Cuento: "Percepciones"

in Literatos17 days ago

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Percepciones

La señora Ofelia poseía algo que muchos le envidiaban: buen olfato, buen gusto y, sobre todo, paciencia. Estas cualidades le habían permitido convertirse en una muy buena cocinera. Llevaba más de veinte años manteniendo aquella reputación impecable y hubiera sido parte de un buen negocio si su esposo se lo hubiera permitido. No obstante, a él le gustaba jactarse de ser el único proveedor de la familia.

La mujer acababa de terminar de preparar el desayuno, por lo que corrió a preparar la mesa. Eran una familia numerosa, sus cinco hijos despertarían en cualquier minuto y su esposo llegaría con el diario. A ella le gustaba tener la mesa lista y servida, ya que era la única hora del día en donde podían verse las caras. Luego cada miembro de la familia salía de casa, dejándola sola e inmersa en el sopor de la rutina.

El primero que apareció por el comedor no fue su esposo ni sus hijos, sino el cocker spaniel, que estaba con la familia desde que sus niños nacieron. Este se echó a sus pies cuando, cansada de estar parada, se sentó a esperar. Su familia no tardaría en aparecer, siempre lo hacía más o menos a la misma hora.

El perro parecía dormido, sin embargo, estaba atento a cualquier sonido proveniente de la mesa que componía su techo. Esperaba su propio desayuno. De vez en cuando estiraba su lengua para alcanzar cualquier pedacito de pan que cayera desde el delantal de su dueña, pero era en vano, ya que esta seguía esperando.

El desayuno olía muy bien y pronto despertaría a los niños hambrientos. Aguzó el oído, no obstante en el piso de arriba aún no se oía ningún sonido. De pronto, oyó uno más cerca, era la puerta al abrirse y cerrarse con fuerza. Su esposo había llegado a casa, luego de ir a comprar el diario. Entró en el comedor y largó el diario en la mesa. Por un momento, la mujer pensó que iba a volcar el florero pero pasó de largo y fue a aterrizar en el plato de su hija mayor.

El hombre era alto y huesudo, con poco cabello en la coronilla. Miró a su mujer y gruñó un saludo. Como de costumbre, hizo el mismo comentario:

—¿Por qué hay tantos platos en la mesa? ¿Vienen visitas?

—No, estoy esperando a que se levanten los niños.

El viejo largó un suspiro y se sentó en su lugar, sus ojos se dirigieron a su esposa.

—Huele bien…

—Gracias —replicó con una sonrisa.

Hubo un breve silencio.

—¿Y bien?

—¿Qué?

—¿No vas a servirme?

—No, hay que esperar a los niños. ¿No puedes esperar ni cinco minutos? Mejor dicho, dos minutos… ya casi los oigo.

El hombre largó otro suspiro, esta vez de fastidio. Siempre tenían la misma discusión, día tras día, tras día. Miró por la ventana a un pájaro que se había posado sobre la rama del naranjo. Estaba cansado y hambriento. Casi no recordaba cuándo el desayuno se había convertido en una espera perpetua. Los niños se habían transformado en la pequeña obsesión de su mujer. No comprendía el por qué, ni siquiera la consulta a un conocido doctor le había ayudado a entender.

—No vendrán.

—Claro que vendrán, se deben estar vistiendo.

—No vendrán, porque llevan muertos más de diez años —dijo con brutalidad.

Ofelia lo miró con el ceño fruncido. Estaba harta de aquella discusión diaria. A veces le parecía que su esposo sólo lo decía para mortificarla. No toleraba a los niños y prefería fingir que no existían. Lamentaba tener que reconocer que a veces los odiaba. Semejante actitud le dolía en lo profundo de su alma y también a sus hijos. Estos tomaban a risas la actitud de su padre, pero al principio había sido duro de asimilar. El médico no había dado con una solución a su problema y el desayuno se había convertido en una pelea interminable.

