Navidad en Heladén

in Literatos2 days ago

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Navidad en Heladén


Existía en el lejano norte de Canadá un pueblo de tres calles llamado Heladén, que por ventura de las muchas nevadas nacían «arbolitos de Navidad» solos, como montañas, y la gente competía por ver quién podía escalarlos más rápido.



La fuerza de espíritu que tenían los heladeños era regio como los iglús donde vivían. Nada parecía apaciguar lo que algún momento su cuerpo pedía. Y vaya que amenazas había. Osos, hielo frágil, cazadores desquiciados o un alud, todo atentaba contra su misión deportiva de escalar «árboles» nevados.

Ahora bien, la competencia de arbolitos fue muy particular el año pasado. Recuerdo con detalle que cuando la familia Sánchez McGraw, fundadores de Heladén, iba a dar comienzo a las escaladas, varios gritos salieron de entre la multitud.

Pensé que se trataba de un grito ceremonial, pero pronto vi como todos empezaron a huir del lugar, inclusive los competidores.

Aquel caos fue calmando de a poco, y entre los níveos mantos que arropaban el paisaje, pude ver cómo se asomó un hombre de larga cabellera blanca, montando un alce, con arco en mano.

Quizás lo más impactante, no era la gran bestia o el mismo sujeto, tuerto y de pecho descubierto en frío, sino que la punta de cada una de sus flechas llameaba.

De hecho, era eso lo que había causado horror primero, ya que el hombre ese ya había derretido arbolitos de nieve con sus flechas de fuego.

Entonces los comentarios eran:

—¡Santa quebró y se volvió loco!—dijo un inocente.

—Con mi alce sabanero, voy camino de Heladén—tarareó una vieja jocosa.

—¡Por todos los santos! Paren ya, es mi abuelo que ha bebido demás—finalmente aclaró una joven de ojos llorosos.

El viejo patrón del pueblo, Don Sánchez, pensó en llamar a la policía, pero tan pronto sacó su celular, el arquero borracho empezó a intentar encender todo lo que veía.

Como espectador casual, me dije a mí mismo que qué mala suerte tenía para experimentar algo así en un lugar tan tranquilo en el mundo. Esto me llenó de coraje.

Ya no importaba el frío, ni el miedo a ser flechado. Mi mente sólo maquinaba una salida. Y, fue justo ahí, entre los arbolitos de nieve encendidos y el griterío, que llegó a mí la imagen de los copos de nieve cayendo en danza armónica delante mío.

Aún en el desastre, insté a Don Sánchez y Mrs McGraw a que les dijeran a los locales que formaran bolas de nieve y las lanzaran sin cesar para derribar al anciano desquiciado.

Fue épico. Como si volviera a mi niñez en la Patagonia, amasé bolas de nieve con la gente y las tiramos tan rápido como pudimos, teniendo ocasión de apagar flechas en el aire y de dormir al borracho en aquel suelo pálido de sus ensueños intoxicados.

Tratamos, aunque no lo parezca, de ser suave con él—luego supimos, entre risas, se llamaba Nicolás. Su nieta pidió un alto a todo, y al siguiente día, en Nochebuena, después de ver que su abuelo estaba bien, nos confesó él odiaba toda tradición navideña desde que su esposa falleció.

La familia Sánchez McGraw lo perdonó y lo invitó a la cena navideña del pueblo entre abrazos y regalos, con la condición de que más nunca hiciera perjuicio o sería desterrado.

En cuanto a mí, un turista, tuve el honor de decir las palabras de agradecimiento antes de comer y de ser bautizado como «héroe navideño de Heladén».

A propósito, para esta Nochebuena, fui invitado para inaugurar la nueva tradición heladeña: «Tumba a Santa borracho». Creo que me voy a unir a un equipo para intentar derribar al Nicolás nevado y hacerme con una caja de panettone. ¿Creen que gane? Deséenme suerte.



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