujeres, más específicamente por nuestras escritoras latinoamericanas, pareciera tarea más fácil hoy, cuando ya se cuentan décadas de estudios dedicados a estos asuntos. Asuntos que, según la despectiva apreciación de muchos, son parte de un boom mediático, como si lo tendencial llevase un sello que de algún modo lo sentenciara a lo repetitivo hasta caer en la falta de contundencia. Voltear atrás la mirada con el propósito de seguir rescatando nombres femeninos del ostracismo en el que han quedado relegados, seguirá siendo por mucho tiempo (al menos eso espero) una tendencia, más allá de lo transmedial y las fiebres académicas transitorias. Olvidamos a veces que lo modal está en todo estudio, independientemente de la materia, pues, ¿qué buscamos entonces si no es eso que ha marcado pauta relevante ante el ojo del investigador tras denotar un patrón de repetición o reproducción, lo cual convierte a la cosa en sí en fenómeno?
En el libro la autora se propuso reunir nueve ensayos a obras escritas por mujeres excepto una cuyo autor fue un hombre, pero intenta justificar esa excepción, la cual podría generar debate teniendo en cuenta el grueso del género en la muestra, diciendo que “su inclusión en el estudio es validada a través de la focalización en el universo femenino que recrea la obra y que permite rastrear los puntales del imaginario de género de la época” (12). Revisa con enfoque feminista un campo literario heterogéneo escrito por autoras latinoamericanas entre los siglos XIX y XX, de distintos registros e impacto, obras de gran calibre como producción cultural hecha por mujeres en condiciones históricamente distintas, pero semejantes, elementos que le imprimen un carácter particular a cada una.
Profundas se tornan las lagunas de conocimiento que persisten sobre las particularidades de la literatura latinoamericana escrita por mujeres, no solo por el silencio impuesto a sus obras tras siglos de misoginia y machismo intrínseco de nuestros pueblos, sino por lo engorroso que se torna el rastrear rúbricas verdaderas tras pseudónimos de hombres que jamás cogieron una pluma en sus manos, tal como expone Jana Marie Dejong en su artículo Mujeres en la Literatura del Siglo XIX. En Las Mujeres en la Historia de Colombia. Mujeres y Sociedad. Tomo 3 (137-157), citado además por Cristina Eugenia Valcke Valbuena, en su texto Perspectiva de género en la literatura latinoamericana (14) para referirse a la orfandad en la línea materna que padece la literatura de nuestro continente.
La familia siempre ha sido asunto de interés para los análisis socioculturales, en este caso, la escritura es la forma manifiesta del arte para visibilizar problemáticas tan añejas como perennes. Las últimas décadas arrojan estudios en cuanto al rol que ocupa el núcleo familiar como perpetuador de la violencia de género. Justamente el texto que traigo a bien presentarles: Dolores, una escritora en el siglo XIX, contenido en el ya mencionado libro de ensayos: Perspectiva de género en la literatura latinoamericana (13-36), publicado por la Colección La Tejedora, en el Programa Editorial de la Universidad del Valle en Colombia, evidencia elementos que pudiera diseccionar en pos de legitimar el referido planteamiento.
Aunque quizás el texto seleccionado para esta reseña eluda construcciones semánticas y esquemas propios de marcos teóricos explícitos, las perspectivas generadas desde la crítica social, la historia o el análisis del discurso, aparecen como una exigencia de la lectura crítica propiciada por el mismo ensayo y no como una exigencia de la teoría para abordarlos. Con esto la autora tiene la marcada intención de que contribuyan a hacer conocer el valor que tiene una escritura femenina condenada a la exclusión en los ámbitos de la cultura hegemónica y así mismo propone una interpretación apropiada que no disuelva el carácter vital que ellas expresan.
A través de los subtítulos que guían el hilo conductor del ensayo: Dolores, una escritora en el siglo XIX, su autora evidencia de forma constante y subyacente el rol tan poderoso que la familia ejerció, no solo en la vida de la protagonista de la obra sino en Soledad Acosta de Samper, quien la escribiera en 1867. Desde el primer acápite, comencé a interpretar y encontrar hilos que me ayudaron a construir toda una genealogía de esos distintos tipos de invisibilidad perpetuadas en el seno familiar. Pero, primero me gustaría hacer potable la lectura entre las mujeres que trataré en la presente reseña, teniendo en cuenta que estoy en presencia de tres autoras: Cristina Eugenia Valcke Valbuena, autora del ensayo que disecciono, Soledad Acosta Samper, escritora analizada en dicho ensayo y Dolores, la protagonista de la obra que refiere. Como verán, tengo tres puntos de vistas que enriquecen el análisis. Según estudios referenciados por Valcke, se ha hablado de posibles rasgos autobiográficos de Soledad Acosta en su obra “Dolores”, sin embargo, la falta de información documental respecto a la autora imposibilita validar dichas especulaciones.