—No están muertos y lo sabes. ¡Deja de decirlo!

El hombre gruñó algo que su mujer no comprendió, tomó un bollo de pan y se lo llevó a la boca. Estaba harto de tanta insensatez. Tenía hambre y esperaba que aquello terminara pronto para poder ir a su mecedora a leer el diario. Su esposa, por supuesto, se enojó. Quería que esperaran a unos niños que habían muerto hacía mucho tiempo en un accidente. Le parecía que era el precio que su esposa le hacía pagar por su culpabilidad. Cuando ocurrió la tragedia, él venía conduciendo el auto. El sobrevivir le produjo esta culpa y soportaba la actitud de Ofelia sólo porque pensaba que se lo merecía.

La señora Ofelia alargó el brazo y le quitó el pedazo de pan a su esposo.

—¡He dicho que hay que esperarlos! ¡Ya vienen! —exclamó furiosa, tirando el pan en el mantel, que acabó deslizándose hasta el borde. El perro, de pronto, se movió rápidamente debajo de la mesa y alcanzó a agarrarlo. Estaba delicioso. Ladró para indicarle que quería más.

—¿Los escuchas? Ahí se están levantando.

—Fue el perro —apuntó, molesto. Mientras el animal refregaba su cuerpo contra las piernas del hombre.

—Me refiero a sus pasos, por todos los cielos. No metas a Ulises en esto.

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Fuente

Ulises se desperezó y fue hacia la escalera, allí se sentó muy tieso, mirando hacia el piso superior. Parecía esperar algo, como su dueña. La comida había pasado a segundo plano en su pensamiento.

—Luisina ríe como loca y parece que Gastón y Pablo están peleando… ¡Oh! Se demorarán.

El padre largó un insulto… estaba cansado, siempre el mismo discurso. El café se enfriaría.

—Subiré a decirles que se apuren.

—Por favor…

La señora Ofelia se levantó y caminó lentamente hacia la escalera, quiso pasar por delante de su perro, sin embargo éste la tomó del camisón y no la dejó continuar.

—¡Suéltame, Ulises!

La orden estuvo fuera de lugar, ya que el perro la había soltado de inmediato para poder gruñirle a la oscuridad que reinaba en el primer piso. No obstante, no tuvo que subir a apurar a sus niños, ya que estos se presentaron de manera ruidosa. Los dos gemelos apareciendo todavía en medio de una discusión por un programa de televisión que habían visto el día anterior. Por otro lado, Simona traía a Rosita en sus brazos, aún bostezaba y se refregaba los ojos.

—Perdón, mamá, por la demora. Fue difícil despertarla —se disculpó Simona, mientras intentaba apartar a Ulises de la escalera, que le ladraba.

—Está bien, la leche aún está caliente.

El hombre golpeó la mesa con un puño, miró a su esposa enojado.

—¿Con quién hablas?

—Pues con Simona…

“Ahí no hay nadie”, murmuró el hombre, no obstante su mujer no lo escuchaba.

En ese momento apareció Luisina con el celular en la mano. Le dio un beso fugaz a su madre en el cachete y se dirigió hacia dónde estaba sentado su padre.

—¿Todavía crees que estamos muertos? —preguntó riendo, aunque no esperaba respuesta. Luego se sentó a su lado. Tomó el periódico que estaba en su plato y lo dejó cerca de la mano de su padre. Lo miró con cariño, le daba lástima su condición.

La señora Ofelia entonces, contenta por tan grata compañía, se sentó a la mesa del desayuno. Era la hora más feliz del día. Le gustaba escuchar cómo Luisina le contaba sobre su nuevo novio, que esperaban conocer pronto. También Simona tenía mucho que decir, siempre y cuando no se quejara por tener que cuidar de que Rosita no se manchara el vestido de comida. Gastón y Pablo, por otro lado, seguían su discusión, sin prestar atención a cosa alguna que no fuera los cereales o la leche con chocolate.

