Sonaron las ocho campanadas y Gabriel se estiró en la cama hasta arquearse. A través de la ventana, los rayos de sol penetraban el frío estacional hasta la mesita de noche y él vio un sobre muy blanco que lo intrigó. Uno que no estaba allí cuando se acostó luego de la cena. Restregó con modorra sus ojos, estiró su mano y la tomó. ¿Qué es esto?, se preguntó antes de abrirla. La textura y el colorido brillante en dorado y rojo lo sorprendieron, como también las simples palabras que leyó: Que todos tus más profundos deseos se cumplan en este día. Feliz Navidad.
―¡Quién usa tarjetas de Navidad en estos días! ―exclamó en voz alta y roncadora―. Ahora se usan los mensajes animados y emoticonos en los teléfonos. De seguro, es del abuelo, aún atrapado en el pasado.
La novena campanada indicó el desayuno familiar y tradicional alrededor del gran árbol de Navidad. Los padres y hermanos de Gabriel estaban de pie con los platos en las manos, observando con curiosidad, incluso avidez, las cajas de regalos. Solo él y el abuelo, sentados en la esquina más alejada de la mesa, parecían algo despreocupados y con pocas expectativas. No obstante, el anciano, absorto en sus pensamientos, como si viajara a otros tiempos, de repente dijo: ¿Qué esperáis? Abrid vuestro regalo y disfrutarlos.
A Gabriel, la forma de hablar del abuelo le pareció fuera de lugar. Bueno, quiso pensar, de tiempo.
Todos tenían un regalo, con excepción del joven Gabriel, quien llevaba en el bolsillo de la chaqueta, el sobre blanco que sobresalía.
―Abuelo, dime, ¿por qué me distes una tarjeta de Navidad? Eso ya no se usa ahora.
El viejo lo miró con firmeza, y le dijo que lo acompañará al ático, mientras los demás mordisqueaban las tartas marmoleadas y sorbían las tazas de chocolate caliente alrededor de las cajas abiertas.
De techo, al jalar la cadena, bajó una estrecha escalera. El viejo ascendió primero, y el nieto, perplejo, lo siguió.
―Abuelo, tu casa está llena de sorpresas. ―Vociferó al ver las plateadas maquinarias y pantallas en donde él intuyó, habría cajas repletas de objetos del pasado. Imaginó, una especie de depósito lúgubre y oscuro. Pero, en cambio, nada más alejado de la realidad. Todo era luminoso y moderno, futurista.
―Solía traer aquí a tu abuelo cuando era niño. Fue él quien me alentó a mudar el laboratorio del sótano. Todavía recuerdo la cara de alegría de tu bisabuela al contar con más espacio para sus cosas.
―Abuelo Mark, este lugar es fantástico. ¿Qué haces aquí?
―Cumplir tus sueños.
Gabriel metió, por instinto, la mano en el bolsillo y sacó el sobre con la tarjeta de Navidad. El anciano lo invitó a ponerse al frente de un raro artefacto. La primera impresión era la de un ordenador común, si no fuera, porque del cabezal de la silla unos cables translúcidos sobresalían y la falta de un teclado.
―¿Qué quieres, abuelo?
―Siéntate y déjate llevar. No temas, no te va a comer.
«¿Por qué yo, y no mi papá, o alguno de mis hermanos?” ¡Ni siquiera soy el mayor!». Se preguntó en lo más profundo de su ser. Empero, obedeció sin chistar.
De repente, se vio trasladado a una época familiar. Era la niñez del abuelo. Lo sabía porque años atrás husmeó entre los álbumes de fotografía en blanco y negro de la gran biblioteca de su padre. Aunque en ese instante, él, intangible, observaba a todo color cómo los niños repletos de alegrías intercambiaban diminutas tarjetas de Navidad escritas a puño y letra algo temblorosas. Uno de esos niños era casi idéntico a él: era el abuelo Mark.
Una intensa luz difuminó el cálido ambiente. Gabriel sintió como si saltara hacia otro lugar, y al recobrar la nitidez se vio a sí mismo ya envejecido en una gran sala rodeado de personas desconocidas, a las cuales sintió muy cercanas. De pronto, antes sus ojos, aquellas personas se desvanecían, como siluetas holográficas al ser desconectadas de la fuente de energía. Se vio solo, sin nada. En la mesa blanca metálica, estaba una vieja tarjeta de Navidad en dorado y rojo que aún brillaba al reflejo de la luz.
―Abuelo Mark. Sácame de aquí, por favor.
―Claro, Gabriel. Cálmate, hijo. Solo es una realidad entre infinitas posibilidades. Así que, piensa bien en lo que deseas y sé sabio.
―Abuelo, entiendo. Me has dado el mejor regalo de Navidad.