Pero, de dichas similitudes en torno al análisis que compete hablaré más adelante.
Primeramente, quiero referirme a una construcción metafórica de familia que establece la autora del ensayo al mencionar a madres y padres de la literatura para dar paso a su visión de orfandad por la línea materna, algo que desde el inicio brinda una gráfica muy clara de los porqués en torno a estos estudios. Imaginemos un Diagrama de Venn para establecer una teoría de conjuntos que pretendo desarrollar en esta lógica; al unir ambos círculos, por un lado estarían los estereotipos y conflictos familiares con los que cargaba Soledad Acosta al enfrentarse a la escritura de la obra, y por el otro los que cargaba Dolores (constructo de Samper, lo cual podría entenderse como una reproducción de su modo de pensar), y en el medio, los propios principios que impone la familia imaginaria de la literatura. Entendemos entonces por los parlamentos de Valcke y los ya citados criterios de Jana Marie Dejong, más los de Sandra Gilbert y Susan Gubar en su ensayo: La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria en el siglo XIX (636), cómo desde ese concepto de familia hegemónica, donde ha de haber un padre y una madre, la línea materna siempre ha quedado mutilada. Madres auténticas, solo las más arriesgadas, madres que asoman la cabeza hoy luego de siglos en el silencio eternizado por las épocas. ¿Padres?, también los auténticos, los dispuestos a ceder espacio a los nombres de las madres, aunque sin reconocer el oficio de la escritura como propio de ellas sino más bien un don de hombres en manos ajenas, madres-padres obligadas a la falsa identidad, y así, generación tras generación.
Harold Bloom, como Sandra Gilbert y Susan Gubar hablaron de una ansiedad del escritor, pero, el ensayo demuestra que distaban muchísimos las traducciones del concepto de uno a otras autoras, pues, según Bloom, cada autor tiene tras de sí una tradición de escritores tan extensa que el poder de la influencia tiende a silenciarlos, así que para poder superar esa crisis se hace necesario “matar al padre”. Entiéndase esta metáfora como la inminencia de sobreponernos a los referentes y buscar nuestra propia voz en el ejercicio escritural. Sin embargo, Para Gilbert y Gubar, esa misma teoría se aplica más bien a lo que provoca en las mujeres escritoras la negación al legado ancestral de madres silenciadas.
Cierto es que las autoras, al igual que los autores, cuentan con siglos de literatura detrás suyo, en su mayoría masculina, y que también pueden temer las influencias de los padres literarios, pero su situación es mucho más compleja, porque enfrentadas al vacío de una tradición escritural femenina podría incluso sospecharse que la presencia, en sus obras, de algunos rasgos de la escritura de autores consagrados por el canon, puede hacerse incluso muy deseable para ellas, puesto que podría representarles cierto reconocimiento (15).
La novela “Dolores” está marcada por letras, si bien no es el móvil de la trama sí es parte importante del argumento, de hecho, todo se mueve a través de la escritura, y la familia una vez más toma el protagónico como un personaje que se transparenta y va desplazándose conforme avanzan los capítulos, hasta solidificarse con los derroteros de sus personajes. La narración de la obra se manifiesta como lo escrito por Pedro, primo de Dolores, quien a todas luces representa al narrador. Según el ensayo, la mayoría de los parlamentos de los personajes se suceden a través de sus escritos, entre los que figura el diario de la protagonista, es así como el lector conoce de sus posturas ideológicas más íntimas. En voz, bueno, más bien letras, dado a que lo especifica en sus textos, Pedro deja claro que la verdadera vocación escritural la tiene su prima dando fe de su talento; este hecho, sumado a que la novela fue creada por una mujer, podría dejar inferir aproximaciones entre una y otra y hace de la literatura femenina uno de los asuntos determinantes de la novela.
Las relaciones maternas y paternas en la obra son muy complejas. Dolores quedó huérfana de madre desde pequeña, al igual que su primo Pedro. Ambos fueron criados por la tía Juana una vez que Jerónimo, padre de Dolores, desapareció cuando esta tenía doce años, muriendo supuestamente, pero luego ella descubre que había enfermado con lepra y para librarla de tal martirio se exilió en una isla. No obstante, previamente, Jacinto había sido un padre dedicado que asumió “el rol de madre”, dice Valcke y cito: “Es claro que la muerte de esta mujer, despertó en Jerónimo el afán de suplir su falta, asumiendo un poco el rol materno, por esto -a mi juicio- en el padre existen algunos rasgos de carácter femenino como la marginalidad” (24). En este planteamiento quizá subconscientemente ella también está reproduciendo patrones de género adjudicando que en los cuidados y el amor hacia los hijos está bien que existan asunciones de roles.