Su esposo, por otra parte, también estaba feliz pero por poder desayunar. Ya no le daba pena ver a su esposa hablándole a las sillas o riéndose sin razón aparente, eran muchos años soportando lo mismo. Pensaba que la podría haber abandonado hacía tiempo y luego seguir con su vida, no obstante su pasado lo ataba a ella. No podía dejarla sola. No podía abandonarla.

—El café está frío —gruño molesto.

—¡Oh!

Ofelia se levantó de la mesa, fue a la cocina y lo puso a calentar. Podía escuchar a los niños alborotando en el comedor y a su esposo gruñendo, mientras fingía no oír nada. Incluso escuchaba cómo Ulises ladraba sin parar.

—¡Ya cállate, Ulises! —gritó de pronto su esposo. El perro lo obedeció y el ruido proveniente del comedor se extinguió por completo.

Cuando la mujer volvió a la mesa del desayuno, se dio cuenta de que estaba vacía.

—¿Y los niños? ¿Se fueron?

—Sí, cariño. Se fueron hace más de diez años —volvió a insistir su esposo.

Estuvo a punto de responderle ácidamente, como siempre hacía, sin embargo atinó a mirar por la ventana y pudo ver el autobús escolar marchándose. La parada quedaba justo frente a su casa.

—Ya están en la escuela —murmuró, como para sí misma, mientras sonreía.

Su esposo largó un suspiro, tomó la taza de café que acababa de acercarle y el diario de un plato vacío.

—Voy afuera.

El perro lo acompañó moviendo la cola, hasta que de pronto topó su hocico con la puerta y se dio cuenta de que ya no estaba allí. Lanzó un aullido agudo, estaba triste porque lo había dejado solo en casa hacía más de diez largos años, cuando se suicidó abrumado por la culpa. Miró a su dueña y la vio levantando una mesa de desayuno con comida que no había sido tocada. Ella también estaba triste y una lágrima caía por su rostro. La única hora feliz del día había concluido.

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Fuente

Créditos: La presentación la creé con el editor Canva. Las fotos tienen su fuente debajo. El cuento es de mi autoría.

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Excelente relato @eugemaradona ; me enganchó y no lo pude dejar; mejor no podía ser el clímax y su desenlace. Muy bien lograda la atmósfera del conflicto, para mantener la atención del lector quien no podrá avitar hacer sus conjeturas o predicciones del posible final de la historia; pero nos das una trompada con el fantasma del esposo porque el personaje, hasta ese momento, era el más real de todos. Felicitaciones.

¡Me alegro mucho que te haya gustado! Es un cuento que cae como un huracán de emociones. Gracias por leerlo y darle una oportunidad. ¡Saludos! :)

Que entriste, es lamentable que lo mismo ha ocurrido con otras personas en la vida real, la mente es muy poderosa y puede valerse de cualquier recurso para eludir la realidad, pero la actitud del hombre me molesta, aunque también hay que entender que no debe ser fácil para él, en vista de que ningún doctor ha podido persuadir a su esposa. No obstante ese final... ¡Vaya! ese final es impresionante plot twist. ¡Eres brillante, amiga!

¡Gracias, amiga! Es un cuento que juega mucho con las emociones del lector, donde nada es lo que parece y que deja al descubierto cómo somos capaces de percibir la realidad. ¿Somos capaces de ver un mundo que no está allí? Todos por nuestros seres queridos que perdimos. :)

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¡Muchas gracias! :)

Excelente relato, con una historia que conmueve y juegos de ambigüedad e interpretación muy bien logrados. Saludos, @eugemaradona.

¡Gracias! Me alegro mucho que te haya gustado. Parto de la base de hasta donde puede llegar nuestra mente para cambiar la realidad en que vivimos y todo por nuestros seres queridos que hemos perdido. Por una hora con ellos daríamos el mundo. :)

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