Desde entonces, Gabriel, siguió los pasos de su bisabuelo. Con el tiempo, heredó, no solo la enigmática casa con tan peculiar ático, sino que también, el legado: explorar las inmensas y maravillosas posibilidades de la vida, repartiendo a su paso múltiples tarjetas de Navidad.
Fin
Un microrrelato original de @janaveda
Imagen creada en Mac Keynote
Esta es mi participación al reto número 40 de Hispaliterario Navidad
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Eight bells rang and Gabriel stretched out on the bed until he arched over. Through the window, rays of sunlight penetrated the seasonal chill to the bedside table and he saw a very white envelope that intrigued him. One that wasn't there when he went to bed after dinner. He sluggishly rested his eyes, reached out his hand, and took it. What is this, he wondered before opening it. The texture, bright gold, and red coloring surprised him, as did the simple words he read: May all your deepest wishes be fulfilled on this day. Merry Christmas.
"Who uses Christmas cards these days!” he exclaimed loudly and hoarsely. Now they use animated messages and emoticons on phones. I'm sure it's from Grandpa, who is still stuck in the past.
The ninth chime signaled the traditional family breakfast around the big Christmas tree. Gabriel's parents and siblings stood with plates in their hands, looking curiously, even greedily, at the boxes of gifts. Only he and Grandpa, seated at the far corner of the table, seemed somewhat unconcerned and with few expectations. However, the old man, absorbed in his thoughts, as if traveling back in time, suddenly said: “What are you waiting for? Open your gifts and enjoy them.
To Gabriel, the grandfather's way of speaking seemed out of place. Well, he wanted to think, of time.
Everyone had a gift, except for young Gabriel, who had the white envelope sticking out of his jacket pocket.
"Grandfather, why did you give me a Christmas card? That's not used anymore."
The old man looked at him sternly and told him to accompany him to the attic, while the others nibbled on the marbled cakes and sipped the cups of hot chocolate around the open boxes.
From the ceiling, by pulling the chain, down a narrow staircase came a narrow staircase. The old man ascended first, and the grandson, perplexed, followed.
"Grandfather, your house is full of surprises." He shouted as he saw the silvery machinery and screens where he guessed there would be boxes full of objects from the past. He imagined some kind of gloomy, dark storage room. But nothing could have been further from the truth. Everything was bright and modern, futuristic.
"I used to bring your grandfather here when he was a child. He was the one who encouraged me to move the lab out of the basement. I still remember the look of joy on your great-grandmother's face when she had more space for her things.
"Grandpa Mark, this place is fantastic. What are you doing here?"
"Fulfilling your dreams."
Gabriel instinctively reached into his pocket and pulled out the envelope with the Christmas card. The old man invited him to stand in front of a strange device. The first impression was that of an ordinary computer, were it not for the fact that translucent wires protruded from the head of the chair and the lack of a keyboard.
"What do you want, Grandpa?"
"Sit down and let yourself go. Don't be afraid, it won't eat you."
“Why me, and not my dad, or any of my brothers? I'm not even the oldest!”. He asked himself in the deepest part of his being. Nevertheless, he obeyed without a whimper.
Suddenly, he was transported back to a familiar time. It was Grandpa's childhood. He knew this because years ago, he snooped through the black-and-white photo albums in his father's large library. At the time, he intangibly watched in full color as joyful children exchanged tiny Christmas cards written in shaky handwriting. One of those children was almost identical to him: it was Grandpa Mark.
A bright light diffused the warm atmosphere. Gabriel felt as if he jumped to another place, and when he regained clarity he saw himself already aged in a large room surrounded by unknown people, whom he felt very close to him. Suddenly, before his eyes, those people faded away, like holographic silhouettes when disconnected from the energy source. He saw himself alone, with nothing. On the white metallic table, was an old Christmas card in gold and red that still glittered in the glare of the light.
-Grandpa Mark. Get me out of here, please."
"Sure, Gabriel. Calm down, son. It's only one reality among infinite possibilities. So, think well about what you want and be wise."
"Grandfather, I understand. You've given me the best Christmas present ever."
Since then, Gabriel followed in his great-grandfather's footsteps. In time, he inherited not only the enigmatic house with such a peculiar attic but also the legacy: to explore the immense and wonderful possibilities of life, handing out multiple Christmas cards along the way.
The end
An original short story by @janaveda in Spanish and translated to English with www.deepl.com (free version)
Image created in Mac Keynote
This is my participation in Hispaliterario's 40th challenge Christmas
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Una bella historia de navidad, que capta la atención desde el principio, feliz navidad amigo, muchas bendiciones para ti y tu familia.
Gracias, mi estimado @cetb2008. Igual para ti. Te deseo una fantástica Noche Buena en compañía de tus seres queridos.