Uso este pasaje específicamente para referirme a las inferencias que se han hecho en cuanto a lo autobiográfico que pudiera tener esta obra de su autora, pues, acorde a lo revisado por Valcke, Soledad Acosta de Samper tampoco tuvo influencias de la madre durante su vida, pues, invisibilizada tras la figura de un prócer de la Patria, como lo fuera el padre, quien murió antes que la madre cuando ella tenía dieciocho años (justo como el de Dolores en la novela), de igual modo nunca refirió pasaje alguno de su vida donde la figura materna tuviese valor para ella. Incluso, la propia Dolores solo hace referencia a la suya en dos pasajes breves faltos de adjetivos, lo cual ofrece muy poca información, pero al mismo tiempo evidencia su nula necesidad de la madre, como si no tuviese nada significativo que aportarle. También quedó demostrado por Valcke en el ensayo, citando un pasaje de la obra, la invalidación de la hipótesis que plantea la ausencia de recuerdos de Dolores hacia la madre, ya que ella misma revela datos que conoce por sí.
Podría creerse que murió cuando la niña no tenía todavía uso de razón, sin embargo, el hecho de que tenga conciencia del cambio de actitud de su padre, niega tal hipótesis. Lo cierto es que parece que Dolores no reconociera ninguna herencia de la mamá, como no fuera el cariño del padre. Es significativo también, saber que a los doce años –justamente la edad que tenía Dolores cuando recibe la noticia de que su padre se ha ahogado y queda al cuidado de la tía- la escritora es enviada a Halifax (Nueva Escocia- Canadá), donde, bajo el cuidado de la abuela materna, continúa su educación.
Por último, me gustaría referirme al supuesto reconocimiento que brindara el esposo de Soledad Acosta de Samper a su obra. José María Samper (también escritor) la incita en 1869 a publicar una compilación de textos que ya habían visto la luz bajo pseudónimo. Éste, en su “infinita bondad”, la alienta a reconocer su escritura como algo distinto de un acto íntimo, más que “escribir para nadie”, como decía ella, frase rectificada después con la de “sólo para mí”. Lo planteado ampara la idea de que en realidad Soledad fue comprendiendo que escribir para uno mismo es escribir para nadie y de que la escritura necesita un público. Sin embargo, en el prólogo que escribió para su libro, al referirse a la escritura de su mujer, lo hace como “autor”, sugiriendo que en tanto al oficio de escribir ella es un hombre.
Expresa en éste, que Soledad Acosta no se ha atrevido nunca a creerse escritora, que sólo considera su trabajo como un simple ensayo, que no ha aspirado jamás a la fama, que la actual publicación es una idea exclusiva de él y que el motivo que hay detrás es el de perpetuar el nombre paterno contribuyendo humildemente a la formación de la literatura de la joven república (15-16).
Lo expuesto hasta aquí valida lo que pretendo resaltar en cuanto al enfoque del ensayo: otro triste ejemplo de la marginación a la que se han visto sometidas escritoras-personajes a lo largo de la historia de la literatura latinoamericana escrita por mujeres. Incluso cómo ellas mismas pudieron llegar a normalizar tal desprecio bajo la sumisión de un oficio liderado por hombres.
No obstante, Dolores sabe que su primo viene en camino y también, tiene la certeza de que no alcanzará a verla con vida pero no quema su diario, no lo destruye, lo deja como testimonio de su existencia, esta ‘no acción’ de desaparecerlo, quiero leerla como su último y desesperado gesto de ser a través de la palabra, de no haber vivido en vano. Un gesto que muchas escritoras han repetido a lo largo de la historia, cuántos cuadernos de las abuelas no ocultarán a la escritora que anhelaba un día salir de la oscuridad (36).
“Obras citadas”
- Bloom, Harold. “El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas”. Barcelona: Anagrama, 1995
- Dejong, Jana Marie. “Mujeres en la Literatura del Siglo XIX”. En “Las Mujeres en la Historia de Colombia. Mujeres y Sociedad”. Tomo 3. “Mujer y Cultura”. Bogotá: Norma, 1995. pp 137-157
- Gilbert, Sandra y Gubar, Susan. “La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria en el siglo XIX”. Madrid: Cátedra, 1998
- Valcke, Cristina E. “Dolores, una escritora en el siglo XIX”, En: “Perspectiva de género en la literatura latinoamericana”. Colección Las tejedoras, Programa Editorial de la Universidad del Valle, Colombia, 2010. pp 13-36
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